Capítulo 43: El susto

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—Ajá. (...). Por supuesto. (...). Sí, te lo mandaré a lo largo de la mañana. (...). Dalo por hecho. (...).

Colgué el teléfono mientras anotaba en la agenda que debía terminar de redactar el acuerdo del caso Lennox. Nada como la parte tediosa de un trabajo para mantener la mente ocupada.

Mientras revisaba mi agenda, sonó un tímido golpeteo en la puerta.

—Adelante —alcé la voz sin molestarme en apartar la vista de lo que estaba haciendo.

—Nena, es la hora de comer —me informó Eric desde el marco de la puerta.

—Genial, estoy muerta de hambre —exageré entusiasta.

Eric se quedó rígido y tardé en comprender que había sido a causa de mi mala elección de palabras, pero preferí fingir que no me había dado cuenta para no darle importancia.

Las palabras solo son palabras.

—¿Te importa traérmelo? —pedí desviando mi mirada lejos de él—. Comeré aquí mismo.

—Deberías contratar un asistente que se encargue de recordarte cuándo tienes que parar para comer. O un mayordomo.

—Ya te tengo a ti: trabajo a cambio de alojamiento —bromeé con más cinismo que sentido del humor.

Volví al trabajo, pero Eric no se movió de la puerta.

—¿Hoy vas a ir al gimnasio?

—No.

—El lunes tampoco fuiste.

—Ajá. Soy consciente de ello.

No me di ni siquiera la oportunidad de pensar sobre ello. Seguí tomando notas, forzando mi mente a no pensar en nada que no fuera productivo. Lo último que necesitaba era parar de trabajar. No podía permitirme parar el tiempo suficiente como para ir a entrenar.

—Llevas dos días comiendo aquí dentro. Echo de menos comer contigo.

—Tal vez para cenar —contesté esquiva, reacia a caer en ese obvio chantaje emocional.

Eric suspiró sin ningún disimulo y encontré aquel molesto dramatismo muy exagerado. Pero discutir no sería productivo, así que lo dejé pasar y seguí a lo mío. Tenía muchos huecos en la agenda que rellenar, citas que reestructurar para no sentir la ausencia que había ahora en mi jornada laboral.

Pese a no haber sido invitado, Eric caminó hasta colocarse frente a mi escritorio. Y, por alguna razón que no logro imaginar, me vino a la mente Cuento de Navidad de Charles Dickens: como si él viniera a defender la Navidad y yo fuera el viejo avaro que la desprecia.

—Te has vuelto a encerrar aquí —señaló con delicadeza.

—Es donde trabajo.

—Una persona normal se tomaría unos días para asimilar la pérdida. Si necesitas hablar...

—No lo necesito —le corté—. Lo que necesito es mantenerme ocupada y sentirme útil.

Él pareció meditar mis palabras y finalmente asintió con expresión inescrutable.

—Muy bien.

Y, acompañando a su tono condescendiente, se paseó por la habitación hasta colocarse a mi espalda. Traté de ignorarle, dejándole claro con mi actitud que no era una de esas veces en las que podía negociar, pero aún así sus manos acabaron en mis hombros.

—Para —protesté cuando empezó a masajearme—. No sé qué pretendes, pero no va a funcionar.

—Funcionará. Con los nudos de tu espalda, digo. Tienes una higiene postural pésima.

Palabra de Bruja IndomableWhere stories live. Discover now