Capítulo 8: La oferta

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Eric no intentó nada. Ni ese día, ni los dos siguientes. Acabamos tumbados en el sofá y, una vez más, me acabé quedando dormida. Pero ni siquiera hizo ademán de seguirme cuando le di las buenas noches para irme a la cama cuando sonaron los créditos del final.

Las dos noches siguientes, cuando me tumbaba a leer, repetía lo de la otra vez y se tumbaba conmigo, leyendo en voz alta para mí, y se acabó convirtiendo en una costumbre.

Fiel a sus palabras, no volvió a insistir. Había dejado el balón en mi tejado con su oferta y dio por hecho que sería yo la que iría tras él. Y dado que yo no estaba interesada, aquello era perfecto. Prácticamente me había desentendido de la casa y podía centrarme en mi trabajo, y Eric siempre estaba de buen humor, lo que lo volvía un compañero de piso muy agradable que no me hacía ningún tipo de insinuación ni ponía caras largas por mi falta de interés.

Era perfecto.

En teoría.

No era ni más ni menos que lo que yo había pedido, lo que debería querer, pero no lo que deseaba en el fondo. Y no estaba tan ciega como para no entender que estaba frustrada precisamente por ese comportamiento tan ejemplar. Porque si no se colaba en mi habitación, yo no podía ni siquiera fingir que aquello era idea suya y yo solo le seguía la corriente.

Y sí, sé el tamaño exacto de la burrada que acabo de decir. Pero Eric era una maldita droga y tenerlo dando vueltas a mi alrededor era una tentación constante a la que cada día me costaba más negarme.

Incapaz de concentrarme en el libro de derecho penal que tenía delante, dejé caer la cabeza contra sus páginas con un gruñido exasperado. Y luego lo golpeé un par de veces con la frente, como si así pudiera incitar al texto a entrar más fácilmente.

—Que los hombres peguen a las mujeres está mal, Jones. Te haré copiarlo mil veces como no te pongas a trabajar ahora mismo.

El tono de llamada de mi móvil empezó a sonar al mismo tiempo que vibraba con fuerza contra la madera como si tuviera epilepsia, exigiendo de todas las formas que el aparato tenía a su alcance mi atención.

Salvada por la campana.

Contesté el teléfono de manera automática, sin mirar siquiera quién llamaba. Así que, cuando oí la voz frágil de Marla al otro lado, mi corazón se encogió de angustia.

«Señorita Jones, soy yo... Marla. Marla Lloyd».

—¡Hola! ¿Cómo estás, Marla? ¿Estás teniendo algún problema? ¿La están tomando contigo? —salté con preocupación.

Meter a los magos en cárceles normales junto a los vacuos era un error, especialmente si los dejaban indefensos y débiles por los inhibidores. Eran objetivos fáciles para cualquier racista que quisiera hacerlos morder el polvo por afrentas que solo estaban en su imaginación, escudándose en una guerra que él no habría luchado.

«No la llamaba por eso... Yo...».

Me tensé con esa frase esquiva. No negó que estuviera teniendo problemas y eso solo crispaba más mis nervios. Marla no merecía estar en esa situación.

—No me he olvidado de ti —le prometí—. Ya he hecho todo lo posible para sacarte y esperar el juicio en casa, solo falta que el juez...

«No es eso. Es que... Verá, me han hecho una oferta...».

—¿La Fiscalía? ¡No aceptes nada! —me adelanté—. No voy a permitir que te encierren —aseguré con fiereza.

«No, no era la Fiscalía... Fue un abogado, un tal... Em... ¿Walker? Sí... Sí, creo que dijo Walker. Ethan Walker o algo así».

Palabra de Bruja IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora