2-Sospechas en la torre -Intento de asesinato

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Angie se despertó con un intenso dolor de cabeza. No recordaba casi nada de lo que había soñado excepto algunas cosas difusas.

Tenía en mente la imagen de unos extraños y seres que nunca había visto, bellos pero con las orejas anormalmente largas y puntiagudas y extraños ojos almendrados de color ámbar, azul zafiro y verde esmeralda.

Había también, un enorme lagarto alado dorado, acompañado casi siempre de una mujer de cabello negro como el ala de un cuervo y ojos azules tristes, o incluso lobos de tamaño de caballos y unas siniestras siluetas fantasmales saliendo de un espejo.

Pero de lo único que tenía un recuerdo medianamente sólido, lo único que unía aquellas imágenes aparentemente inconexas, era una altísima torre que se erigía en medio de un bosque de aullantes lobos.

Parpadeó un par de veces para aclarar la vista pero el dolor de cabeza persistía. Además,  de dolían las cervicales.

Lógico, pensó al advertir la posición  en la que estaba. Había dormido encogida sobre si misma y con las manos apretando fuertemente el retajo de tela que había logrado arrancar de la túnica gris del hombre que había secuestrado a Vanessa.

Giró en redondo para mirar hacia el techo y estirarse y se quedó paralizada.

Encima  de ella, a menos de cuarenta centímetros de su cuello y, apuntando hacia él, había un cuchillo suspendido en el aire.

No tuvo tiempo a gritar, solo pudo girarse hacia un lado antes de que una centésima de segundo después el cuchillo se clavase en las tablas de madera de la buhardilla, en el mismo sitio donde se encontraba hace un instante.

Angie se levantó espantada, mientras que fuera quien fuera la persona invisible que sujetaba el cuchillo lo arrancaba y lo dirigía de nuevo hacia ella.

-Rainius. ¿Eres Rainius? –preguntó mientras retrocedía.

Si el fantasma respondió, Angie no pudo oírlo.

El cuchillo se agitó en el aire y salió despedido en su dirección.

Angie lo esquivó por los pelos.

El arma fue a impactar contra una pared y la niña se lanzó a por ella. Se levantó triunfal con ella en la mano.

-¿Qué piensas hacer ahora? ¿Eh? – sonrió con una mueca salvaje.

Fue una mala idea, apenas un segundo después un candelabro salía despedido hacia su cabeza. Angie se tiró al suelo y el objeto golpeó el cristal de la ventana situada por detrás haciéndola añicos.

Se oyeron movimientos en el piso de abajo.

Angie se levantó blandiendo el cuchillo pero solo hendió aire alrededor.

-¿Qué ha sido ese ruido? –le llegó la voz de su amo.

En frente de ella una silla comenzó a levitar en el aire.

La chica apretó con fuerza la mandíbula:

-¿Puedo saber por qué estás intentando matarme? –susurró irritada. No hubo respuesta y la silla siguió acercándose.- Vanessa te apreciaba, Rainius. Antes nos ayudabas. ¿Por qué nos  traicionaste? ¿Qué te han ofrecido a cambio?

La silla se detuvo un momento en el aire.

Angie contuvo el aliento.

-Angie, ¿qué fue ese ruido? Escuché un sonido de cristales rotos. –resonó la voz del comerciante en el piso de abajo.

-No es nada… no pasó nada… -respondió ella con voz temblorosa sin quitar la vista de encima de la silla que comenzaba a inclinarse en el aire como si quien la sujetaba estuviese cogiendo impulso antes de lanzarla.

No se movió, continuó observando detenidamente el balanceo de la silla con el cuerpo en tensión. Cuando el fantasma la lanzó sobre ella, Angie reaccionó y se tiró hacia el lado contrario pero no pudo evitar un grito de dolor cuando el mueble la golpeó en la pierna izquierda.

El piso de abajo se quedó repentinamente silencioso y Angie pensó que su amo se había marchado pero entonces volvió a oír su voz:

-Angie, ¿¡Cómo que no sucede nada?! ¿Me quieres decir qué demonios está pasando ahí arriba o tengo que subir a averiguarlo?

Angie abrió la boca para responder pero Rainius fue más rápido. Antes de que pudiera siquiera escuchar las pisadas en la escalera que conducía a la buhardilla multitud de objetos comenzaron a volar hacia su puerta con objeto de bloquearla.

Angie se pasó la lengua por los labios, aquella era su oportunidad. Mientras el fantasma estaba aparentemente ocupado en atrancar la entrada, ella retrocedió y se encaramó a la ventana rota.

Durante un instante dudó. Si dejaba al comerciante atrás y este lograba entrar en la buhardilla probablemente Rainius lo atacaría o acabaría con él, si se quedaba allí  ella correría el mismo resultado. Al fin y al cabo, era la primera a la que el fantasma parecía querer muerta.

Esta opción pareció convencerla pero mientras se acuclillaba en el alféizar la invadió una sensación de culpabilidad y de cobardía. Recordó las crueles palabras de su amo acerca del rapto de Vanessa el día anterior y se decidió.

Mientras salía al exterior clavándose algunos cristales oyó golpes y el chirrido de los goznes de la puerta de la buhardilla.

Fuera había una distancia tan grande hasta el suelo que si caía mal  tendría garantizada la muerte.

Detrás suya le llegaron los gritos del comerciante y más golpes. Con los ojos cerrados Angie se tiró. Cayó sobre la hierba con un aullido de dolor. Algunos de los cristales acababan de hundirse con el impacto más aún en su piel.

Resbalando en la hierba húmeda de la mañana logró por fin ponerse en pie.

De la casa seguían llegando más y más golpes y, además, de los gritos del comerciante, que se habían ido apagando, se oía el llanto aterrorizado de una anciana.

Angie sintió un retortijón. La vieja Baluea, la mujer que  tanto las había mimado y querido, debía de estar ahora bajo la amenaza del fantasma.

Angie contempló estática la casa mientras sus ojos se inundaban de lágrimas y los estallidos y golpes se sucedían. Los llantos se convirtieron en gritos de dolor cada vez más fuertes.

La niña se secó las lágrimas con la manga de la blusa y tragó bilis. Haciendo de tripas corazón dio la espalda a la casa y empezó a correr todo lo rápido que podía. Los pies tropezaban con los guijarros y los brazos se arañaban con las zarzas del camino pero no dejó de correr.

Y pronto, muy pronto, dejó atrás las fincas y el bosque, dejó atrás el pueblo y dejó atrás la casa, el único hogar que había conocido, donde había vivido los mejores años de su vida, con la vieja Baluea que la había querido como su hija y su amiga Vanessa, poco menos que una hermana, con la que había correteado por los campos y bosques y había vivido maravillosas aventuras.

Y cuando se detuvo con la respiración jadeante y el corazón batiendo en sus costillas, y todo cuanto había amado y conocido se había perdido en la lejanía comprendió que no solo acababa de dejar atrás el hogar al que ya nunca volvería sino también su infancia para siempre.

El Juego De Las Almas - Crónicas De La Torre VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora