7-La Batalla... - Salamandra y el mago negro.

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En la locura de la batalla, guardándose las espaldas unos a otros, Jonás tardó unos minutos en darse cuenta de que tres personas habían desaparecido. Mareth, Iris, Sorid y él estaban concentrados en no ceder terreno. Sin embargo, Conrado, Fenris e incluso, su propia mujer parecían haberse volatilizado.

Un escalofrío lo recorrió de arriba abajo y comenzó a ponerse nervioso. "Vamos por partes", pensó e intentó serenarse.

Su mente recorrió el salón buscándolos. El llamativo color de dos cabelleras pelirrojas fue el primero en llamar su atención.

Lis estaba espalda a espalda contra sus compañeros, defendiéndose a duras penas de los elfos que los estaban atacando y, entre los aprendices, se seguía encontrando Morderek.

Jonás no entendía nada.

Y aparentemente su esposa tampoco, pero le daba igual. Con un rictus furioso en el rostro, Salamandra prendía en llamas a todos los soldados que se interponían en su camino mientras intentaba llegar hasta su hija.

Jonás miró con aprensión y cierta disculpa a Iris que se encontraba a su lado.

La hechicera asintió con la cabeza y sus ojos oscuros, habitualmente tristes, parecieron brillar con determinación:

—Ve —dijo—. Es tu hija y está en peligro. Nosotros nos las arreglaremos.

Jonás se visualizó al lado de Salamandra y un conjuro después se teletransportó a su lado. Se sintió momentáneamente orgulloso. Para teletransportarse en situaciones de peligro, se necesitaba una gran habilidad, ya no mágica sino para mantener la calma y la concentración. Unos nervios de hierro a los que pocos podían acceder.

Recordó cuando era tan solo un aprendiz en la Torre y la perspectiva de presentarse a los exámenes lo llenaba de pavor. ¡Cómo buscaba entonces el consuelo en Salamandra para tranquilizarse! ¡Qué niño era entonces y qué ingenuo! Un examen no era nada al lado de otras cosas que había que enfrentar en la vida adulta.

Ahora volvía a tener miedo, pero era un miedo diferente. No temía fracasar académicamente. Tenía miedo por aquellos que amaba. Era un terror incomparablemente mucho peor.

—¡Salamandra! —gritó— ¡Lis! ¡Estoy aquí! —al mismo tiempo, lanzó un conjuro para quitarse de encima a dos arqueros que apuntaban a Trash y a su hija.

Los dos elfos cayeron pero, súbitamente, sintió un calor repentino a su espalda. Detrás suya había tres soldados reduciéndose a cenizas. Una violenta llamarada de fuego acababa de impactar sobre ellos.

El humo lo hizo toser.

A su lado vislumbró a Salamandra. Sus ojos brillaban como una vela titilando y su pelo parecía también fuego al lado de las llamas. En ese momento, tuvo la impresión de que era indomable e invencible. Pura fiereza. Pura magia.

La bailarina del fuego sobre la que los bardos cantaban.

Salamandra lo agarró del brazo bruscamente, lo atrajo hacia sí con tanta fuerza que casi le hizo daño y lo besó con la misma fogosidad.

—Cariño, cómo me alegro de que me hayas seguido —esbozó una sonrisa entre dulce y burlona— pero por favor vigila tus espaldas.

Jonás asintió secamente mientras se sonrojaba y buscó con la mirada a su hija y el resto de los aprendices.

—Los tienen rodeados —murmuró preocupado.

—Lo sé —dijo Salamandra—. Cada vez que mato a los más cercanos a ellos, vienen más de la retaguardia —lo miró de nuevo con esos ojos fieros y quemantes como el mismo infierno—. Ayúdame —dijo—. Acabemos con esto de una vez.

El Juego De Las Almas - Crónicas De La Torre VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora