El pasado de Corina

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Con todo el alboroto que se había formado en la cocina, no tardaron en llegar Gabriel y Abner para ver qué sucedía. El paisaje no era alentador, pues tía Corina se encontraba medio desmayada en los brazos de Juana quien, con fervor, le daba aire con la biblia y murmuraba una oración, implorando al cielo para que no fuese la hora final de la mujer a la cual había criado desde que llegó a trabajar con la familia.

―¿Qué está pasando aquí, don Armín? ―intervino Gabriel, confundido e intentando ayudar a la tía, que se incorporaba con torpeza.

―¡Ya no soporto encontrarme con esta mujer y no escupirle unas cuántas verdades en la cara! ―contestó el enfurecido hombre.

―¡No, mi señor, no es necesario humillarla! ―suplicó Juana, sumisa―. La niña Corina ya ha pagado muy caro... Déjela en paz, por favor ―insistió, con los ojos llorosos.

―¿A qué se refieren? ¡No entiendo! ―exclamó Abner, intentando comprender.

―La niña Corina... ―repitió Armín, con sarcasmo―. Juana, siempre has sido fiel a tus jefes y es admirable. ―Miraba a la empleada, en tanto Corina recibía un vaso de agua―. Pero no puedes negar que esta mojigata tiene un pasado y una deuda con mi familia. ―Se acercó a ellas con mirada amenazante.

―¡Yo era muy joven! ―se defendió Corina, con las manos en la cara. Sentía vergüenza.

―¡Sí, eras joven y una suelta! ―respondió el Anciano, apuntándola ante la mirada incrédula de Abner y Gabriel―. ¡Nunca olvidaré que, por tu culpa, ya no tengo a mi hijo! ―Armín contuvo sus impulsos de querer golpearla.

―¿Qué es todo este escándalo? ―Apareció Marta, somnolienta―. Me han despertado de la siesta ―se quejó, sin comprender la situación.

―¿Recuerdas que tu madre no podía controlarte cuando te escapabas con los muchachos por las noches? ―Armín la veía con desprecio―. ¿Se te olvida que yo ayudé a tu padre cuando te quedaste preñada? ―exclamó, sin compasión.

―¡Basta, por favor! ―suplicó Corina, desvanecida entre los brazos de Juana.

―¿Ahora te haces la santurrona? ―Armín caminó hasta la puerta de la cocina―. ¡Después de que por tu culpa mi hijo se quitó la vida! ―gritó, como dejando salir un odio contenido por mucho tiempo―. ¡Nunca te lo perdonaré y mereces haberte quedado seca por dentro! ―La apuntó y luego se retiró del lugar, dando un fuerte portazo a la salida. Corina quedó llorando desconsolada, alrededor de ella solo había miradas confusas.

―¿Es cierto todo lo que dijo Armín? ―preguntó Abner, acercándose a su hermana.

―¡Déjame, no quiero hablar! ―gritó la mujer, entre sollozos, y salió corriendo en dirección a su habitación, para evitar que siguieran haciéndole preguntas incómodas.

Se encerró y se sentó al borde la cama a llorar su amargura, por un largo rato, luego se puso de pie y caminó con pocas fuerzas, hasta un escritorio que tenía cerca de la ventana.

Tomó una cajita de madera que tenía un candado y la abrió con las manos temblorosas. Allí dentro encontró una fotografía de un hombre joven y apuesto.

Se perdió en los hermosos ojos verdes de aquel muchacho, los recuerdos de sus dulces labios carnosos, el roce de su barba y el aroma de su piel invadían su mente. Era como si Armín hubiese desenterrado ese pasado que ella ocultaba con tanto dolor. El eco de sus memorias comenzó a venir a su mente y las lágrimas caían por sus mejillas.

Era una noche de 1987.

Boys, Boys, Boys... I'm looking for a good time...! ―Corina iba al ritmo de la letra de su canción favorita frente al espejo. Se arreglaba para salir y quería dejar su cabello lo más a la moda posible, como en las revistas que miraba con sus compañeras de colegio. Se aplicaba gran cantidad de gel para fijarlo y obtener un aspecto desordenado y voluminoso―. Boys, Boys, Boys... Get ready for my love! ―continuaba cantando con la radio a todo volumen e imitando los movimientos de Sabrina Salerno, la cantante del momento y a la cual le copiaba el estilo.

El Hijo del Pastor ©️ [ Disponible en físico  ]Where stories live. Discover now