La noche del cumpleaños de Gabriel

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Durante toda la tarde, la congregación estuvo celebrando a Gabriel en la casona. Cerca de diez pasteles de cumpleaños le llegaron como regalo de parte de algunas de las hermanas de la iglesia, que lo admiraban por su rectitud, y de otras que, en secreto, les era atractivo como hombre, cosa que jamás se sabría.
Mientras duró el festejo, tomaron vino con moderación, pues la mayoría solo bebían gaseosas o jugos; muchos de ellos se habían rehabilitado del alcohol al entrar a la religión y otros, que preferían mostrar una imagen recta ante los hermanos, decían no beber jamás.
Poco a poco los invitados se fueron retirando tras una larga jornada dominical, en la que disfrutaron de los primeros rayos del sol que ofrecía la cercana primavera.
Lucía se encontraba en la cocina junto a tía Corina y Juana, terminaban de lavar los últimos platos de la comida, mientras que el festejado en compañía de su padre y esposa, despedían a los invitados en la entrada, eran admirados y respetados por la comunidad religiosa.
Por su parte, Boris durante toda la jornada estuvo sentado junto a unas chicas alborotadas por su presencia, pero en realidad, solo se dedicó a chatear con sus amigos y a planificar salidas durante la semana. En su mente tenía claro lo que haría para que Lucía no le ganara, pues ya no le era agradable que esa mujer lo tratara de forma tan despectiva.
Se paró y, sin que nadie se diera cuenta, fue hasta la bodega de la casona en donde almacenaban todo tipo de provisiones para la familia, era un lugar bastante amplio; con varios estantes llenos de productos enlatados, sacos de harina, diferentes tipos de alimentos y lo más importante que era lo que buscaba Boris: alcohol. En el fondo de la bodega encontró unas cajas con botellas de buen vino y, para su sorpresa, quedaba una botella de ron bien escondida que de seguro Juana utilizaba para sus preparaciones en la cocina. La tomó y la escondió entre su ropa para luego salir raudo del lugar sin ser descubierto.
Corrió por el pasillo y, antes de siquiera cruzarse con su padre, subió hasta su habitación en donde guardó la botella debajo de su almohada. Luego tomó su celular y buscó a Gabriel entre sus contactos de WhatsApp.

“Quiero celebrar solo contigo, bro…
Te espero en un rato más en la habitación. ¡No Faltes!”

Boris había decidido celebrar a solas con Gabriel, principalmente para molestar a Lucía, tarde o temprano ella se enteraría de que habían pasado tiempo juntos.
Gabriel, al recibir el mensaje, cambió la expresión de su cara; pasando del cansancio a una notoria alegría. Pensó de inmediato cómo sacarse de encima a su novia, por lo que decidió decirle que debía organizar algunos asuntos para la siguiente adopción en el orfanato que sería pronto.
Ante esto, a Lucía no le quedó otra que irse a su casa, pensando en lo maravilloso que era su prometido al estar tan dedicado a los niños huérfanos en el día de su cumpleaños.
Poco a poco, todos en la casa se fueron a sus dormitorios a dormir. Boris escuchaba música, mirando por la ventana y, a pesar de estar decidido a enfrentar a Gabriel, no podía disimular sus nervios, ya casi no le quedaban uñas por morderse.
De pronto, lo vio entrar en la habitación. El corazón se le detuvo, ahí estaba el hombre que le provocaba tantas emociones juntas.
―Pensé que ya no ibas a celebrar conmigo ―dijo Gabriel acercándose a la ventana―. ¿Sigues enojado? ―Le tocó el hombro, Boris permanecía inmóvil, los nervios le impedían reaccionar.
―Eh… No… Yo… ―balbuceó sintiendo una corriente ante la cercanía de Gabriel―. Tengo algo para ti, ya no estoy enojado… creo. ―Reaccionó y se puso de pie, fue hasta su cama y sacó la botella que tenía guardada.
―¿Ron? ―Gabriel sonrió al verlo, estaba asombrado, pero le parecía tierno ver a un chico en pijama, entregándole una botella de alcohol.
―Sí, es por tu cumpleaños. ―La sonrisa de Boris era deslumbrante―. Para que celebremos ―añadió, poniendo la botella en manos del festejado.
―Pero, tú eres menor de edad y… ―respondió Gabriel, quien parecía no estar seguro de la situación.
―Y nada… ―interrumpió Boris―. Vamos a celebrar. ―Continuaba sonriendo.
―Está bien… solo porque no quiero seguir distanciado ―repuso Gabriel, al tiempo que abría la botella―. Bueno, supongo que es sin vaso ―agregó riéndose, mientras que se sentaban en el piso, cerca de la ventana.
―Feliz Cumpleaños, Gabo… ¡Tienes diez años más que yo! ―Boris tomó la botella y le dio el primer sorbo ante la mirada de Gabriel, que después bebió el siguiente trago.
Así estuvieron por mucho rato, cada cierto tiempo bebían un sorbo de ron y luego conversaban de algún tema que querían conocer del otro. Hablaron de su infancia, religión, política, la escuela, deportes, la familia y luego repetían algún tema. Se rieron de tonteras y olvidaron que habían estado enojados. Gabriel no quiso decir que lo había visto junto a un chico en la disco gay, de lo contrario, quedaría en evidencia que los había seguido y estaba bastante a gusto disfrutando el momento.
Poco a poco, el alcohol comenzó a surtir efecto en ellos, quienes trataban de no hacer ruido para no despertar a nadie. Al día siguiente comenzaba una larga semana de trabajo y escuela, pero a Boris no le parecía importar, estaba contento, bebiendo con el hombre que lo enloquecía. Le encantaba ver que ya no era ese empaquetado chico perfecto de la iglesia, frente a él ahora estaba un joven alegre que disfrutaba de la vida como cualquier otro. Estaban tendidos de espalda mirando el techo.
―¿Sigues celoso de Lucía? ―preguntó Gabriel, visiblemente mareado. Ya quedaba poco ron en la botella.
―Ella me odia y no sé qué le hice ―respondió Boris, volteando su rostro hacia Gabriel.
―Es insegura, a veces me agobia. ―Gabriel parecía sincerarse con el alcohol―. No es mala, pero siente que yo le pertenezco, y ahora ya no puedo dejarla ―agregó, haciendo alusión a lo que había sucedido entre ellos.
―No estás obligado… Nadie lo está. ―Boris podía sentir que, al parecer, Gabriel no era feliz en su relación.
―Yo no puedo fallar, todos esperan mucho de mí. No sabes ―dijo Gabriel con seriedad. Pensaba en algo más, pero no quiso decir qué.
―Ahora me tienes a mí. ―Boris tomó la mano de Gabriel en un acto de valentía y desinhibición―. Hasta celoso me pongo, pero me imagino que son cosas de niño ―agregó, tratando de disimular.
Se produjo un silencio, ambos estaban de la mano y conectados por primera vez por tanto rato. El tiempo se detuvo para los dos y desearon que permaneciera así por mucho más.
―Cosas de niños ―pensó Gabriel en voz alta. Le apretó la mano mientras el corazón de Boris permanecía acelerado.
Tras otro minuto de silencio, Gabriel volteo hacia él, dejando su cara cerca de la suya. Respiró más fuerte de lo habitual y pudo sentir el aroma de su piel. Rozó su nariz con la mejilla de este, que se quedó inmóvil, preso de los nervios.
Una corriente le erizaba la piel. De un segundo a otro tenía a Gabriel encima de él, sus labios estaban demasiado cerca y sus ojos se conectaron, dejando ver una mezcla de miedo y deseo. sus corazones latían fuerte, pero ninguno pudo contenerse, ya que se acercaron cada vez más hasta que sus labios entraron en un suave contacto.
Por fin Gabriel lo besaba, apasionado, y aquella corriente aún recorría sus cuerpos liberando la energía contenida desde que se vieron por primera vez. Gabriel no pudo luchar más con sus impulsos y siguió besándolo por largo rato, lo mantenía abrazado contra el piso, sintiendo su delgado cuerpo. Boris estaba extasiado, el sabor de los labios de aquel hombre lo enloquecía y no quería soltarlo.
―¡No! ―exclamó Gabriel y lo soltó de golpe, reaccionó ante lo que hacía y la culpa se apoderó de él.
Boris permanecía tendido sin saber qué hacer, no entendía bien qué le pasaba y miraba a Gabriel mientras él se ponía de pie con esfuerzo.
―No podemos ―sentenció Gabriel. Se sentó en su cama con las manos en la cabeza, mientras comenzaba a llorar―. Señor, no puedo… yo no ―oraba entre sollozos, ante la incrédula mirada de Boris.
Gabriel se dejó caer de rodillas junto a su cama.
―¡Padre amado, que cuidas de tus siervos! ―exclamó mientras continuaba llorando en un estado casi descontrolado―. No me dejes caer en pecado… Cuida de tu hijo amado. ―Se escuchaba que susurraba mirando al cielo.
Boris no supo cómo reaccionar, pues había pasado de estar besando al hombre que le gustaba, a verlo abatido de rodillas en el piso implorando por no caer en el pecado.
Se quedó tendido en el suelo, mientras Gabriel continuaba en su desesperada plegaria suplicando salvación. La mezcla de alcohol, nervios, sueño y desconcierto hizo que se quedara dormido ahí mismo sobre la alfombra, olvidándose de lo sucedido.
Por la mañana, cuando sonó la alarma de su celular para ir al colegio, Boris se sentó de golpe con un fuerte dolor de cabeza. Recordó lo ocurrido y miró hacia todos lados, pero Gabriel no estaba. No había pasado la noche en la habitación.


El Hijo del Pastor ©️ [ Disponible en físico  ]Kde žijí příběhy. Začni objevovat