Capitulo 20

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Sentados en la misma heladería, el pelinegro hablaba sin detenerse. Por momentos Vanesa había creído incluso sentirse cómoda escuchándolo. Max se mostraba tan tranquilo, tan alegre. De verdad estaba contento por haberse reencontrado con su amiga, y por eso mismo, Vanesa se sentía culpable al no poder corresponderle.

Ella no podía volver a verlo de la misma forma, no se sentía bien, no lo quería, y aunque intentaba escucharlo, intentaba comprenderlo, no podía.

Se sentía culpable, como si fuese ella la mala en aquella historia, y aunque sabía bien que no lo era, no podía evitar sentirse así por momentos.

Max sonreía y comía su segundo helado. Ella aún no acababa el primero, pero había perdido las ganas.

—Max —murmuró tratando de decir algo, ya que era solo él quien hablaba animadamente y estaba comenzando a sentirse un poco apartada, como si su viejo amigo estuviese conversando solo.

Su móvil vibró, exaltándola.

—¿Estás bien?

—Sí, dame un segundo —Vanesa rebuscó en sus bolsillos hasta que dio con su teléfono. Era Natalie quien le había enviado un nuevo mensaje. Se extrañó, pues ésta nunca lo hacía. Aún así, le dio a ver antes de que su amigo comenzara a preguntar.

¿Qué mierda ha sido eso? Tom dijo que no me preocupara, pero no puedo no hacerlo. Se quedó pensativo durante varios minutos y todavía no quiere decirme nada. ¿Qué tienes con el rubio éste?

¡Ni creas que mañana te salvas!  Adiós...  D=<

Vanesa rió disimuladamente, pero al alzar la mirada se encontró con Max inclinado por sobre la mesa, mirando con ella la pantalla de su teléfono.

—¡Ey! Eso no se hace —regañó quitando el móvil de la vista del chico.

—Perdón —Max regresó a su puesto, pero se mostraba serio y a Vanesa se le pusieron los vellos de punta,

Ahí estaba el Maximiliano celoso, ese que ella tanto odiaba.

—Tom, Tom. ¿Otra vez él? Dime, ¿qué tienes con ese feo? —Vanesa frunció el ceño y casi le gruñó cuando éste se atrevió a hablar así del rubio.

—Silencio.

—Vamos, dime, ¿qué tienen?

—¿Qué si hay algo? No es de tu incumbencia.

Vanesa, inconscientemente, apretó con sus uñas la piel de su mano derecha

—Vanesa, solo quiero saberlo. ¿Te gusta ese Tom? ¿Es por eso que no quieres acercarte a mí? ¿Es por eso?

—¡Deja de decir estupideces! —exclamó, soltando sin querer el poco de helado que le quedaba sobre la mesa—. Yo... ¿Qué quieres?

—¿Qué? —Max sacudió su cabeza—. ¿Por qué te pones tan nerviosa? Solo te hice una pregunta.

—Déjame —murmuró ella, moviendo el cono de galleta a un lado—. Solo déjame.

—Te gusta, ¿verdad? Por eso estás comportándote así. ¿Por eso no quieres darme una oportunidad? ¡Solo por ese... idiota!

—¡No! Tú no sabes nada, no sabes nada, así que no hables. —Max rió con burla, medio recostándose sobre su silla.

Vanesa estaba completamente sonrojada y molesta, él la conocía bien, ella no podía mentirle.

—¿Qué tiene ese que yo no? —Vanesa se puso de pie, y sin contestar, caminó hasta la salida.

El pelinegro la siguió entre trotes, no pensaba dejar esa conversación así. Exigiría explicaciones, aunque no las mereciera.

—¡Vanesa!

—Basta ya, no quiero hablar contigo.

—Pero yo sí. ¡Dime qué tiene ese tipo insignificante que yo no! No lo conoces bien, no vives aquí desde hace mucho tiempo.

—¿¡Y eso qué!? —Vanesa se volteó para enfrentarlo—. No tienes derecho a hablarle así, no lo conoces.

—Ni siquiera está aquí.

—¡Pero no hables así de Tom frente a mí! Lo haces una vez más y no te hablo nunca más en la vida —ella lo señaló con el dedo índice, mostrándose rabiosa y con ganas de lanzarse sobre Max para rasguñarle la cara.

—Te gusta.

—¿Y si es así qué? —Max bufó y soltó una risa llena de desprecio.

—No puedo creerlo.

—Pues no lo creas entonces, a nadie le importa.

Max siguió los pasos de Vanesa hasta su casa, no habían dicho nada más durante todo el trayecto.

Cuando se detuvieron en el jardín, ella se sintió estúpida al haberlo guiado inconscientemente hasta ese lugar.

—Oye.

—Lárgate.

—Yo te quiero. Vanesa —ella negó—. Sí, de verdad te quiero, y ese chico no va a quitarme lo que me pertenece.

—Lárgate.

—¡Me voy! ¡Me voy! —Gritó Maximiliano alzando los brazos con desesperación—. Pero no voy a permitir que un ñoño al que conoces hace un mes esté por sobre mí, no lo voy a permitir así como así. —Vanesa abrió la puerta de su casa y le dedicó una última mirada al pelinegro, quien la enfrentaba con la mirada como si deseara tomarla y llevársela con él, lejos de Tom.

—Tarde... —murmuró—. Porque el lugar que tú tenías se perdió hace tiempo, y Tom, en un mes a conseguido tenerlo sin necesidad de amarrarse a mí, pidiendo una amistad que hasta ahora me parece mucho más valiosa que la que alguna vez tuve contigo.

Y cerró la puerta con rabia delante de la cara del chico, quien quedó perplejo luego de escucharla.

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