Capítulo 7: El bizcocho

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Fue como sentir que algo estaba fuera de su sitio.

Apenas me desperté, tuve esa sensación. Y, aunque por lo general me habría ido directa a la ducha y me habría vestido para ponerme a trabajar, tras una breve parada en la cocina por algo rápido que acompañara al primer café de la mañana, ese día rompí mi rutina bajando en pijama a la planta inferior.

Miré alrededor desubicada, tratando de entender cada vez más inquieta qué era lo que estaba fuera de lugar, aquello que mis sentidos habían detectado antes que mi mente consciente.

La respuesta llegó en forma de un pesado silencio. Tan denso que pude sentirlo esparcirse sobre mí como los inclementes copos de una nevada, helándome momentáneamente.

Eric no estaba.

Aunque lo sabía, aun así expandí mis sentidos por la casa tratando de sentir su presencia. El vacío que encontré en su lugar me hizo sentir, por primera vez, que aquella casa era demasiado grande.

Me crucé de brazos con los labios apretados por la irritación. ¿No podía haber avisado al menos? No es que me debiera explicaciones, pero parecía la cortesía mínima hacia quien te abre su hogar.

La noche anterior me había quedado dormida durante la lectura, aunque me había despertado cuando intentó cargarme hasta mi cama. No era ningún bebé para tolerar eso. ¿Acaso no podía haber aprovechado ese momento para avisar de sus intenciones de marcharse?

Aunque... menuda estupidez. A mí ni siquiera me gustaban las despedidas. Supongo que era más cómodo así. Además, es posible que dijera que solo sería el fin de semana, ¿no? Con lo que, técnicamente, habría avisado al llegar de que se iría lunes por la mañana a más tardar, supongo.

Una vez resuelto el misterio, lo lógico habría sido ponerse en marcha para cumplir con el horario. Ya iba con retraso, de hecho. Y, por lo general, eso era algo que me sacaba de quicio. Sin embargo, en ese momento, mi habitual estado de ajetreo se había esfumado. No encontraba ánimos para cumplir con mis obligaciones y moverme de aquel punto del recibidor donde me había quedado congelada. Aturdida.

Pero antes de poder pensarlo demasiado, la puerta de la entrada se abrió.

Me quedé mirando con genuina sorpresa al gigantesco moreno que cargaba con varias bolsas de la compra y tenía orbitando a su alrededor la leche y el detergente que no le cabían en las manos.

—Buenos días, nena.

—¿Qué...? ¿Qué haces? —gruñí a la defensiva.

—Si necesitas que te lo explique, es que necesitas con urgencia una taza de café —bromeó mientras se dirigía a la cocina y empezaba a colocar la compra en mis armarios, recolocando todo a su gusto.

—Yo... hago que la traigan a casa. La compra —aclaré—. No tengo tiempo y... ¿Para qué...?

Joder, sí que necesitaba una taza de café. Aquello era demasiado en ayunas. Había pasado de largarse sin avisar a traer provisiones para una semana. Y en ninguno de los dos casos me había informado de sus intenciones.

—Te dije que me gusta hacerlo.

Echó un vistazo a mi cuerpo mientras hablaba y su sonrisa me hizo buscar segundas intenciones a esa frase. Pero entonces lanzó una mirada a la cafetera y comprendí que lo que estaba mirando era el pijama. Con él allí había empezado a usarlo. Tenía la esperanza de que algo de tela me sirviera de protección dada mi poca fuerza de voluntad. Esperaba que los segundos que ganaría mientras me lo quitaba me dieran tiempo a recordar por qué lo llevaba y mi sentido común pudiera volver a tomar los mandos.

Palabra de Bruja IndomableWhere stories live. Discover now