Capítulo 40

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Dejando la puerta completamente abierta y con el camino libre para que él entrara, Vanesa retrocedió siendo seguida por su viejo amigo.

—Vete, vete ahora.

—No.

—¡Vete ahora de mi casa, Max! —Y sus ojos se llenaron de lágrimas que rápidamente escaparon bajando velozmente por sus mejillas.

—¿Qué… por qué lloras?

—¡Déjame sola! —Él enfureció, no era consciente de todo lo que había provocado. Solo la quería a ella, a nadie más, y si Vanesa no podía corresponderle a él, no sería a nadie más. Mucho menos a alguien como Tom.

La tomó de los hombros y la sacudió con fuerzas.

—¡No te he hecho nada! ¡Nada! Eres tú quien me lastima. ¡No te he hecho nada! —Ambos sabían que eso no era cierto en lo absoluto, pero él estaba borracho, igual que hacía dos años atrás cuando había ingresado a su casa y la había acorralado, acosándola.

—Está vez no pienso permitir que rompas contra mi cabeza cualquier juguetito que encuentres. —El corazón de Vanesa se encogió, estaba mucho más aterrada que antes. Max ya no era un niño, tenía la misma fuerza que podía sacar su padre, quizás incluso más.

—Maximiliano —susurró mordiéndose luego los labios. Si tenía que correr, correría, si tenía que romper un ladrillo en la cabeza de Max, lo rompería, no importaban las consecuencias, no importaba cuánto daño pudiese hacerle a él. Lo odiaba, lo detestaba con todas sus fuerzas.

Al retroceder, el sillón se interpuso en su camino y el pelinegro aprovechó para correr en su ataque. Vanesa se revolvió de un lado a otro bajo su cuerpo pesado, chilló hasta sentir cómo su garganta era desgarrada.

No permitiría que Max le tocara un solo pelo, pero estaba resultando bastante difícil conseguirlo, él no la dejaba mover más que sus manos, y por mucho que intentase arañarle el rostro, Max la esquivaba con mucha facilidad.

—¡Suéltame, suéltame imbécil!

—Deja de gritar.

—¡No, lárgate de aquí, no me toques, asqueroso! —Vanesa vio cómo la mirada de Max se oscurecía y la clavaba en ella con rencor. Él no iba a soltarla, estaba completamente segura de ello, entonces las lágrimas que se habían detenido por momento volvieron a salir sin control.

Iba a matarlo, no le importaba absolutamente nada. Cuando la dejara en paz, ella misma se encargaría de ello. No iba a quedarse callada como ya lo había hecho una vez antes, Max no lo merecía.

Vanesa buscó hacia el lado algo con qué poder defenderse, pero no había nada más que un mando de televisor a un par de metros de sus cuerpos. No iba a alcanzarlo.

Max tironeó su camiseta de un lado a otro y se inclinó para morderle el cuello con rabia. Vanesa cerró los ojos y con fuerzas comenzó a empujarlo de sus hombros.

—Max, Max, déjame… soy tu amiga, ¿porqué lo haces?

—No eres mi amiga, ni mi amiga, ni mi novia. Tom lo es, y sé que va a molestarse mucho cuando toque lo que le pertenece. —Estaba más que claro, él estaba completamente loco y fuera de sí.

—Déjame.

—¿No lo entiendes? —Antes de que ella pudiese responder algo, Max la besó en la boca traspasándole ese desagradable sabor a vodka y ese olor a cigarro que llevaba impregnado hasta en el cabello.

Vanesa comenzó a sufrir fuertes arcadas, aún así, Max no quiso apartarse de su boca y rebuscó bajo su camiseta para tocarla con sus manos.

Ni siquiera se percató cuando ella lo mordió, estaba demasiado borracho, y por alguna razón, saber que estaba haciéndole daño a Vanesa le agradó.

Ella dejó de luchar y cerró los ojos esperando a que él se detuviera por cuenta propia, pero durante varios minutos, no lo hizo. Ni siquiera le estaba correspondiendo el beso, pero eso a él parecía no molestarle.

Se sintió derrotada y luchó un par de segundos más, hasta que Max retiró las manos de debajo de su ropa y fue directamente al suelo, cayendo de espaldas con fuerzas.

Él no había tropezado, alguien lo había tirado.

.

Vanesa se encogió en su puesto luego de ver el rostro enfermizo y furioso de su amigo, quien se abalanzó contra el cuerpo cansado de Max en el piso y le golpeó sin que éste pudiese defenderse bien.

Tom estaba irreconocible, ella nunca lo había tan enojado y descontrolado como lo estaba en esos momentos, y ni siquiera se calmó cuando Max no podía ni mantener sus ojos abiertos. Vanesa se ahogó con sus sollozos y lo llamó en tono bajo. Tom se detuvo sin apartar la mirada del mayor, adormilado y con el rostro herido. No es que Tom le hubiese dejado inconsciente, más bien había sido el exceso de alcohol en su sangre el que había terminado con él, pero Tom no estaba conforme, deseaba que despertara… él iba a matarlo en ese mismo lugar.

—Tom —Vanesa lo llamó, abrazando sus piernas con fuerzas. Él la miró enseguida. Un solo segundo bastó para olvidarse del chico en el suelo y fue con ella en su auxilio. Estaba aterrada, y lo abrazó con todas sus fuerzas, ocultando su rostro humedecido de su mirada.

Tom no supo qué hacer. Él había visto la expresión de desesperación de su amiga mientras Maximiliano la tenía acorralada. No había podido hacer nada, no se había podido defender ni un poco, ni lastimarlo…

Él lo había tomado desde la ropa y lo había dejado caer al suelo utilizando todas sus fuerzas. Luego había golpeado su rostro y su cuerpo hasta que no encontró más fuerzas y valor para seguir haciéndolo.

Sintió como las manos de su amiga se cerraban con fuerzas en su camiseta y la jalaban con desesperación.

—Vanesa —la llamó intentando apartarla un poco para que ésta lo mirara, pero ella se negó—. Vane, pequeña, mírame por favor.

—Lo odio, lo odio, Tom —él no contestó, no era necesario, lo sabía. Además, también lo detestaba más que a nadie—. Yo no le he hecho nada, absolutamente nada.

—Lo sé. —Tom enredó los dedos en su cabello y acarició su espalda de arriba abajo intentando calmarla, pero no funcionaba, Vanesa no quería calmarse tampoco. Él no se lo iba a exigir, si deseaba llorar y gritar, que lo hiciera cuanto quisiera—. Vanesa, mírame, necesito que me digas qué pasó. ¿Te hizo daño?

Aún así, ella no quiso abrir la boca. Lo mejor era no insistir, luego podrían hablar tranquilamente, primero ella necesitaba tranquilizarse y él… llamar a la policía.

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