CAPITULO LIII

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      El camino de regreso a la casa, estuvo en silencio sepulcral. Al menos por parte de Maiya y Alejandro, pues los aullidos y disparos no habían cesado del todo; aquello parecía el cuento de nunca acabar. Y así, mientras que ella pensaba a marcha forzada en todo lo que tenía que hacer y la mejor forma de proceder; él intentaba convencerse a sí mismo que nada de esto era un sueño, y que aunque tuviera ciertas dudas respecto a la poca o nada cordura que le quedaba, necesitaba portarse a la altura para poder ayudarles.

       Estaban a solo unos metros de terminar la parte boscosa para adentrarse en el terreno de la casa, cuando los dos lobos que les acompañaban cambiaron de dirección. La marcha que habían utilizado para llegar fue tan rápido como Okami pudiese avanzar, pues su con su pata le era difícil adquirir la velocidad a la que usualmente se movía; sin embargo nadie hizo nada para presionarla, incluso Ryu que iba junto con Alejandro parecía estar tranquilo.

        En cuanto a Mark, Maiya lo había llevado todo el tiempo entre sus brazos, pues le había pedido no se transformara hasta que llegaran a la casa. No por él, sino por ella; se sentía mucho más tranquila de esa manera.

       De pronto, destellos en rojo y azul les alcanzaron a través de los árboles; y un espasmo involuntario le sacudió el cuerpo a Maiya, haciendo que apretara más contra su cuerpo al pequeño que llevaba cargado. Tres patrullas y una ambulancia estaban paradas frente a su casa ¿Qué iba a pasar con los lobos?

       Alejandro se detuvo a un lado de ella en cuanto se dio cuenta de lo que ocurría; no habían intercambiado una sola palabra, pero por la forma en que se vieron, ambos entendían muy bien lo peligroso de esta situación. Él estaba seguro que esto no era algo que mucha gente supiera, y ahora con todo el alboroto que se había armado, probablemente iba a ser muy difícil de esconder… incluso, sino se equivocaba solo por esto se había logrado enterar, pues de lo contrario probablemente Maiya jamás se hubiese atrevido a contarle nada al respecto… lejos de culparla, entendía perfectamente el por qué.

        Sin embargo, en medio del caos en que se desarrollaba frente a sus ojos aterrorizados, Maiya logro distinguir algo que le hizo calmarse al instante, o al menos disminuir unas cuantas rayitas de su estrés. Tessa hablaba tranquila pero firme con algunos de los oficiales, mientras que la pequeña Clare se sujetaba a su cintura con fuerza, y miraba a su alrededor con cautela.

        En cuanto el viento helado trajo consigo el aroma de Maiya, Tessa reacciono al instante haciéndole una seña al oficial para que le diera un momento, y buscó a su amiga por el paisaje. Le bastaron un par de segundos para localizarla, y con un gesto tranquilizador de su mano, hacerle una seña para que se acercaran.

       Eran a lo sumo quince metros lo que les tomaría reunirse, y aunque para Maiya el trayecto curiosamente era tan largo como la muralla china, y tan corto como un suspiro; tomó el resto de valor que le quedaba en sus venas, y avanzó.

        -Cálmate, yo les he llamado por órdenes de Robert…-. Fueron las primeras palabras de Tessa a Maiya. No le fue difícil darse cuenta de su estado por la cara que traía. –Estamos seguros…-. Terminó sonriéndole lo más calmada que pudo.

       Maiya le respondió con un gesto afirmativo, mientras veía con ojos escrutiñadores a los oficiales. Sus neuronas tardaron un par de segundos en pasarse la información de unas a otras; y su garganta abrió poco a poco el nudo que retenía las palabras en su interior.

       -¿Clare, estas bien? ¿Dónde estabas? ¿Cómo llegaste aquí?-. Ella se bajó del caballo con la gracia y elegancia que nunca antes había podido adquirir en esta actividad. Aunque su cuerpo aun le estaba traicionando sin dejarla controlarlo del todo, parecía hacer ciertas cosas en automático.  -¿Qué pasó?

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