Capítulo 24: El solsticio (II)

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Me tumbé un momento para disfrutar de la sencilla paz que me transmitía estar en una manta sobre el césped, sintiendo la suave brisa acariciándonos y los rayos de sol intentando colarse entre las hojas de los árboles que nos resguardaban bajo su sombra. Pese al incesante murmullo de las conversaciones y la música, me sentía cómoda en aquel lugar. Relajada.

—¿Quieres echarte un rato? No iré a ninguna parte —me prometió Eric.

Sonreí mientras me incorporaba de nuevo hasta sentarme. Había fantaseado con dormir un poco, pero ya no me sentía tan cansada, y tenía que admitir que ahora sentía curiosidad por descubrir qué más nos aguardaba en aquella fiesta además de la comida y la música.

—Me había quedado dormida esta mañana en mi escritorio cuando has entrado a secuestrarme del trabajo —admití mientras estiraba los brazos y descargaba la espalda—. Esa siesta es más que suficiente para cargarme las pilas.

Observé distraídamente como una mujer de cabello corto y rubio caminaba a paso ligero con una chaqueta bajo el brazo y los tacones en la otra mano, intentando avanzar con la escasa soltura que le permitía la falda de tubo. Por su ropa formal y cómo se dirigía hacia la mesa de las ofrendas, supuse que era una de esas personas que venían directamente desde el trabajo y no habían podido traer nada más que su propia presencia.

Por suerte, pese a que hacía rato que debía de haber pasado la hora de comer, la mesa de las ofrendas seguía llena. La afluencia de gente que venía para dejar o llevarse comida era constante, así que en ningún momento faltó un plato para nadie.

Un hombre se acercó a ella mientras hacía su elección y le dijo algo al oído, y ella reaccionó cubriéndose la cintura avergonzada. Me tensé un momento, insegura de lo que estaba viendo, hasta que la vi conjurar sobre su cinturón para cambiarlo de color, que todavía era color cuero. Y comprendí que debía de haber ido a trabajar con su ropa normal y la había cambiado de color antes de entrar al jardín, habiendo olvidado el pequeño detalle de teñir también sus complementos.

Ambos se quedaron charlando junto a la mesa de las ofrendas y tras un par de frases ya sonreían abiertamente. Y no pude evitar fantasear con que aquello se parecía mucho al inicio de algunas de mis novelas románticas.

—Hoy es un buen día para hacer amigos.

¿Amigos?

Devolví la atención a Eric, sin saber si me estaba hablando y le había ignorado perdida en mi propia fantasía o si su curso de pensamientos había sido diferente del mío observando a aquella pareja.

Antes de poder preguntarle, Eric me puso algo en las manos. Un vasito de papel lleno de café. Cuando le miré sorprendida, vi como guardaba de nuevo en la cesta un termo.

La admiración me anudó la garganta. Era una tontería, pero se había encargado de todo. Había hecho la comida, conseguido la ropa, la cesta... y aun cuando no sabía siquiera si me iba a convencer de ir, hasta me había preparado un termo de café.

—Lo tienes todo bajo control, ¿eh?

—No todo —sonrió mirándome con intensidad.

Tragué saliva, así que sentí el punto exacto en el que mi estómago se había puesto del revés.

Vacié el vaso en mi garganta de un trago, en un gesto nada natural, como si se tratara de un chupito de tequila en lugar de café. Y ni siquiera supe explicarme a mí misma por qué había hecho eso. A lo mejor sí que necesitaba una siesta.

—¡¡Pero si es Superjota!!

Aquel berrido no solo rompió la armonía y nuestros tímpanos, también traspasó las corrientes del tiempo y me transportó un par de años atrás, a la universidad.

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