Capítulo 50: El artesano

157 34 0
                                    

La información iba llegando a mí, gota a gota. O quizás era más correcto decir que estaba oculta bajo capas y capas de pintura y mentiras y yo me estaba dejando las uñas arañando para sacarla a la luz.

Mi madre estuvo investigando los domúnculos. Y Honey estaba obsesionada con uno de Wrightswood. ¿Por qué todo parecía llevar al mismo sitio?

Podía ser solo una casualidad, pero Honey parecía tener un talento mágico poco común que los demás no habíamos sabido detectar y quizás cuando ella decía que pasa algo con los domúnculos... ¿Y si veía algo que los demás no podíamos? Sonaba a locura, pero le debía al menos investigarlo.

Antes de que Eric volviera con la comida y me retuviera de hacer lo que posiblemente era una locura, hice una búsqueda rápida en Internet. Envié mensajes desde varias redes sociales, rezando para que en alguna tuviera habilitado el contacto con desconocidos y, mientras esperaba, recuperé mis zapatos, que todavía seguían tirados de mala manera en el despacho desde antes de que llegara... ¡Mierda! Olvidé insistir en preguntarle su nombre a la niña.

Mientras me maldecía por mi descuido, sonó mi móvil.

Tenía una respuesta.

Me abalancé sobre él como una adolescente y, sin poder llegar a creerme lo fácil que había sido, garabateé un mensaje de disculpa para Eric, lo pegué a la puerta de la cocina y me marché antes de que pudiera detenerme.

Averiguaría lo que estaba pasando y esta vez no me importaba dejar claro a los aquelarres que les estaba investigando. Si querían guerra, la iban a tener.

* * * *

Cuando llegué, Maddock ya estaba en la cafetería.

Owen Maddock tenía mi edad y era uno de los Ocho Herederos. Cuando su padre le cediera el testigo, estaría al mando del aquelarre de los Encantadores, los artífices de los domúnculos. Y dado que ya se había graduado hacía unos años, todo apuntaba a que se tenía que estar preparando para ponerse al frente del negocio familiar; lo que se traduciría en que tenía la información que yo necesitaba.

En realidad..., ese era todo el plan. No era mi mejor plan, desde luego, pero esta vez tendría que improvisar y seguir mi instinto. Si es que yo tenía de eso.

Al verme entrar en el local, Maddock sonrió con simpatía. Jamás me había mirado siquiera en Wrightswood, pero ahora accedía a verse conmigo en un lugar público. Y aunque era lo que yo quería, no podía dejar de preguntarme qué ganaba él dándomelo.

Pese a que no me costó reconocerle por las fotos que había encontrado de él en sus redes sociales, no dejó de sorprenderme su aspecto. Por el largo de sus piernas, estiradas bajo la mesa de forma descuidada, se notaba que había dado un estirón, pero me pareció demasiado delgado para que el cambio le hiciera verse estilizado. Su cabello estaba más largo y aunque seguía siendo del mismo tono castaño, sus rizos caían hacia un lado de la cara de tal forma que, combinado con sus ojeras, parecía un músico que se había corrido demasiadas juergas a base de cocaína, insomnio y toda clase de malas decisiones. Pese al calor, llevaba un pantalón de traje negro, con una camisa en un tono gris oscuro remangada hasta los codos y un chaleco a juego con el pantalón que intentaba darle un aire más elegante, y que a mí me recordaba a cuando los delincuentes se ponían formales para ir a una vista ante el juez. Claro que sus trajes no eran de Armani.

Me acerqué a su mesa y miré con indiferencia el batido amarillento frente a él. Ni siquiera había tenido los modales de esperarme.

—Spencer Jones —saludó con un tono que no supe si identificar más como cínico o como burlón—. Estaría bien empezar diciendo algo amable sobre cuánto has cambiado, pero la verdad es que no me acuerdo bien de ti. He tenido que buscarte en Internet cuando me ha llegado tu mensaje.

Palabra de Bruja IndomableWhere stories live. Discover now