4-Lamento de Lobos - El llanto de los Lobos

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     Había empezado a nevar copiosamente sobre el Valle de los Lobos y a ello había que añadirle las ráfagas de aire helado que lo sacudían provocando una ventisca.

En medio de la tormenta de nieve, Angie se afanaba tratando de seguirle el paso a Morderek por la ladera de la montaña pero esta era muy empinada y la niña se hundía en la nieve hasta las pantorrillas.

—Vamos —la increpó el joven —, apura el paso o nos alcanzarán.

—No doy andado más rápido —replicó la niña justo antes de tropezar y caer de bruces, tan larga como era.

—Por los siete infiernos —se quejó Morderek antes de levantarla en el aire y ponerla en pie derecha—, mira por donde pisas o, si te caes más arriba, te despeñarás montaña abajo y ya no habrá niña que esos archimagos tengan que perseguir.

—¿Por qué no nos teletransportamos? —ignoró ella su comentario mientras proseguía la marcha al tiempo que se quitaba la nieve de los rizos como buenamente podía—¿Y por qué siempre tenemos que entrar y salir del valle por las montañas y no por el desfiladero?

—Porque eso es justo lo que ellos esperaran que hagamos. Primero tratarían de localizar nuestro rastro al teletransportarnos y después de impedir la escapatoria por el desfiladero —respondió irritado el mago negro sin darse la vuelta.

—Estoy cansada—se quejó ella.

Morderek se giró para dedicarle una mirada furibunda:

—Te recuerdo que todo esto es culpa tuya y tu imprudencia puede costarme la cabeza a mí también —volvió a darle la espalda—. Tengo curiosidad acerca de qué hará Shi-Mae contigo cuando se entere de esto. Va a ser divertido—masculló para sí.

—Todavía no lo sabe—respondió Angie, intranquila. La archimaga llevaba bastante tiempo sin revisar el vínculo que las unía. Y la niña que no conocía muy bien cómo utilizarlo comenzaba a temer que le hubiese podido pasar algo.

Incómoda, separó el colgante de oro de su piel como si le quemase, todavía recordando la mirada abrasadora que le había dirigido Fenris al descubrirlo.

—¿No nos pueden detectar utilizando un óculo? —preguntó haciendo alusión a las bolas de cristal que algunos magos utilizaban para buscar a objetos o personas.

—He velado los óculos de la torre, no deberían poder mostrarles nuestra imagen.

Angie asintió un poco más aliviada.

Si era como el hechicero decía, ahora mismo eran invisibles para los magos de la torre. Y aunque, en una noche serena sus cuerpos se habrían advertido como dos puntos negros delatores sobre la ladera blanca de la montaña en aquellos momentos la tormenta era tan intensa que a la niña le costaba ver más allá de unos metros de distancia.

Además, si su instinto no iba muy desencaminado ahora mismo en la torre estaban más preocupados por otra cosa.

Haciendo eco de su premonición apenas unos minutos después un aullido triste y agónico se elevó sobre el valle. Niña y mago se estremecieron cuando a ese le siguió otro y después otro. Y poco a poco, las voces de los lobos se elevaron en un coro de aullidos escalofriantes y desgarradores.

El inquietante sonido continuó aumentando en tono y propagándose desde las cercanías de la torre hasta los límites del bosque, acercándose a ellos, sin cesar.

Angie se estremeció entera.

En las pocas noches que había pasado en el valle, aunque había oído a los animales, estos jamás habían demostrado con tanto entusiasmo su existencia.

Y aunque sabía que ahora el valle no estaba maldito el canto de los lobos la inquietaba.

—¿Esto es normal? —le preguntó a Morderek.

El mago negro se había parado también a escuchar pero parecía mucho más tranquilo que al principio:

—No pasa nada. No van a salir del bosque a perseguirnos —esbozó una sonrisa torcida—, solo están llorando.

¿Llorando? Angie recordó la extraña sensación de premonición que había sentido antes de que las bestias empezaran su actuación. Y aunque tenía una idea aproximada de lo que estaban diciendo los lobos no se atrevía a aceptarlo sin preguntar.

Volvió a girarse hacia el mago negro:

—Tú entiendes muy bien a todos los animales. ¿Qué dicen los lobos?

Morderek le contestó sin dejar de andar delante de ella:

—Lloran porque uno de los suyos ha muerto. Esos aullidos son su forma de lamentarse por la pérdida. –explicó indiferente.

Angie asintió con pena, comprendiendo.

Gaya, pensó.

Gaya ha muerto.

Se dio la vuelta para contemplar una última vez el valle. A través de la ventisca resultaba difícil distinguir la aguja negra que era la torre pero la niña casi podía imaginar las luces que se debían de colar por las ventanas de los últimos pisos, donde debían de estar llorando a la elfa-loba.

Suspiró con resignación y pena pero antes de volver a girarse para continuar la marcha alguien gritó:

—¡Alto ahí! —advirtió una persona destrás de ellos.

Morderek se dio la vuelta sobresaltado y Angie se aferró a su brazo aterrada.

Una persona encapuchada se dejó entrever a través de la cortina de nieve, trepando por la ladera de la montaña tras ellos.

Avanzó hasta situarse a unos metros de distancia:

—¿Adónde creéis que vais? —les preguntó.

El Juego De Las Almas - Crónicas De La Torre VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora