La mañana del cumpleaños de Gabriel

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A las ocho de la mañana del domingo, comenzó el movimiento en la casona de los Ferrada. Con el ruido de todos corriendo por los pasillos, Boris no necesitó de una alarma para abrir los ojos. Si había algo en el mundo que detestaba, era levantarse temprano los domingos, pero no tenía de otra, por lo que saltó de la cama para prepararse e ir al lugar que menos le agradaba; el culto dominical.

Se puso un traje deportivo para sentirse cómodo y bajó raudo a tomar desayuno, antes de que partieran hasta la iglesia. Al verlo en la cocina, tía Corina casi quedó infartada con su aspecto tan desgarbado.

―¡Ay, por los Jinetes del Apocalipsis! Esa no es forma de ir a la casa del Señor ―exclamó la tía con cara de gallina atorada. Sus ojos estaban abiertos a su máxima expresión. Ella vestía de forma elegante y recatada, no se le veía ni un pedazo de piel entre tantos encajes en el cuello y los puños.

―Boris, quizás sea adecuado que te pongas algo más formal. ―Abner intervino, mientras se hacía el nudo de la corbata junto a la estufa.

―Pero... No le veo lo malo a mi ropa. ―Boris se miró para comprobar que estaba correctamente para un domingo―. No creo que a Dios le importe ―afirmó, pensando en que la ropa no debería ser importante en estos casos.

―Debes presentarte con lo mejor que tengas ―insistió Corina, quien terminaba de guardar su himnario en la cartera―. Siempre pulcro para nuestro Señor ―finalizó la mujer, mirándolo como si vistiera con trapos sucios.

―Anda, Boris... Busca algo lindo arriba. ―Marta le guiñó un ojo desde un rincón de la cocina, parecía entenderlo, pero para evitar discusiones le dio la orden de subir.

―Está bien, tía Corina, me pondré lindo ―respondió Boris sonriéndole a Marta, la que bebía un tazón de café.

Fue así como tuvo que subir y buscar entre sus cosas algo que fuera adecuado. Recordó que traía el traje de la última fiesta de gala de su antiguo colegio, así es que supuso que mientras más elegante fuera, más felices estarían todos y el Señor, obviamente. Se puso un esmoquin azul con cuello y corbatín negro, se peinó con gel y se perfumó como si se tratase de la entrega de algún premio. Se veía estilizado, su figura delgada y alta lo hacían parecer un príncipe de cuentos; se miró en el espejo y soltó una carcajada al verse vestido así solo para ir a un culto.

―Ok... Estoy listo.

Boris apareció de imprevisto en la cocina. Todos quedaron con la boca abierta al verlo tan guapo y elegante. El cambio era impresionante a cómo se veía vistiendo ropa deportiva un rato atrás.

―Pareces un ángel, mucho mejor ahora, sobrino. ―Corina lo tomó del brazo, llena de orgullo y se alistaron para partir.

Subieron al auto y partieron rumbo a la iglesia. Abner había recibido un mensaje de Gabriel, el cual decía que había partido temprano para tener todo preparado. Todos estaban maravillados ante su gentileza, menos Boris, quien sabía que eso era una mentira. Gabriel no había pasado la noche en la casona y seguramente se había quedado con Lucía, así es que, para despistar, se tuvo que ir temprano hasta el templo.

Como de costumbre, estaba lleno de vehículos estacionados en la entrada del recinto. Todos los hermanos se saludaban en la entrada y, efectivamente, la gran mayoría estaba vestido de manera formal; los hombres se veían de manera tradicional con sus trajes, pero las mujeres tenían un aspecto retrógrado, incluso algunas llevaban velos que cubrían sus rostros. Para Boris era casi una ridiculez, pero prefirió no decir nada para evitar problemas.

Cuando se bajaron del vehículo, todas las miradas se fueron directo hacia el hijo del pastor, ya que Boris resaltaba de entre todos los jóvenes que estaban en el lugar. Él solo atinó a sonreír a pesar de la incomodidad. Un grupo de niñas se acercó a saludarlo, todas alborotadas haciendo sonar sus panderos con cintas tricolores mientras se movían.

El Hijo del Pastor ©️ [ Disponible en físico  ]Where stories live. Discover now