CAPITULO XL

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31 de octubre del 2013

         

       El tiempo transcurría de forma normal en los relojes; pero Maiya se había quedado congelada… su cerebro acababa de sufrir una parálisis, y su cuerpo estaba anclado al suelo. Su subconsciente, en más de una ocasión le advirtió que esto podía pasar; pero ella pensaba que esta idea surgía en realidad de la esperanza que aún conservaba. Sin embargo, cuando Robert comenzó a ganar terreno tanto en su corazón como en sus pensamientos, la idea se fue desvaneciendo para convertirse en una ilusión del pasado… la cual ahora estaba frente a ella.

       Al notar el estado en que estaba la mujer de su vida, Alejandro sujeto con mayor firmeza pero sin lastimar su mano, y después la atrajo por completo contra su cuerpo, rodeándola en un abrazo, y sumiendo su rostro entre su cuello.

       -Lo sé todo Maiya.

       Cuantas veces Maiya se había quedado dormida soñando escuchar esas palabras, vivir ese momento, fundirse en sus brazos y dejar que el mundo girara sin que a ella le importara o le afectara. Alejandro se convirtió en poco tiempo en un hombre importante en su vida, supo la forma exacta de ganarse su corazón y ella lo amaba… pero ahora… ¿Ahora que sentía?

         Sus emociones continuaban en un vaivén difícil de comprender, y su cuerpo se movía como una marioneta entre los brazos de Alejandro, quien intentando no llamar la atención había empezado a seguir el ritmo de música, sin decir una palabra más, haciendo gala de su paciencia, e intentando darle el apoyo necesario no solo físico sino emocional que necesitaba.

        Pero todas las preguntas que atormentaban a Maiya en su interior, pronto no solo causaron estragos en sus emociones, su cuerpo estaba sufriendo un ataque de pánico, y la verdad es que era completamente justificado; Alejandro se había ido a meter a la cueva del lobo. Literalmente.

         Un sudor helado que le traspaso hasta los huesos, comenzó a ocasionar espasmos involuntarios. Alejandro al darse cuenta de esto la sujeto con más fuerza contra su pecho, e intento relajarla acariciando suavemente su espalda; pero lo cierto es que todos estos detalles, lejos de ayudar solo empeoraban la situación ¿Acaso las cosas podían ser peores?. Por su puesto, maldita ley de Murphy.

           Robert sonreía sin ganas, y asentía a la mayoría de las preguntas que su acompañante le hacía, aunque la verdad es que no tenía ni idea de que estaba hablando esa extrañamente encantadora mujer. No es que quisiera ser grosero, pero esa noche era una noche especial entre él y Maiya, y todo estaba saliendo perfectamente bien… hasta ahora; por alguna extraña razón en cuanto su mano se alejó de la de ella, su instinto se puso en alerta. Entonces la vio. Sin duda alguna, pensó para sí, Dios lo amaba y el destino le sonreía, porque no se explicaba de otra forma el que estuvieran predestinados; Maiya era la mujer más hermosa que él jamás hubiese conocido.

          Pero todos sus temores pronto se vieron justificados, Maiya estaba bailando con alguien más, y aunque la idea de que otro hombre pusiera sus manos en ella podía sacar su lado salvaje, en ese momento lo que realmente le afecto fue notar la postura que ella tenía; prácticamente se estaba moviendo solo por inercia y su cuerpo parecía estar totalmente rígido. Sin embargo, lo peor fue cuando sus ojos finalmente se cruzaron; él la vio, pero ella estaba completamente perdida.

         Alejandro se dio cuenta rápidamente que el estado de Maiya lejos de mejorar, parecía empeorar.  Él entendía la sorpresa que significaba haberlo encontrado en ese lugar, pero de alguna forma había tenido la esperanza de que su reacción fuera diferente. Aunque para ser honestos, ella era la que parecía ser otra.

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