Capítulo 57: El juramento

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Al abrir los ojos por la mañana, una danza de sombras chinescas en el techo me dio los buenos días. Una suave brisa agitó las hojas del árbol junto a mi ventana, aumentando el ajetreo de las sombras que proyectaban sobre mí y haciendo que la piel se me erizara.

Fruncí el ceño, confusa, y aún tardé un par de parpadeos más en saber qué era lo que estaba fuera de lugar: yo.

¿Cómo había regresado a mi dormitorio?

Me senté en la cama de un salto. Estaba sola en la habitación. Miré a todas partes, pero todo estaba en su sitio, tal como lo recordaba. Salvo el libro de mi madre, que estaba en la mesilla, junto a mí, como si hubiera estado leyéndolo la noche anterior. ¿Podía una ilusión captar incluso la leve resonancia de la presencia de Dylan en el aire?

Bajé la vista y comprobé que todavía vestía la camiseta azul de Eric, como si fuera un uniforme de presidiaria que me recordaba que no había sido un sueño, había estado de verdad en el Pandemonium.

—Te trajo Eric.

Pegué tal brinco al oír aquella voz aguda tan cerca de mí que por poco no me caí al suelo. Dylan se había aparecido de pie justo al lado de mi cama.

—Dormías como un tronco. Incluso roncabas un poquito —añadió con una sonrisa traviesa, ajeno al susto que me había dado—. Esa chica rara abrió la puerta otra vez y Eric te metió en la cama como a una princesa. Parecías la Bella Durmiente, pero con ronquidos. La princesa roncante.

El fantasma tuvo un ataque de risa de su propia ocurrencia, ruido más que suficiente para hacer que Eric asomara la cabeza por la puerta sin molestarse en llamar y con aspecto preocupado.

—¿Estás bien?

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté por respuesta.

Eric suspiró con pesadez. Al hacerlo, noté las ojeras profundamente marcadas bajo su mirada atormentada.

—Belphegor convenció a Astaroth de que te dejara marchar.

Abrió la boca para añadir algo más, pero la cerró rápidamente. Aunque no lo suficiente como para que yo no lo notara. Mis reflejos eran mucho más agudos que los suyos ahora que estaba descansada y él parecía llevar toda una vida sin dormir.

—¿Y qué más?

Con otro suspiro que casi hizo que sus hombros tocaran el suelo, admitió:

—Belphegor le convenció de que el secreto que le contaste es garantía suficiente.

Abrí los ojos horrorizada al entender las palabras que no dijo, las que quiso darme a entender: compraban mi silencio con el suyo.

Creo que por primera vez entendí lo grave que era en realidad lo que había hecho. Cómplice de asesinato. Aquellas tres palabras atenazaron mi estómago y sentí cómo las náuseas amenazaban con vaciarme por dentro, quizás en un vano intento de purgar mi culpa.

Era algo tan terrible que unos mafiosos habían decidido que esa información valía tanto como su propia supervivencia.

Un escalofrío subió por mi espalda. Si los Burke se enteraban de lo que había hecho a su heredero, seguramente la cárcel sería el menor de mis problemas.

La cama se hundió cuando Eric se sentó a mi lado. Su piel ardía en contraste con la mía cuando pasó su brazo sobre mis hombros y me pegó a su pecho. Se había duchado y olía a jabón y a ropa limpia. Era demasiado irreal.

—Vas a estar bien —me prometió—. Belphegor solo dijo lo que Astaroth necesitaba oír para ahorrarte dar tu palabra de bruja. Le caíste bien. No tienes que preocuparte.

Palabra de Bruja IndomableWhere stories live. Discover now