Capítulo 12: El entrenamiento

257 46 4
                                    

El aliento se trabó en mi garganta.

La conversación del día anterior —si es que se le podía llamar así a aquel extraño episodio de reproches, pasión y duras verdades— seguía muy reciente, pero bastaba con volver a tenerle frente a mí para sentir mi fuerza de voluntad licuarse y quedar reducida a un charco bajo mis pies.

Podía ver el brillo malicioso en sus ojos, ese conocimiento de que me tenía a su merced, de que había pulverizado todas mis barreras. Era absurdo fingir lo contrario con lo evidente que debía de resultar.

—Vamos a ir a comer algo fuera. ¿Te apetece... algo picante?

Me perdí en el hipnótico movimiento de sus labios al decir esa última palabra: «picante». Qué eufemismo tan elegante y tan acertado para...

Abrí los ojos de par en par cuando mi cerebro terminó de comprender lo que en realidad estaba diciendo Eric, recordando de golpe que Nicole seguía en la casa. La maldita libido me había hecho perder por completo la cabeza.

—Prefiero quedarme en casa —contesté intentando disimular mi decepción.

—Sabía que dirías eso. Te he dejado algo preparado.

Se apartó de la mesa para incorporarse, y esa mínima lejanía ya se me hizo demasiada. Y la idea de que se fuera por ahí a comer con Nicole ensombreció mi ánimo.

—No tenías por qué molestarte —contesté con todo el estoicismo del que fui capaz.

—Lo sé, pero me sentiría un poquito culpable disfrutando del sushi sabiendo que en cuanto te dejo sola acabas comiendo unos tristes sándwiches.

—Y ni siquiera uso la sartén —me regodeé—. Comida fría.

Eric se llevó la mano al corazón exagerando de forma cómica el dramatismo de la situación. Y aunque era una tontería y volvía a pasarse de paternalista... me hizo reír.

—Gracias —le dije con el ánimo algo más ligero—. Seguro que será mejor que un sándwich frío.

Asintió con la cabeza, aceptando el agradecimiento mientras me dedicaba una sonrisa diferente. Una llena de dulzura que logró desestabilizarme.

Tanto que sentí que se llevaba algo de mí con él cuando se giró para marcharse.

—Es... ¡espera! —salté antes de que pudiera salir por la puerta—. Quería disculparme... —. Frunció el ceño como si no supiera de qué le hablaba, obligándome a ser más clara pese a la obviedad—. Lo de ayer. Te ofendí y no pretendía...

—Ah, eso... Olvídalo. Yo ya lo he olvidado.

Me quedé un momento paralizada. ¿Cómo que...? No, esa frase, a todas luces, era una mentira. Aunque... tal vez era más bien una exageración. Pero, fuera como fuese, no era verdad y eso lo hacía muy incómodo. No estaba acostumbrada a que un mago me mintiera a la cara.

Daba igual. Eso no era lo importante ahora. Se enfadara o no, eso no excusaba mi actitud.

—Igualmente te debo una disculpa. Fui una gilipollas y lo siento. No me porté mejor que la señora Dodgson.

Una sonrisa ladeada casi me distrajo de mis palabras. Sin embargo, sentía que no llegaba a sus ojos.

—¿No deberías disculparte de rodillas? Ya sabes, como hacen las buenas sumisas.

Le miré con seriedad, molesta por su incapacidad para tomarse nada en serio cuando yo me estaba esforzando por hacer lo correcto.

—Déjate de gilipolleces. Yo solo me arrodillo para atarme los cordones.

Palabra de Bruja IndomableWhere stories live. Discover now