Capítulo 11: La sutileza

Začít od začátku
                                    

Miré a Eric, esperando... algo. Una broma, un comentario, algo que me eximiera de contestar a mí porque no se me ocurría nada que no fuera mordaz. Pero el mago tan solo miraba a la pelirroja y a mí con un extraño brillo en los ojos, aparentemente divertido.

—¿Tienes frío? —pregunté incrédula.

Ya había mencionado algo la otra vez que vino, pero nadie más dio muestras de estar incómodo, así que la había ignorado. Pero hoy no se había conformado con quejarse, llevaba una chaqueta de Eric y con la temperatura que hacía eso debería tenerla sudando.

Yo me había puesto una blusa fina sin mangas y Eric volvía a llevar una de esas camisetas de tirantes que enseñaban demasiado de toda esa colección de músculos que... quizás hacían que para mí hiciera un poco más de calor, todo sea dicho.

—¿No estarás resfriada o incubando algo? Nosotros estamos bien.

Sacudió la cabeza, mirando alrededor con incomodidad.

—No, es esta casa. O sea... que es preciosa, de verdad —se dio prisa por añadir, mirándome con preocupación por si me ofendía—. Es solo que... No sé, es como que hay humedad en el ambiente. Serán los techos altos o algo así, que no estoy acostumbrada.

Cogí la taza de café para tragarme una réplica. Yo ni siquiera la había invitado a mi casa, ninguna de las dos veces que había venido, y encima se ponía a buscar pegas imaginarias.

—¿Tú no eras la que defendía que había que salir de fiesta en pleno invierno sin abrigo para lucir trapitos? —la pinchó Eric.

Nicole le hizo una mueca, como si fueran críos de cinco años discutiendo.

—Será que sin alcohol es más difícil conservar el calor.

¿Pero qué...? ¡Pero si es justo al contrario! Tuve que apretar los labios para contener el impulso de corregirla para no sonar pedante.

Y decidí que ya llevaban demasiado tiempo allí, robándome mi espacio y privándome de trabajar. Iba a echarlos cuando se me ocurrió que, en realidad, debería aprovechar la oportunidad. ¿Cuántas veces más tendría acceso a la pelirroja sin Honey cerca para hacerle de escudo?

—Nicole, ¿serías tan amable de acercarme el libro de Derecho Mercantil? Creo que es el de cuero marrón con las letras doradas —pedí fingiendo no estar segura de cuál era, para tener una excusa de por qué no lo hacía levitar yo misma hasta mí.

—¡Volando!

Pero, al contrario de lo que indicaban sus palabras, usó sus manos para coger el libro aunque tuviera que ponerse de puntillas para llegar hasta él y traerlo hasta mi mesa.

—¿Todavía no te acostumbras a usar la magia para estas cosas? —la abordé sin miramientos.

Aunque no pareció molestarle mi falta de sutileza.

—Lo he intentado pero no hay manera —resopló la pelirroja con aparente frustración, poniendo los ojos en blanco en un gesto exageradamente dramático—. Matt se ha tirado horas intentando hacer de profesor y te aseguro que no es tan sexy como suena. Ha sido peor que volver al colegio. ¡Mucho peor! Me he sentido como una idiota. Soy completamente incapaz de hacer nada. Ni empujar una pluma sobre la mesa, ni cambiar de color un trozo de papel, ni nada.

—Pero iluminaste la placa —insistí reacia a creerlo—. Hay magia en ti.

No había estado ese día, pero Honey contaba esa parte ilusionada como el inesperado giro de guión que ninguno de ellos esperaba. Al parecer, ni siquiera Dawlish. Y, pese a que aquello era una señal de alarma clarísima, todos fingían no verla.

Palabra de Bruja IndomableKde žijí příběhy. Začni objevovat