El jefe

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El camino se hizo interminable para Gabriel, que condujo a toda prisa por la ruta que lo llevaba hasta el lago en donde vivía Armín Betancourt junto a su esposa. Tardó mucho menos tiempo del habitual en llegar hasta el lugar, donde fue recibido por el mayordomo de la casa y conducido directo hasta la terraza. Allí se encontraba el Anciano de la iglesia, sentado en un sillón de madera, contemplando el paisaje en silencio.

―Señor, ¿necesita algo más para la reunión? ―consultó el mayordomo, luego de anunciar al invitado.

―No, así estamos bien ―contestó Armín, con un tono de voz triste―. Que nadie nos interrumpa y, por favor, no descuiden a Helena ―ordenó, dejando una taza de café vacía sobre una mesita de vidrio.

―¿Qué ha sucedido don Armín? ―Gabriel estaba intrigado―. ¿Por qué me ha llamado tan urgente? ―Notaba algo extraño en su comportamiento.

―Es mi esposa, Helena, que cada día la noto más deteriorada en su salud ―comentó, con preocupación―. Creo que en cualquier momento podría empeorar, por lo que vamos a necesitar echar a andar el plan que teníamos trazado con Abner. ―Se puso serio―. El problema es que he notado que se les ha ido de las manos el mantener al producto... ―Suspiró profundo―. Digo, al muchacho ese, que es su hijo y que no han podido controlar. ―Lo miraba con atención.

―Puede estar usted tranquilo, ese tema lo tengo bajo control ―respondió Gabriel, de inmediato―. No ha sido fácil, pues sucedieron cosas que no estaban en nuestros planes. ―Intentaba verlo a los ojos, pero el hombre le provocaba algo de temor―. Como lo digo, está en mi poder y, cuando lo requiera, tendrá lo que necesita para salvar a su esposa ―aseguró, con confianza.

―El corazón... eso es lo que necesitamos ―afirmó Armín, brusco―. De ese trasplante depende la vida de mi mujer y sabes bien que pagaré una fortuna ―agregó. Se puso de pie, ante la atenta mirada de Gabriel―. Abner se comprometió a darme lo que pido y él mismo ofreció a ese mocoso, exclusivamente para mi familia ―enfatizó, con un tono arrogante―. Los otros huérfanos del hogar están para los pedidos que hacen los más influyentes en el extranjero. Esos no los podemos tocar o seremos nosotros los muertos... ―Sus ojos estaban clavados en los del joven, que escuchaba atento―. Así es que debes cumplir con el trato pactado. ―Miraba en dirección hacia la casa, en la ventana de una habitación estaba su esposa, mirando hacia el lago―. Ella no sabe nada sobre esto, nada de lo que hacemos... Ella es una mujer bondadosa y solo debo salvarla, no puede morir. ―Su voz nuevamente estaba triste.

―No le fallaré, don Armín, puede contar conmigo para tener a su esposa más tiempo a su lado. ―Gabriel se puso de pie y se paró al lado del Anciano―. Seré yo mismo quien obtendrá lo que necesita, en nuestras nuevas instalaciones ―aseguró, orgulloso.

―Muy bien muchacho, me gusta tu actitud. ―Armín le sonrió, como pocas veces lo hacía―. No le temes a nada para conseguir tus objetivos―. Yo era igual cuando joven y ya ves todo lo que he logrado. ―Suspiró y se acomodó el sweater de hilo rojo que llevaba puesto.

―Espero un día tener tanto poder como usted lo tiene, señor. ―Los ojos de Gabriel se iluminaban al pensar en ese tema.

―Si sigues así, quizás un día ocupes este puesto, tal vez antes que Abner... ―Armín lo animaba a continuar con su empeño―. Después de todo, los Ferrada no sacaron la inteligencia de su difunto padre, solo disfrutan el lugar que él les heredó ―añadió con algo de molestia―. Si mi viejo amigo estuviera vivo, las cosas serían más grandes aún. Ambos comenzamos este negocio de las iglesias ―recordaba, con la mirada perdida.

―Bueno, pero Abner y tía Corina han logrado mantener el prestigio de la familia... ―dijo Gabriel, pensando en lo que veía desde que lo habían encontrado.

El Hijo del Pastor ©️ [ Disponible en físico  ]Where stories live. Discover now