CAPITULO XXXVIII

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24 de octubre del 2013

      Eran las seis de la tarde, cuando Alejandro salía de las oficinas de Londres. Estaba agotado y fastidiado, aunque la verdad es que eso poco tenía que ver con su trabajo; sin embargo, como siempre fiel a sus principios, se despidió de forma amable y cortes de los empleados.

      Al salir del edificio, un viento helado lo golpeo de frente, pero él ni siquiera si inmutó; hacía ya más de un mes que su cuerpo era ajeno a cualquier cosa que pasaba en el exterior, se había vuelto como una máquina que se movía por el piloto automático. Sus emociones, sus sentimientos… su vida, todo se había quedado con ella.

      Intentando apaciguar el enorme hueco que sentía en su pecho, Alejandro respiró de forma profunda y pausada; y aunque sus pulmones hacían un trabajo excelente, la sensación de vacío que lo acompañaba desde hacía tiempo le recordó  que cualquier esfuerzo era inútil, su corazón también estaba perdido. Él sonrío sin ganas, y su mano se fue directa hasta su pecho para golpearlo un par de veces… sí, incluso el ruido le probaba que allí no había nada.

      Cuando el chofer finalmente llegó, el agradeció al guardia que custodiaba las oficinas, caminó pausadamente y se subió al auto; no hizo falta dar ninguna instrucción, el hombre que conducía sabía que Alejandro quería ir a su apartamento, de donde solo salía para ir a trabajar y para nada más. Antonio, que observaba desde la ventana de su oficina, sintió como su propio corazón temblaba de dolor ante el sufrimiento de su hijo, quien en lugar de recuperarse parecía estar cada vez peor.

      Poco más de un mes atrás, cuando Antonio se enteró que Maiya no solo había rechazado la propuesta de matrimonio de su hijo, sino que encima se había casado con alguien más, él simplemente no lo podía creer; pero todo se volvió peor cuando encontró a Alejandro hecho un completo desastre. Tras regresar de México con la certeza de que Maiya se había casado, pues desafortunadamente había sido testigo de los hechos; Alejandro se había sumido en un abismo de desesperación, donde la mayor parte del tiempo se la pasaba ebrio,  y cuando no lo estaba era solo porque estaba inconsciente por los efectos del alcohol. Pasaron dos semanas para cuando logro hacerlo entrar en un poco de razón, y como Madrid parecía recordarle continuamente lo que había perdido, Antonio lo convenció para que se fueran juntos a Londres, donde podría tenerlo vigilado, y ayudarlo a recuperarse.

      Sin embargo, las cosas no habían mejorado mucho; aunque Alejandro había dejado de beber y regresado a trabajar, se había convertido en solo un caparazón de lo que alguna vez fue. Su aspecto ahora era desaliñado, se movía cual autómata, y se había instalado a sí mismo en una rutina donde solo iba de su casa al trabajo y nada más; pocas ocasiones cruzaba más de dos palabras con alguna persona, y lograr que gesticulara una frase completa resultaba una labor titánica. El único día que pareció reaccionar un poco, aunque no exactamente de buena forma, fue el día que  Gabriela la asistente de su padre, le dijo por equivocación respecto al acuerdo que habían llegado Maiya y Antonio; Alejandro había estallado en un ataque de ira destrozando por completo la oficina, gritando que era él quien tenía que hablar con ella, y nadie más.

      Ahora todo parecía ir de mal a peor.

      Alejandro entró en su departamento, y dejo caer el maletín mientras que de una patada cerraba la puerta. Esa tarde en especial sentía que el mundo finalmente le caía encima; cuando luego de que consiguiera una copia de los últimos manuscritos enviados por Maiya, estuvo a nada de comprar unos boletos de avión a México, sabía que todo hubiese resultado inútil y estúpido… pero el maldito deseo persistía, era lo único que parecía no morir dentro de él; el deseo de volverla a ver... de volverlos a ver.

      Intentando apaciguar un poco de la ansiedad que estaba volviéndolo loco, camino hasta su cama, y tomó del mueble que había en un lado una fotografía. La imagen reflejaba a Maiya y a Mark abrazados y sonrientes, el día que él había organizado la fiesta de cumpleaños del pequeño; sin duda alguna fueron tiempos mejores, y por los cuales no dudaría en dar hasta su alma, si alguien le dijera que podía volver a vivirlos.

PredestinadosWhere stories live. Discover now