CAPITULO XXIII

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30 de agosto del 2013

      Maiya se detuvo en el marco de la puerta, y observaba como Mark empacaba sus últimas cosas. El niño tenía el rostro serio, y aunque se dio cuenta de la presencia de ella, prefirió no voltear a verla.  Su humor había ido de mal a peor durante esos días.

     La tarde en que Maiya le regresó el anillo a  Alejandro, las cosas continuaron de forma rápida e inesperada. Robert  le prometió que de  momento, pero solo de momento, no le diría a Mark que él era su verdadero padre, cosa que Maiya agradeció, pues estaba segura que eso podría causarle un impacto negativo; sin embargo, desde aquella noche, durante la cena, luego de que el niño se molestara al saber que cenaría con ellos, Robert se encargo de dejarle muy claro que se tendría que acostumbrar a su presencia, y que no quería que en esa casa se volviera a nombrar a Alejandro.  Mark al ver que Maiya no decía nada al respecto,  literalmente sufrió un ataque de ira, que trajo como consecuencia su transformación a lobo; aprovechándose de eso, se dispuso a dejar salir todo su coraje haciendo una rabieta monumental, durante la cual la pobre mesa de la cocina quedó reducida a añicos. En los siguientes días, las cosas no cambiaron mucho; Robert al entender que el lugar no ayudaba tomando en cuenta que esta vida que tenían había sido Alejandro quien la construyo para ellos, decidió dar un paso más, exigiéndole a Maiya que se mudaran.

     -¿Seguirás molesto conmigo?-. Preguntó Maiya casi a forma de susurro; Mark dejó por un momento de empacar, pero luego retomo la tarea ignorándola por completo. –Yo sé que no lo parece, pero… después entenderás que esto es lo mejor…

     -Al principio…-. Mark suspiro y finalmente le dirigió la mirada. –Alejandro no me gustaba, pensé que él haría que te olvidaras de mí. Pero ahora me cae bien.

      -Robert también puede caerte bien-. O al menos rezaba por ello; sinceramente deseaba que eso de “la sangre llama” tuviese algo de cierto, porque de lo contrarío no tenía idea de que iba a pasar.

     -Ni siquiera a ti te cae bien, no entiendo porque ahora está siempre con nosotros…

      Aquella afirmación dejo pensativa a Maiya. Era cierto, a ella no le caía bien, prácticamente no le conocía, y lo poco que habían convivido no eran exactamente los mejores momentos de su vida. Pero no por eso permitiría que su hijo odiara a su padre; después de todo, algo bueno debía tener el sujeto.

    -No digas eso… deberías darle una oportunidad, quizás si…

    -Mamá, cuando estabas con Alejandro todo el tiempo sonreías; ahora…

     -Ahora también lo hago. Vez-. Maiya dio una gran sonrisa, aunque por dentro escucho como su corazón temblaba; y una lágrima traicionera intentaba asomarse por su ojo derecho. Para su buena suerte el timbre de la puerta le salvo. La mudanza había llegado.

   

    

2 de septiembre del 2013

     Robert entró a la habitación del hotel; eran cerca de las nueve de la noche y acababa de dejar a Maiya y Mark en el aeropuerto. Se acerco al mini bar, se preparó un trago, y finalmente se sentó en la cama, mientras miraba indeciso el sobre que Maiya le había entregado antes de que se fuera; “Quizás quieras conservar esto”  había dicho ella algo insegura. Al abrirlo no puedo evitar que una sonrisa se dibujara en su rostro, se trataba de fotografías y documentos que pertenecían a Mark; copias del acta de nacimiento, algunas calificaciones de la escuela, papelería de la adopción, y una memoria con la inscripción de “más fotografías”; rápidamente Robert fue por su portátil, se acomodo en la cama, y se dispuso a ver las fotos.

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