Capítulo 58: Las vergüenzas

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Los ojos de Eric brillaron, enternecido por mi acto de fe. Entonces tiró de mí y me abrazó con fuerza, con tanto ímpetu que me levantó del suelo. Sentí su necesidad de decir algo, puede que agradecer mi voto de confianza; pero dejó a buen recaudo esas palabras, quizás para más tarde. Y no pude evitar pensar que estábamos acumulando demasiado que decir, tal vez con la esperanza de que así no tendríamos más remedio que sobrevivir.

—Por favor, cierra los ojos —susurró en mi oído.

Y por una vez no cuestioné nada. Cerré los ojos y le abracé con fuerza. Y los mantuve así mientras sentía que algo pasaba a nuestro alrededor.

De pronto, fui consciente de que los brazos de Eric me retenían contra su pecho, pero no luchaban contra la gravedad. Me sentí como si levitara. Tuve la tentación de abrir los ojos y comprobarlo por mí misma, pero me contuve. Seguro que Eric tenía una buena razón para pedírmelo.

El calor de julio desapareció de mi piel. No hizo frío en su lugar, sencillamente no sentía ningún tipo de temperatura a mi alrededor. Casi diría que no sentía ni el roce del aire. Aun así, un cosquilleo helado me estremeció desde dentro, inquietándome. Era demasiado similar a cuando sentía que algo malo iba a pasar. Como si algo en mi fuero interno tratara de alertarme de que lo que estaba haciendo no estaba bien.

Me estreché más fuerte contra Eric cuando me pareció oír algo demasiado cerca. Un susurro que no escuché con mis oídos sino directamente en mi cabeza y que deseé con todas mis fuerzas que fuera fruto de mi imaginación, una mala jugada de mi mente por cerrar los ojos mientras Eric hacía magia a mi alrededor.

Mentirme a mí misma me ayudó a conservar la calma hasta que sentí cómo el suelo me succionaba. No sé si iba a gritar o solo a soltar una exhalación ahogada, pero Eric amortiguó el sonido con su mano mientras me ayudaba a mantener el equilibrio. El calor veraniego volvió a envolver cada milímetro de mi piel y abrí los ojos de golpe, con la respiración agitada y el corazón latiendo frenético.

Ya no estábamos en el bosque. Nos recibieron unas blancas paredes que, en un primer momento, me hicieron sentir atrapada. El olor a naturaleza se sustituyó de forma violenta por el desagradable tufo a desinfectante.

Miré a todas partes, alerta, pero no reconocía el lugar. Tampoco detectaba ninguna amenaza. En aquel pequeño cuarto tan solo había una cama perfectamente hecha, con una mesita de noche al lado de madera clara, y un sillón junto a la única ventana de la estancia, que pese a estar abierta tenía barrotes de acero.

Y allí, en el sillón, estaba sentada una mujer.

No sabría decir su edad, ya que su rostro no tenía apenas arrugas, pero su larga melena hasta la cintura tenía más cabello plateado que negro. Vestía un camisón blanco que contrastaba con su tez cobriza. Tenía los labios gruesos ligeramente entreabiertos y su mirada castaña y rasgada estaba perdida más allá de la ventana.

—Estás viva —murmuró Eric conmocionado.

Se apartó de mi lado y en apenas dos pasos recorrió la distancia que le separaba de la mujer. Se arrodilló a su lado y cogió las manos de ella entre las suyas al borde del llanto, pero ella siguió ignorándonos a ambos.

Eric dijo algo, pero esta vez no pude entenderlo. Le habló con palabras dulces a la mujer en otro idioma, aunque ella no reaccionó a la súplica en su voz ni tampoco a las lágrimas que finalmente desbordaron sus ojos atormentados.

Fruncí el ceño mientras la observaba con más atención. Estaba anormalmente quieta, más incluso que si estuviera dormida. Tan paralizada como si no necesitara respirar, pero viva. Podía sentir su presencia junto a nosotros del mismo modo que sentía que había más gente moviéndose más allá de las paredes. No estábamos solos. Y por lo bajito que hablaba Eric, supuse que la amenaza estaba al otro lado de la puerta que tenía a mi espalda.

Palabra de Bruja IndomableWhere stories live. Discover now