Capítulo 66: El rescate

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Una hora más tarde, un coche aparcó en la puerta de mi casa. Salí a la oscuridad de la noche camuflada como una sombra más, vestida completamente de negro y con el cabello recogido en un moño. Apenas me senté en el asiento del copiloto, me pusieron un vaso extragrande lleno de café en el regazo. El aroma fue una caricia amable en aquel día de mierda.

—Gracias —dije obligándome a sonreír.

Walt me sonrió de vuelta y chocó su vaso, de un tamaño mucho más aceptable, contra el mío.

—Por las misiones secretas en buena compañía. Y por tener éxito en ellas.

Estaba segura de que su café tenía más leche que café y habría diluido en él un par de sobres de azúcar. Recordar ese detalle me hizo sonreír con más ganas. A Walt le gustaban los sabores dulces.

Di un trago a mi café solo y gemí reconociendo el sabor.

Urban Rose.

—Todavía recuerdo tu cafetería favorita.

—Pero... no te pillaba de paso —murmuré al trazar la ruta mentalmente desde su casa. Ni siquiera desde la comisaría. Aunque suponía que venía de su casa porque él también parecía vestido para la ocasión totalmente de negro.

Walt se encogió de hombros y me guiñó un ojo.

—Parecía que lo necesitabas.

Sonreí con tristeza. Si él supiera lo desdichada que me sentía en ese momento, tras haber tenido que echar a Eric de casa apenas un rato atrás... Pero me parecía muy injusto contarle precisamente a él mis problemas amorosos cuando Eric era el tío con el que, sin saberlo, le había sido infiel. Y aunque no fuera el caso, tampoco estaba segura de querer abrirme y menos en esa situación, así que me limité a buscar consuelo en la bebida de aroma intenso y sabor amargo que me había traído.

Tras un par de horas conduciendo, con la radio sintonizando jazz y las ventanillas bajadas removiéndonos el cabello para mantenernos alerta, Walt empezó a hacer preguntas. He de reconocer que yo habría aguantado menos de diez minutos.

—A ver si lo he entendido bien —repitió Walt con la vista fija en la carretera—: tenemos que ir a un sitio del que no me puedes decir nada por cosas de magos, lo cual incluye el cómo llegar.

—Ajá.

—Ya... Eso me dificulta un poco la parte de cómo llevarte allí.

Me relamí los labios, nerviosa. Sentía que estaba pisando un campo de minas dejando que Walt me acompañara; podría preguntar algo indebido por accidente y yo contestar en un despiste, así que tenía que estar alerta todo el tiempo.

Ni siquiera estaba segura de si podía explicarle cómo íbamos a llegar.

—Yo... no sé exactamente... Mmm... Seré una especie de brújula. No sé distancia ni tiempo, solo en qué dirección ir.

—¿Y cómo funciona eso? ¿Esa pregunta es válida?

Hice una mueca mientras lo pensaba. Había meditado mucho sobre ello, pero lo que me dio la pista fue recordar Pandemonium y como Astaroth había temido que darle uno de mis libros a Gresil fuera una treta para encontrarles a través de mi propia impronta. 

Según Eric, yo había sangrado muchísimo en el asilo al golpearme la cabeza. La sangre tenía una impronta muy fuerte y aunque por lo general se borraba casi toda al limpiarla, sobre todo cuando se hacía con magia, había tenido la esperanza de que parte de esa sangre cayera al césped y mojara la tierra, ya que el golpe ocurrió contra el marco de la puerta que daba al jardín trasero. La gente limpia con mucho ahínco el suelo, pero se limitarían a tirar un cubo de agua para quitar las manchas de la hierba. Eso quitaría la suciedad visible, pero mi impronta seguiría ahí, aferrada al suelo natural hasta que se descompusiera.

Palabra de Bruja IndomableWhere stories live. Discover now