Capítulo 46: Las confidencias

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—Joder, han quedado buenísimas. ¿Por qué no me hice repostera?

Nicole se llevó otra galleta a la boca y ya había perdido la cuenta de cuántas llevaba tras la primera docena. Ni siquiera entendía cómo le quedaba hueco después de habernos pasado la tarde picoteando y luego haber cenado comida china que habíamos pedido a domicilio.

—Te va a doler la tripa si sigues comiendo —le advertí incapaz de callarme.

Pero la pelirroja se encogió de hombros sin rastro de preocupación en sus bonitos ojos claros. Ahora, con una camiseta mía a modo de pijama y tras desmaquillarse y quitarse las lentillas, llevaba sus salvajes rizos sueltos y unas enormes gafas de pasta. Casi parecía otra persona, pero aquel descaro era su firma inconfundible.

—Es un riesgo que estoy dispuesta a asumir —declaró dándole un buen mordisco a la galleta para firmar su sentencia con gusto—. El que no quiero asumir es el de volver a la clase de Anne sin ti. Así que mañana por la tarde pienso plantarme aquí y arrastrarte conmigo al gimnasio para que no te escaquees —me amenazó señalándome con el trozo de galleta que le quedaba en la mano—. Esa mujer supera el nivel de sadismo que yo puedo soportar. ¡Necesito a mi compañera para repartirnos su crueldad!

La palabra «compañera» me robó una inesperada sonrisa pese a que estuviera teñida de culpa por haberme ausentado del gimnasio sin excusa. Sabía que si paraba de trabajar, aunque fuera un segundo, acabaría pensando de nuevo en Marla y solo quería enterrar mi pena bajo una gran pila de papeles para no lidiar con ella. Pero pasar la tarde con Nicole y Honey era mucho mejor huir. Aunque no habláramos del tema, su compañía evitaba que me encerrara en mí misma y eso ya era de alguna forma reparador.

—Vale —acepté aunque no hubiera demasiado entusiasmo en mi voz—. Mañana a patear culos.

—¿Qué culos? —preguntó una somnolienta Honey.

Mientras nosotras seguíamos sentadas en los colchones que habíamos colocado en el suelo del salón charlando, Honey había cometido el error de acomodarse tumbada y el sueño estaba empezando a ganarle el pulso. De hecho, llevaba tanto rato callada que creía que estaba dormida.

—Spencer y yo vamos a clases de Defensa Personal —explicó la pelirroja entusiasmada pese a que un segundo antes se estaba quejando de eso mismo—. Oye, ¿por qué no te apuntas? ¡Sería súper divertido ir las tres!

Me sorprendí reaccionando con emoción a esa idea. Cuando Nicole se había autoinvitado a venir conmigo, no me había sentado bien compartir mi espacio, pero ahora era todo lo contrario: cuantas más, mejor.

Honey se incorporó y apoyó la espalda en el sofá para tratar de mantenerse despierta el tiempo suficiente al menos para dar una respuesta.

—Suena... útil.

Y casi pude ver en su cara cómo, por un momento, lamentó no haber sabido defenderse en su momento. Pero al instante siguiente su expresión se ensombreció porque entendió que no había defensa posible cuando ellos son más y atacan por la espalda.

Por un momento me aterrorizó la idea de que las clases de defensa fueran solo una ilusión de control, que en realidad siempre estaríamos en desventaja. ¿Acaso no me habían atacado a mí esa misma mañana en mi propia casa? Y Wendy ni siquiera tenía un cuerpo que usar contra mí.

Ahora, más que nunca, tenía ganas de huir de los fantasmas cerrando la visión de nuevo y no volver a correr el riesgo de una de sus "bromas". Si no lo hacía era por Dylan. Pero no me apetecía entrar al despacho y revivirlo. ¿Cómo era Honey capaz cuando lo suyo había sido infinitamente peor?

—¿Puedo preguntarte...? —empecé sin saber muy bien cómo expresarme—. ¿Cómo aguantas que Vincenzo te...? Después de que...

Joder, todo sonaba demasiado insensible y explícito. Apreté los labios, arrepentida de la pregunta.

Palabra de Bruja IndomableWhere stories live. Discover now