Capítulo 24

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 Vanesa se mordió la lengua para no echarse a reír con fuerzas y ofenderlo. No era que Tom pareciera una especie de payaso o algo por el estilo, pero realmente se comportaba como uno.

Ya habían pasado días desde que no lo veía con aquellos artefactos tan horrendos encima. Se estaba comenzando a acostumbrar más a su imagen de "niño normal", sin anteojos o brackets enormes y llamativos.

No era que le hicieran ver como un ser espantoso del que todos saldrían corriendo ante su presencia, de hecho, a ella le encantaba esa faceta tan anticuada y pasada de moda que tenía su amigo.

—Hola —la saludó él, notablemente avergonzado.

Tom odiaba su apariencia, siempre lo había hecho, pero realmente ya no podía hacer nada, casi ni le importaba... hasta que había conocido a la pelirroja.

Vanesa le devolvió el saludo y lo invitó a pasar haciéndose a un lado. No podía quitarle la vista de encima, y no se daba cuenta de lo cohibido que le hacía sentir. Tom se encogió y deseó ocultarse bajo la ropa para que así ya no lo mirara.

—¿Pasó algo? —Él agitó la cabeza en señal de negación, pero Vanesa ya estaba aprendiendo a conocerlo bien y la sonrisa que le había regalado no era del todo sincera, especialmente porque Tom se cubrió la boca con una mano—. ¿Te comieron la lengua?

—Es que... —Enseñó sus dientes con disgusto.

Vanesa no entendió por qué Tom se avergonzaba tanto. No era la primera vez en su vida que losllevaba. Por otro lado, su dentadura no tenía nada fuera de lo normal.

Dientes lindos y pequeños opacados por artefactos plateados.

—Espera... —Ella se acercó más al rubio, obligándolo a mantener la boca abierta para verle los dientes—. Estos son distintos —Tom se encogió de hombros y suspiró.

—Están fijos —lloriqueó él, pasándose el dedo por los alambres.

Vanesa frunció el ceño e hizo un gesto de desagrado que obligó a Tom a sonreír.

—¿Duele?

—Mucho. —Sus labios estaban completamente heridos ya que aún no se acostumbraban al nuevo invasor. Sentía un fuerte dolor incluso en la legua—. Los pegaron y después ajustaron. Dicen que luego de unos días el dolor pasa, pero lo horrible es que todos los meses debo ir y sufrir por esto.

—¿Y cuánto tiempo deberás llevarlos? —Eso era lo peor de todo.

Tom cayó derrotado sobre el sillón, y junto a él se acomodó Vanesa con curiosidad sobre el nuevo tratamiento dental de su amigo.

—Unos meses... pero son horrendos.

—¡Oh, no, claro que no! A mí me gustan —contestó ella con toda sinceridad, haciéndolo sonrojar—. De verdad... además, están ayudando a tus dientes, no puede ser tan horrible.

Tom se encogió de hombros y cerró con fuerzas la boca. No podía dejar al estúpido aparato tranquilo en ningún minuto. Era demasiado molesto, y lo malo es que se estaba lastimando inconscientemente.

Se acomodó los anteojos.

A ellos ya estaba acostumbrado, siempre los había llevado consigo y no es que los necesitara realmente, no a todo momento. Lo ayudaban con la lectura, con las cosas realmente pequeñas, pero era esa misma costumbre la que le impedía quitárselos.

—¿Tú mamá? —Preguntó el rubio para romper el repentino e incómodo silencio en el que se habían sumergido.

—No sé. —Vanesa se acomodó y recostó sobre el sillón, poniendo relajadamente las piernas sobre las de su acompañante. Tom no dijo nada, mucho menos se quejó por ello.

—Debe estar con papá. Quién sabe y se fueron a un Motel por ahí. —Él la miró con el ceño fruncido, confundido—. ¿Qué?

—¿Por qué piensas eso?

—Porque es cierto, ambos son así —dijo Vanesa riéndose y cerró calmadamente los ojos—. Los oí hablar e insinuarse un par de cosas obscenas. De seguro no llegan hasta la noche, o en una de esas, hasta mañana. —Tom abrió los ojos, sorprendido.

Jamás hubiese imaginado a Vanesa diciendo algo como aquello.

En esa casa había demasiada confianza, pero de todas formas, agradecía que en la suya no llegase a tal extremo.

—Debo agradecer que mis papás sean más cautos, entonces.

—Estoy acostumbrada a ello. Hay noches en que debo gritarles desde mi cuatro que bajen el volumen de su voz, que sean un poco más discretos cuando hacen sus cochinadas. No es cómodo oír a tus padres en eso.

Tom guardó silencio algunos segundos y luego soltó una fuerte carcajada, aún sin poder creer lo que acababan de contarle.

No era tan extraño que eso sucediera, pero sí lo era que alguien les llamara la atención a sus propios padres por las noches.

Volvieron a guardar silencio, y eso le permitió oír la respiración congestionada de su amiga.

Tomó sus pies descalzos. Estaba fría.

—Vanesa —la llamó.

—Umm.

—Vanesa, estás helada.  —Ella asintió.

Su resfriado la tenía cansada y adormilada, sentía los ojos pesados y la nariz obstruida.

Abrió la boca para respirar mejor.

—Déjame, no tengo frío —se quejó juntando sus piernas.

Las manos de Tom eran tibias y suaves, y cobijaron sus pies para darles calor.

Aquel gesto podría haberle parecido extraño a cualquier persona que no lo conociera, pero a pesar de todo, incluido el poco tiempo que había pasado desde que ambos se conocían, él resultaba ser muy preocupado y amable. A Vanesa le fascinaba esa faceta de su amigo, especialmente cuando se comportaba así con ella. Sentía cómo se le aceleraba el corazón y las mejillas le ardían durante minutos.

No estaba segura de si Tom se daba o no cuenta de ello, pero realmente ya no le importaba demasiado. Siempre se sonrojaba por todo, aunque no hubiera razones para ello.

Por otro lado, el rubio se comportaba exactamente igual, y lo que Vanesa no sabía era que sus propias actitudes le hacían sentir a Tom de la misma forma que ella a él. Pero quizás era demasiado ciega para darse cuenta.

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