CAPITULO XXVIII

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 9 de septiembre del 2013

     Acababan de dar las doce de la noche, cuando Maiya estaba sentada frente al pequeño Mark, que ahora dormía plácidamente en el sillón de la sala. Tenía casi una hora de haberse quedado en ese lugar, y es que por más que ella le había insistido para que se fuera a dormir a su cuarto, el niño simplemente se rehusó a alejarse de ella durante toda la “ceremonia”  pues a aquello no se le podía llamar fiesta. Además, le había pedido al Padre Carlos dormir esa noche en la casa parroquial, por lo que se negaba a dormirse hasta irse con el Sacerdote; sin embargo, el sueño finalmente lo había vencido.

     -Bueno hija, creo que es hora de marcharme-. Dijo el Sacerdote en un tono de voz verdaderamente bajo, para no despertar al diablillo. –Creo que ya e abusado mucho de su hospitalidad…

     Maiya acaricio una última vez el cabello de su hijo, y luego se puso de pie.

     -No diga eso Padre. Entre los incidentes de esta tarde…-. Ella sintió que su estomago se contrajo al recordar. –… y que el juez aplazo la ceremonia unas horas más por otros compromisos; era lógico que termináramos tan tarde.

     -Fue una suerte que aceptara volver más tarde para realizar la boda…

     -Sí, suerte…

     Esa tarde, cuando finalmente Maiya y Robert habían salido para llevar a cabo la “boda”, el juez les había dicho que no le era posible continuar con aquello, pues ellos habían tardado demasiado en llegar y él tenía otros compromisos que realizar. Maiya sintió que tal vez, solo tal vez, su suerte después de todo no era tan mala, y el destino no era como Robert decía; sin embargo, había sido el mismo Robert quien se encargara de convencerlo para volver más tarde. Y para desgracia de ella, él había aceptado.

     El Padre Carlos miró la forma en la que Maiya había respondido, y quiso haberse mordido la lengua antes de hablar; él conocía muy bien todo lo que estaba pasando, y haber soltado ese comentario era de lo más imprudente.

     -Lo siento mucho Maiya, no debí haber dicho eso…-. Dijo intentando reponer el error. –Y dime ¿Cómo te sientes?

     -Siendo honesta… como si un camión me hubiese arrollado-. Ella intentó sonreír, pero la verdad era que desde unas horas atrás, ese movimiento le estaba costando demasiado.

    Justo en ese instante, Robert que iba entrando en la habitación, dirigió una mirada a Maiya, y aunque no se podía decir que brincaba de alegría, pues aun seguía molesto por la presencia de Alejandro; la idea de ahora poder llamarla su esposa ciertamente le hacía sentirse mucho mejor que cualquier otro día anterior a ese. Además, estaba su hijo… ese niño sí que era el amor de su vida.

     -Esta como una roca-. Comentó en voz baja, y con una gran sonrisa mientras le acariciaba una mejilla a Mark, quien ni siquiera se movía.

     -Muchas emociones estos días-. Maiya suspiro, y sin siquiera darse cuenta sonrío ante la escena. Padre e hijo.

     El sacerdote, que era prácticamente un espectador ante aquella extraña historia; se sorprendió bastante al notar aquella tierna sonrisa en los labios de Maiya. En Robert era algo normal, después de todo el niño era su hijo, y acababa de casarse con la mujer que aseguraba amar. Pero ella, ella minutos atrás parecía ser solo un autómata fingiendo emociones que no podía sentir realmente; y en ese momento una sonrisa llena de ternura y calidez se apoderaba de sus labios. Entonces, un pensamiento que ya con anterioridad le había rondado por la cabeza, volvió a hacer acto de presencia… esa sin duda podía llegar a ser una linda historia de amor.

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