32. Cocina

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YoonGi vio a JeongGuk subir rápido por las escaleras. Había entrado como un relámpago y ni siquiera parecía haberle escuchado cuando sugirió que fueran a dar un paseo a la costa, para despedirse apropiadamente de Busan, o cuando le gritó que bajara a ayudarle con la cena. Observó el cuchillo en sus manos y soltó un suspiro, mientras continuaba troceando las verduras. Ni JiMin ni JeongGuk se veían muy dispuestos a echarle una mano. El pequeño rubio había llegado media hora antes que su amigo, tan malhumorado que YoonGi había tenido miedo incluso de saludarlo, por si decidía descargar su cólera sobre él. JiMin era verdaderamente terrorífico enfadado.

Eran a penas las siete y media y ya estaba oscureciendo. La cocina de los Park era amplia, las puertas de los muebles eran de madera oscura y elegante, pero a penas entraba luz de fuera. Decidió encender las luces antes de rebanarse un dedo.

Jeong se había llevado a JiMin al centro comercial por la tarde, y el señor y la señora Park se habían ido a dar un paseo y ver una representación teatral (para mantener viva la chispa, suponía), por lo que había pasado la mayor parte de la tarde solo y aburrido. Guk ni siquiera le había ofrecido la posibilidad de acompañarlo, así que había salido a dar una vuelta solo. A la media hora ya estaba de vuelta en  la casa, porque tenía frío. Así que, aprovechando el fin de sus vacaciones y el que nadie le iba a molestar por un buen rato, se había tirado en el sofá a continuar viendo ese drama romántico de época que había empezado hacía un mes y nunca se había dignado a terminar. No le había dado tiempo a llorar por el feliz desenlace de la trágica y predecible historia de amor de los protagonistas, cuando el cara dura de JeongGuk le mandó un mensaje diciendo que su tía les pedía que hicieran la cena.

En ese momento escuchó como tocaban a la puerta, así que pegó un grito para que alguno de los primos fuera a abrir.

No le esucharon, o tal vez decidieron ignorarlo, porque ninguno bajó. Dejó el cuchillo sobre la tabla de cortar, bufando. No podían ser los padres de JiMin, porque le habían informado de que llegarían tarde a casa. Así que se esperaba tener que espantar a algún vendedor ambulante de Biblias en busca de miembros para su secta.

—Oh —musitó desconcertado, observando desde el umbral al hombre que esperaba en la puerta, con una bufanda al rededor de su cuello y un abrigo largo que le hacían verse malditamente bien. Carraspeó— Le diré a... JeongGuk que estás aquí.

—No vengo a ver a JeongGuk.

SeokJin le sonrió con cierta vergüenza, con una de sus manos en el bolsillo del abrigo y la otra sosteniendo una bolsa de tela, cuyo contenido no sabría adivinar. Min cambió su sorpresa por recelo en el momento en que el mayor dio un paso hacia él. Se quedaron en silencio, sosteniéndose la mirada, mientras el peliazul recordaba cómo tras la fugaz e intensa noche Kim se había marchado corriendo, sin mirarlo siquiera.
SeokJin fue quien rompió el silencio primero, aflojando un poco su bufanda y dejando entrever una marca morada, señalando con uno de sus largos dedos el delantal del más bajo, sonriendo de lado.

—¿Quieres que te ayude?

YoonGi se acabó rindiendo ante su sonrisa, haciéndose a un lado para que Kim entrara. Antes de que se diera cuenta, observaba con una mezcla de envidia y admiración la desenvoltura con la que SeokJin se movía por la cocina ajena como si fuera la propia, mientras él estaba sentado sin mover un dedo en la isla. La bolsa de tela que había traído estaba ante él, y desprendía un delicioso aroma a recién hecho que hacía que el peliazul babeara imaginando su contenido.

—YoonGi... —el castaño se giró hacia él, pelando una patata con destreza profesional y sin prestarle atención a sus manos, como si no tuviera miedo a cortarse— En realidad vine a disculparme por irme así por la mañana... El postre es para ti.

—¿Para mí? —YoonGi señaló la bolsa y luego a sí mismo, incrédulo. Cuando lo vio irse así no pensaba que lo volvería a ver, mucho menos que cocinaría algo para él.
Kim dejó lo que tenía en sus manos, lavándose las mismas en el fregadero y yendo junto a YoonGi, quién se enderezó en la silla, sorprendido.

—Sí, para el viaje de vuelta. Puedes compartirlo con Jeon, si quieres —sonrió de lado deteniéndose a unos centímetros del menor, subiendo la mano a acariciar su mejilla— Me entristece que nos conociéramos ahora y te marches mañana.

YoonGi se quedó mirándolo a los ojos, tragando saliva cuando Jin posó su pulgar sobre sus labios.

—A mí también —susurró el peliazul, sincero.

little & cute boy © kookvWhere stories live. Discover now