CAPITULO XXII

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         20 de Agosto del 2013

     Alejandro bajó del avión y miró a su alrededor; eran las ocho de la mañana, el sol brillaba en el cielo, hacía un clima agradable y el viento cálido soplaba tranquilo… un día perfecto.  Y lo haría continuar de esa manera.

     Cuatro días atrás, cuando tuvo que viajar por negocios a Londres, su estado de ánimo era fatal. La verdad es que no podía evitar sentirse molesto con Maiya. Sabía que ella necesitaba su espacio, y estaba dispuesto a respetarlo; de hecho había esperado pacientemente a que ella le tuviera la confianza suficiente como para que le contara sus secretos; sin embargo, ella parecía cada vez más cerrada, y haberla encontrado con alguien más no estaba ayudando con la causa.  Pero fueron precisamente esos días en Londres, los que le hicieron darse cuenta que no importaba que, él quería seguir a su lado.

     Maiya era una mujer inteligente, independiente, simpática, tierna; estaba seguro podía valerse por sí misma; sin embargo, era justamente por eso que  necesitaba desesperadamente que alguien cuidara de ella, aunque era algo que no iba a admitir jamás; entonces, en el momento en que ella le diera el a su propuesta,  él se convertiría en su caballero de brillante armadura. La protegería de todos, incluso de ella misma si era necesario. Y como bono extra por su galante acción, iba  a ser premiado con un pequeño maravilloso de nueve años de edad que lo llamaría “Papá” . Serían una familia, una familia que con el paso de los años crecería y… simplemente sería un futuro perfecto, tal y como ese día.

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       Faltaban menos de cinco minutos para las nueve, y Maiya no paraba de ver el reloj. Robert le había dicho que pasaría por la mañana para que pudieran hablar sin preocuparse porque Mark escuchara, ya que a esa hora estaría en clases.  El timbre de la puerta y el reloj sonaron al mismo tiempo.

     -¿Qué has pensado?-. Soltó mientras entraba, sin siquiera esperar a que ella le diera el pase a su casa.

     -Aparte de que eres un cretino lunático…-. Respondió Maiya con sarcasmo mientras cerraba la puerta de entrada.

     -Ya te acostumbraras…-. Robert se giró y camino hasta quedar a solo unos centímetros de Maiya, la miraba desafiante, pero su sonrisa lobuna demostraba cuanto disfrutaba aquello.

     Ella sostuvo la mirada, y le rezó a todos los santos que recordó porque sus malditos sentidos ultra desarrollados de lobo no le permitieran escuchar su corazón. Era indiscutible que ese desconocido le causaba cosas, no tenía idea de ¿qué?, pero eran demasiado fuertes para su propio gusto. Tras unos cinco segundos, que para ella fueron como cinco eternidades, logró hacer un leve encogimiento de hombros, restándole importancia al asunto, y caminar por un lado de él para dirigirse a la sala.

     -¿Y bien?-. Le pregunto sentándose frente a ella.

     -No sé quién eres, de dónde vienes, a qué te dedicas, cómo nos encontraste, qué quieres, por qué no sabías nada de tu hijo, dónde está la mamá de Mark, qué pretendes respecto a él, por qué te quieres casar conmigo…. Los dos sabemos que puedo seguir. Cómo vez, he tenido mucho en que pensar.-. Terminó ella fulminándolo con la mirada.

     - Robert McAvoy; 27 años; soy de San Antonio Texas, tengo algunas propiedades allí, quiero recuperar el tiempo perdido con mi hijo; y quiero casarme contigo porque somos… ¿Cómo decirlo?, a si “Almas gemelas” , aunque estoy seguro que ya lo notaste, es solo que no quieres aceptarlo-. Sus cejas se levantaron en un gracioso movimiento, que Maiya difícilmente logro contener la risa. –Y… lo siento, pero creo que es todo lo que puedo decirte por ahora-. Terminó diciendo con un gesto serio en su rostro.

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