Capítulo 32: El control

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Aquel había sido el taxi que de más buena gana había cogido en mi vida, pero es que las ansias apremiaban a acortar el tiempo todo lo posible entre el White Fox y mi casa.

Sin embargo, apenas crucé el umbral y, por inercia, desbloqueé la visión, me vino a la mente la razón de hacerlo. No estábamos solos.

—Dylan... —le recordé mientras él dejaba a un lado la contención que había demostrado todo el viaje y ya me alzaba para acorralarme entre la pared y su cuerpo, dejando mi cuello a la altura de sus labios.

—Está dormido —murmuró entre besos húmedos y mordiscos ardientes que dificultaban mucho escucharle—. Tranquila, en cuanto grites despertará, verá que estamos pasándolo bien y se volverá a dormir. Es lo que hace siempre.

Aquellas palabras, en cambio, me enfriaron los ánimos.

—Lo sabías desde el principio —murmuré acongojada.

—Te dije que me gustaba tu casa —bromeó sin querer darle importancia, apartándose un momento para mirarme a los ojos—. No es común tener un portero tan adorable.

Abrí los ojos horrorizada.

—¿Desde la noche en que llegaste?

—Por supuesto. No me conocía, así que despertó de inmediato y vino a ver si era digno de entrar.

El sentimiento de culpa cobró fuerza. Yo le había ignorado sistemáticamente mientras él vivía para protegerme. Y había tenido que venir Eric para que yo supiera que estaba ahí.

—Ahora quiero que te centres solo en mí.

—Buena suerte —le desafié con desánimo.

Pero si alguien tenía la capacidad de dejarme la mente en blanco, ese era Eric. Sabía cómo acaparar cada centímetro de mi cabeza tocando las teclas adecuadas en mi cuerpo.

Sus manos apretaron mis glúteos y empujaron contra él, mientras sus labios volvieron a buscar mi cuello para ir alternando besos y mordiscos que iban derritiéndome con el contraste.

—Ábrete esa estúpida camisa —ordenó tras bajar por mi escote y verse entorpecido por la tela, sin poder usar las manos para apartarla él mismo.

Luché contra mi instinto natural de desafiarle y obligarle a hacerlo a él por las malas; quería comprobar algo. Mientras le miraba con mucho interés, mis manos se deshicieron lentamente del nudo de la camisa, jugando con su paciencia, asegurándome de que tenía su atención cuando le dejara ver el encaje que escondía debajo.

Nicole me había convencido de comprarme un bralette cuando fui de compras con ella. Una combinación entre sujetador y top que resultaba muy cómodo, y con el encaje se veía muy sexy pese a tener poco pecho. Siguiendo su consejo, había optado por un tono borgoña oscuro que, según ella, me realzaba más que el negro sin salirse de mi estilo habitual, ya que los colores brillantes no son lo mío.

—Esto también es nuevo —señaló al ver el bralette.

Mis ojos se clavaron en su expresión, buscando cualquier signo de que le gustara o que confirmara mi teoría de que, en el fondo, la ropa interior le daba igual a los hombres. Pero me resultaba muy difícil leer nada en Eric que él no quisiera dejar ver.

—Tenía la esperanza de convencerte de que volvieras a casa conmigo. Y sospecho que tú también, porque no has tomado alcohol en toda la noche —señalé decidida a dejar todas las cartas sobre la mesa.

—Ya has bebido tú por los dos.

Puse los ojos en blanco, tanto por el tono de reproche como por eludir una respuesta directa.

Palabra de Bruja IndomableWhere stories live. Discover now