CAPITULO XXXV

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11 de octubre del 2013

      Maiya estaba parada tras el mostrador en una pequeña oficina de paquetería; la tarde anterior había tenido una larga plática con Antonio, y había quedado de mandarle al día siguiente los escritos de sus nuevos libros; así que allí estaba, esperando a que la encargada capturara los últimos datos para realizar el envío.

     Ahora que Robert había accedido a no ponerse como loco psicópata cada vez que le llamaban de la Editorial, la verdad es que las cosas iban cada vez mejor… aunque aún era pronto para decir que no le dolía pensar en Alejandro. Sin embargo, cada vez se preguntaba con más frecuencia si le dolía el hecho de no poder estar con él, o la forma en cómo pasaron las cosas.

       El joven encargado le comento sobre los últimos detalles, y ella se despidió agradecida por las atenciones mientras enviaba un mensaje de texto a Antonio, avisándole que acaba de mandar lo escritos; abrió la puerta de salida, y “guardó” su celular en el bolsillo trasero de su pantalón deportivo.

      -Disculpa… disculpa…

      Ella ignoró por completo esa voz, iba tan concentrada repasando las tareas que tenía pendientes para el resto de la mañana, que ni siquiera se había percatado que era a ella a quien llamaban; no fue hasta que la sujetaron por el hombro cuando lograron captar su atención. Maiya se giró para ver de qué se trataba todo esto, llevándose una gran sorpresa.

     Una mujer quizás de su misma edad estaba parada tras ella, deteniéndola con una mano, mientras que con la otra le mostraba su celular, el cual sin darse cuenta había dejado caer en lugar de guardarlo.

     -Creo que es tuyo…-. Dijo la desconocida, con la más radiante de las sonrisas.

     -Si… creo que sí…Gracias…-. No es que Maiya fuera una experta en el campo de los hombres lobo, de hecho no tenía ni idea de cómo diferenciar a uno si no lo conocía; pero algo en la mirada de esa mujer hizo que un escalofrío le calara hasta los huesos; aunque rápidamente decidió patear esta idea de su cerebro, y aferrarse a que era el hecho de lo impresionante que resultaba esa desconocida, tanto que la hizo sentir algo cohibida.

      La mujer que estaba parada frente a ella era tan guapa, que incluso las demás mujeres a su alrededor parecían fijarse en ella. Maiya habría dicho que parecía ser una muñeca de porcelana por su hermosa y delicada piel blanca, de no ser porque ninguna muñeca que ella hubiese visto antes podría lucir así de… bueno, sexy y elegante al mismo tiempo. Llevaba el cabello castaño rojizo hasta los hombros y con flequillo; lo cual combinaba perfecto con sus ojos azul cristalino, a la vez  que sus labios en rojo vino hacían destacar de forma impresionante el vestido blanco tejido que quedaba perfectamente entallado a su cuerpo de modelo de pasarela. Mientras que Maiya había decidido salir esa mañana vestida con su ropa deportiva, después de todo, al terminar las cosas que tuviera que hacer en la ciudad, iría directo de regreso al gym.

      -Descuida… es lógico que con esa…-. Ella la miro de forma tierna e inocente, mientras señalaba el atuendo de Maiya. –Ropa, puedan ocurrir este tipo de accidentes.

       Lo que no tenía una pizca de lógica era su frase, ¿Por qué se suponía que con esa ropa a alguien se le tenía que caer el celular?, Maiya pensó que era posible que ella no utilizara estos atuendos para andar por los centros comerciales, tomando en cuenta lo elegante que iba; sin embargo, ese no era motivo para decir lo que había dicho, después de todo ella probablemente también se vestía así para hacer ejercicio, porque por todos los cielos, si ese cuerpo que mostraba era natural y sin esfuerzo, entonces ella era una maldita afortunada. Sin embargo, decidió no dale al asunto una gran importancia, así que se limito a tomar su teléfono, volver a dar las gracias y retirarse.

PredestinadosWhere stories live. Discover now