Capítulo 73

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Tom lamentó el no haber llevado llaves. Golpeó con fuerzas la puerta y esperó con calma a que Simone le abriera la puerta.

Eran las nueve de la noche y ella se había quedado dormida sobre el sillón. Levantándose con calma, fue hasta la entrada y abrió.

—Tom... pensé que llegarías más tarde. —Él fingió una sonrisa, que para Simone resultó ser más como una fea mueca—. O incluso que te quedarías allá.

—Pero estoy aquí, ¿no ves? —Tom entró y cerró con fuerzas la puerta. Simone frunció el ceño, preocupada.

Algo le había sucedido al rubio, ella lo conocía demasiado bien y muy pocas veces adoptaba ese carácter.

—¿Todo bien?

—No, no realmente.

 —¿Qué sucedió? —Tom restregó con fuerzas sus ojos y su nariz, ignorando por completo la pregunta de su mamá—. Hijo...

—Nada, mamá... nada que te importe, ¿entiendes? ¡Últimamente nada está bien!

Simone lo siguió mientras él subía las escaleras, pero no alcanzó a detenerlo. Tom cerró con seguro la puerta de su habitación.

—Tom... ¿Qué sucede? ¿Qué te pasó?

—¡Nada!

—¡No me mientas! ¡Has estado llorando!

Ella lo oyó gruñir. Tom estaba frustrado y ella no podía comprender por qué. Esperaba que nada malo le hubiese sucedido.

—Tom... —insistió.

Él le quitó el seguro a la puerta y la abrió. Simone estaba esperando a que dijese algo, pero él no lo hizo. Simplemente la miró y a ella se le encogió algo dentro del pecho cuando vio sus lágrimas.

—Hijo...

—Soy demasiado estúpido. No pasa nada, mamá. De verdad.

—Pero... —Simone frunció el ceño y lo obligó a abrir la puerta para dejarla entrar—. ¿Por qué lloras?

—Simplemente no me siento bien. —La rubia asintió. Comprendió que Tom no quisiese contárselo, eran sus problemas y ella no tenía porqué meterse en ellos. De seguro no era nada que ella pudiese solucionar.

—Está bien... si tienes hambre en el microondas hay comida. Si no, será mejor que te duermas ya. —Tom asintió y permitió que Simone besara su frente. Siempre había odiado esas muestras de afecto por parte de ella, pero ahora las necesitaba, así que la abrazó un par de segundos y después cerró con calma la puerta.

Estaba completamente sudado y se sentía apestoso, así que tomando un par de toallas, avanzó hasta el baño para poder darse una ducha de agua caliente.

Al mirarse en el espejo, pudo ver que tenía enormes marcas alrededor de los ojos. Últimamente no había podido dormir bien. Se acostaba alrededor de las doce y despertaba a las seis de la mañana. En ese periodo de tiempo, despertaba al menos cuatro veces durante la noche.

Llevaba casi una semana sufriendo lo mismo, poco le importaba, estaba comenzando a acostumbrarse.

Acarició sus mejillas y luego se quejó por lo hinchados que estaban sus ojos. Seguía siendo un llorón, no podía evitarlo y odiaba esa parte de él... lo odiaba más que todo lo demás. Aún no podía acostumbrarse y seguramente nunca lo haría.

No entendía cómo podía gustarle a Vanesa.

Bufó, retándose así mismo por continuar pensando en eso, en ella.

Su amiga ya no quería saber nada más de él, había actuado muy tarde, ella se había cansado de su cobardía.

Jamás hubiese imaginado cuanto le costaría todo por ser como era. Ella ya no querría saber más de él, seguro estaba odiándolo en esos momentos. Dolía pensar en eso...

Luego de quitarse la ropa, entró a la ducha y se quedó quieto por más de cinco minutos dejando que el agua lo mojara completamente.

Quería regresar con Vanesa e insistir, pero no se atrevía.

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