CAPITULO XXXII

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12 de septiembre del 2013

      Maiya soltó el aire que había estado reteniendo; y aunque se sintió feliz de ver a  Robert alejarse, el miedo aun hacía que su cuerpo se estremeciera; haberlo escuchado tras su puerta aullando eran ciertamente una de las experiencias más aterradora que había vivido en toda su vida; y no pretendía bajo ninguna circunstancia quedarse para repetirla. Entró a toda prisa a su habitación, tomó una maleta de su armario, y comenzó a empacar lo que solo tenía dos días de haber sido desempacado.

      Su pobre corazón no podía regresar a latir de forma normal, su respiración estaba agitada; y estaba cien por ciento segura que con toda la adrenalina que le corría en ese momento por sus venas, hubiera sido capaz de saltar por el balcón levantarse y correr, si Robert hubiera seguido insistiendo en entrar por la fuerza a la habitación.

      La mitad de su ropa estaba ya dentro de la maleta, y prácticamente salía por los lados de esta; y es que con lo apurada que se encontraba, lo único que estaba haciendo era arrogar las cosas adentro. Ella se detuvo al notar que ya no podía meter absolutamente nada más, y pensó que era lo que menos importaba, a final de cuentas era solo ropa; miró a su alrededor para ver si debía tomar alguna otra cosa, y entonces sintió como si un rayo le hubiese caído encima; una hermosa fotografía de Mark con Ryu y Okami, descansaba al lado de su cama en un pequeño mueble. No importaba cuanto lo deseara… no podía marcharse.

      Maiya se acerco con pasos lentos hasta la fotografía, y sujeto con fuerza el portarretrato entre sus manos. El torbellino de sensaciones que había atacado su cuerpo en tan corto período de tiempo la hizo tambalearse y caer de rodillas sobre el suelo; una de sus manos se fue hasta su cabello, y mientras se mordía el labio inferior  y su barbilla temblaba ante el esfuerzo de contender las lágrimas dentro de sus ojos, su yo interno gritaba ¡BASTA!

      Basta de toda esta mierda, de sentirse débil y asustada ante lo desconocido, de esconderse tras una puerta, de querer llorar a cada cinco minutos… y de querer escapar cada dos, pero sobre todo, de sentir lástima por ella misma; porque ella no era así. Maiya Franco era una mujer valiente, que confiaba en sí misma, que se tenía en alta estima, que era testaruda, que no se doblegaba ante los retos, y… bueno, a final de cuentas, una mujer normal con tantas tristezas en su vida como alegrías.

      -La vida no es perfecta… pero de eso se trata-. Dijo finalmente, haciendo que su barbilla por fin dejara de temblar.

      Maiya se limpio las lágrimas que finalmente habían vencido a sus ojos y ahora caían por sus mejillas, se puso de pie, volvió a colocar la fotografía en su lugar, y luego respiro lenta y profundamente un par de veces; necesitaba tranquilizarse, y este tipo de ejercicios con la respiración se suponía eran infalibles. Sin embargo, un resoplido de frustración salió de sus labios; no, ella no necesitaba meditación, porque como ya se había dicho antes a sí misma, no era esa clase de chica; por lo que se dio la vuelta, rio por lo bajo al ver la maleta, caminó hasta ella,  vacio todo su contenido en el suelo, tomo unas cuantas prendas, y se fue directo a cambiarse.

      Al salir del cuarto de baño tenía una actitud completamente diferente; joder, ella no había entrenado como loca durante casi un año y medio, estilo seré sobreviviente incluso de un apocalipsis zombi, para ahora sentarse a llorar como una niñita, o hacer me-di-ta-ción… no, ella lo que necesitaba era agarrar a golpes algo, incluso romperlo si fuera necesario; y como desafortunadamente no podía hacer eso con el neandertal objeto de su frustración, por lo menos si calmaría su mente (y músculos) en el gimnasio de la casa, al cual se dirigió completamente convencida de darle un muy buen uso el resto de la mañana.

PredestinadosWhere stories live. Discover now