Capítulo 29: El regalo

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Cuando no sabes la hora a la que debes estar en un lugar, nunca es demasiado pronto, porque basta con llegar un minuto tarde para llegar demasiado tarde. Así que mejor pasarse por el otro extremo. Es por eso que me planté en la puerta del White Fox cuando todavía no se había marchado el sol por completo.

Siendo un local nocturno, supuse que abriría a las diez de la noche como pronto. Pero al tratarse de un evento privado, decidí aparecer allí sobre las nueve. Llegar en mitad de la fiesta me parecía desconsiderado. No quería interrumpir el jolgorio —o la orgía— para ponerme sentimental con Nicole y Eric. Si podíamos apañarlo todo antes de que empezara la "diversión" sería más cómodo para todos.

Que las luces estuvieran apagadas y el portero no estuviera ocupando su puesto fue una pista bastante clara de que me había pasado de previsora. De todas formas, decidí acercarme y llamar a la puerta con los nudillos. Tras un rato que con el calor que me daba la gabardina me pareció eterno, decidí usar el timbre. No fue hasta que insistí una segunda vez pulsando el botón con más énfasis que abrieron la puerta.

El portero, un hombre con una complexión similar a la de Eric en tamaño e imponencia, abrió con la pregunta dibujada en su apático rostro. Me di cuenta de que ni siquiera llevaba puesta todavía la banda del brazo que le reconocía como trabajador de local.

—Buenas noches. Vengo a un cumpleaños.

El hombre alzó las cejas y me miró de arriba abajo, y tuve que recordarme que eso era parte de su trabajo: juzgar físicamente a los que intentaban acceder al local. Aunque no había lascivia ni superioridad en su gesto. De hecho, tal vez era por su aspecto rudo y algo indolente, pero me recordaba más bien a una gárgola custodiando un castillo. Incluso su voz rasposa contribuía a esa impresión de estar hecho de piedra.

—Aún no está abierto.

Apreté los labios con disgusto. ¿Y qué se suponía que debía hacer? No iba vestida para esperar en cualquier bar tomando algo mientras hacía tiempo. Y ya me había agotado bastante tratando de invocar un poco de brisa a mi alrededor viniendo desde mi casa, volver a hacer el viaje de vuelta y venir más tarde iba a hacer que pasara de sudar del calor a sudar por el esfuerzo. Por no mencionar que era una terrible pérdida de tiempo.

—¿Molesto mucho si espero dentro? —tanteé con una mueca de incomodidad.

No me apetecía lo más mínimo y me daba hasta vergüenza pedir el favor, pero parecía la opción más razonable.

El hombre gárgola gruñó un sonido que reverberó en su garganta como respuesta. Algo que no era un sí, pero tampoco parecía un no. Diría que era el sonido de una duda aderezada con la incomodidad de saltarse las reglas por una desconocida.

Fue en ese momento que una cabeza llena de rizos negros, vivos ojos azules y sonrisa alegre apareció junto al portero. Al lado de la gárgola, el joven parecía delicado por su complexión mucho más normativa, quizás algo delgado aunque no estaba segura si me daba esa impresión por la comparación con el otro. Su carácter jovial le daba un aspecto infantil que me hacía difícil adivinar si estaba en la veintena o más cerca de la treintena.

—Déjala pasar. Puede hacerme compañía en la barra.

Al oír su voz terminé de ubicarle. Era el mismo chico que me había atendido la última vez. No era muy común encontrar un camarero tan feliz en su propia piel. No es solo que fuera amable o alegre, es que parecía genuinamente feliz.

—¿Te traes algo con ella? —preguntó sin tapujos el portero.

—No, pero mi intuición me dice que es aquí donde debería estar —canturreó volviendo adentro, como si diera por cerrado el debate con ese pobre argumento.

Palabra de Bruja IndomableWhere stories live. Discover now