LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (G...

By marlenequen

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La vida de Mariajo es tan anodina, que incluso aburre a los aburridos. Sin embargo, la visita de un hombre im... More

¿Preparad@s para una nueva historia?
SINOPSIS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPITULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPITULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
EPÍLOGO (parte 1)
EPÍLOGO - (Parte 2)

CAPÍTULO 6

30.4K 4.4K 1.4K
By marlenequen

¡Amoresss! No sé con qué estoy disfrutando más: si escribiendo esta historia o leyendo vuestros comentarios. Millones de gracias, no imagináis cuánto me río con ellos y sobre todo lo que me animan. ¡SOIS INCREÍBLES!

¡Vamos a por el capítulo de hoy! :D

***

El sonido de un motor me despierta y, aunque la música está muy baja, puedo percibir la melodía de una de mis canciones favoritas: Crazy de Gnarls Barkley.

—Uff, ¡madre mía! Me duelen hasta las pestañas —mascullo mientras me estiro.

La cabeza comienza a martillearme como si alguien estuviese machacando almendras sobre mis sienes y me quejo—: Joder... Se me ha ido mucho la mano hoy, ¿qué hora es? —pregunto a Lucrecia, pero no responde. Miro hacia delante y noto algo raro en los asientos. Estoy tan desorientada que ni siquiera sé en qué parte del coche voy. ¿Cómo llegué hasta aquí? Lo último que recuerdo es haber estado bailando con el bombero en la pista y... —¡Mierda! —Mi cerebro comienza a enviarme imágenes en forma de fogonazos y el bochorno que siento es tan insoportable que tengo que cubrirme la cara con las manos—. ¡Lucrecia! —Me incorporo con rapidez. ¡Hija de puta! ¿Cómo pudiste? En todos esos flases aparece ella animándome y empujándome a pecar y solo por eso comienzo a odiarla. ¿Qué clase de amiga es capaz de hacer algo así?

—Me temo que tu ira tendrá que esperar. Acabo de dejarla en su casa. —La voz de un hombre me sobresalta.

—¿Qué? ¿Quién eres tú? —Froto mis ojos, nerviosa. Sin embargo, lo hago tan fuerte que lo único que consigo es el efecto contrario y me cuesta enfocar todavía más—. ¿Dónde están mis amigas? ¿Por qué no está conduciendo Marina? —Ni siquiera miré en su dirección dando por hecho que era ella quien lo hacía—. ¡Dios mío, me estás raptando! —chillo traicionada por el subconsciente y, tras pestañear varias veces, observo que el coche en el que voy nada tiene que ver con el de mi amiga.

—¿Raptando? —Suelta una risotada—. De eso casi podría acusarte yo.

Se gira en ese momento y cuando descubro quién es la persona que está al volante, mi corazón se paraliza.

—No, no, no, no... ¿Tú? No... no, no. ¡De ninguna manera puede ser cierto! —Comienzo a hiperventilar—. ¡Lucreciaaa! —grito—. ¿Quién me ha echado droga en la bebida? —vuelve a reír y a mí no me hace ninguna gracia—. ¡Lucreciaaa! —Empiezo a notarme histérica y, antes de perder el control, miro por la ventanilla y respiro varias veces—. Un, dos, tres... yo me calmaré. Un, dos, tres... no alucinaré. —Incapaz de serenarme, y aprovechando que no hay nadie más en la parte trasera, me hago un ovillo. Dos segundos después me lo pienso mejor y, apoyando mi cabeza en el reposabrazos, me tumbo como puedo—. Voy a dormirme ahora mismo y cuando me despierte ya no estarás aquí. ¡Habrás desaparecido! Eres solo un producto de mi imaginación —gimoteo—. Esto es por culpa del alcohol. ¡No vuelvo a beber más! —Al cerrar los ojos todo me da vueltas y me tranquiliza creer que estoy en lo cierto. Definitivamente, la borrachera me está haciendo ver cosas que no quiero.

—Me temo que eso no ocurrirá, señorita Mariajo —ríe.

—¡Solo estoy delirando...! —me hablo en alto para calmarme—. Si de verdad fuese él, de ninguna manera sabría mi nombre.

—Las alucinaciones lo sabemos todo —vuelve a carcajearse—. Aunque, si no recuerdo mal, tú misma me lo dijiste mientras me hacías una pedorreta muy..., pero que muy cerca del pubis.

—¿¡Qué!? —Me siento de nuevo para encararlo, convencida de que está mintiendo, y de la nada aparece en mi cerebro la imagen de lo que está diciendo. Yo agarrada a sus nalgas. Yo tomando aire. Yo apoyando mi boca en su pubis y yo soplando con ímpetu hasta que mis labios rebotan en su cuerpo—. ¡Me quiero morir! —Mis ojos quedan fijos en el asiento del conductor mientras reproduzco una y otra vez esa escena en mi cabeza, junto a otras, si cabe, aún más vergonzosas. En un momento de lucidez recuerdo algo que, de ser cierto, hará que todavía me traume más—. ¡Espera...! —Detengo mis pensamientos y me centro en ello—. ¿Tú eres...? ¿Tú también eres... el... estríper... y además eres... el maldito... recogepelotas...? —No sé por qué lo he llamado así, pero es lo primero que ha salido de mi boca.

—Llámame ball boy, que suena mejor —ríe—. Aunque a ti tampoco se te da nada mal recogerlas, eh... —Me miro las manos con rapidez sabiendo de lo que habla y, mientras trato de procesar todo inútilmente, aguanto la respiración para ver si con suerte pierdo el conocimiento de una vez. Me está resultando casi imposible soportar tanta información. Es demasiado humillante y vergonzosa como para digerirla en un solo día. ¡Qué digo un día! Me costará el resto de mi vida y parte de mis próximas reencarnaciones. Él, la única persona con la que a toda costa hubiese evitado cruzarme, es el maldito estríper al que le...

—¡No puede ser cierto! —Sacudo mi cabeza de derecha a izquierda para eliminar esos horribles recuerdos que guardo en ella, pero no sirve de nada. ¿Por qué coño no puedo ser una borracha normal y sufrir amnesia?

—Oh... vaya que lo es. —Echa más leña al fuego—. Hasta juraría que, mientras lo hacías, estabas calculando su peso.

—¡No! No, coño, ¡no! ¡Cállate ya! —Necesito llorar pero no logro soltar ni una sola lágrima—. ¡Quiero bajarme de aquí! ¡Detén el coche!

—No puedo. Les prometí a tus amigas que te llevaría a casa.

—¿Qué amigas? ¡Yo ya no tengo amigas! Si han permitido esto pienso dejar de hablarlas a todas. Por mí os podéis ir todos a la mierda. Tú... ellas y... ¡ese maldito engendro, o lo que sea que guardas entre las piernas! —El corazón me late tan rápido que tengo la impresión de que, de un momento a otro, se me saldrá por la boca—. ¡Detén el maldito coche! —Me ignora—. ¡Detén el maldito coche! ¡Quiero bajarme!

—No voy a hacer eso. Según el GPS todavía faltan algunos kilómetros para llegar.

—¡Qué pares! —Me suelto el cinturón, tiro de la manilla de la puerta y esta se abre. Al darse cuenta, comienza a frenar y mi cuerpo, por la inercia, se echa hacia delante, quedando mi cara pegada a su respaldo. Vuelve al pisar el freno para evitar derrapar y mi culo se levanta del asiento. Cuando por fin se detiene caigo hacia atrás con violencia y aunque sé que ese movimiento tan brusco en otro momento me hubiese resultado molesto, no siento nada. El alcohol que aún corre por mis venas guarda sus propiedades anestésicas intactas.

—¿Estás loca? —Baja del coche con rapidez y abre mi puerta para asegurarse de que estoy bien.

—Todavía no, pero entre unos y otros vais a conseguir que lo esté muy pronto. —Todo comienza a darme vueltas y tengo que apoyar la palma de mi mano sobre la frente. En mi empeño por salir del coche hago el intento de nuevo y unas horribles náuseas se apoderan de mí—. Mierda... Tengo ganas de... ¡Uhg! De... —Abro las piernas e intuyendo lo que viene me coloco en posición—. ¡Uhg! —No me da tiempo a nada más y comienzo a vomitar con la misma violencia que la niña del exorcista.

—¡Mierda! ¡No! ¡Joder! —Al ver lo que está ocurriendo intenta apartarse, pero ya es demasiado tarde también para él—. ¡Mis zapatosss! ¡Nooo! —Se mueve con energía para sacudirlos mientras grita—. ¡Virgen Santa! ¿Pero esto qué es? ¿Has comido aceitunas?

—Yo... ¡Uhg! —intento responder, pero todavía me es imposible.

—¡Mierda, mierda, mierda! —Sigue luchando por quitarse todo de encima—. ¡Aggg! ¡Maldita sea! ¡Pero si hay una todavía entera! ¿Tú no sabes masticar o qué? —Se quita el zapato y, tras golpearlo con fuerza en la hierba, la veo rodar.

—Son las del cóctel. Estaban en el cóc... —Las náuseas no me dan tregua.

—¡Dios mío! ¿Y qué es esto tan viscoso? ¡No se quita! —Sigue estrellando el zapato contra el suelo y, aunque quiero, ya no puedo mirar. Estoy demasiado ocupada arrojando el contenido de mi estómago—. ¡Uhg! —Escucho como da una arcada—. ¿Pero por qué se estira así? ¡Parece un puto moco! ¡Uhg! ¡Ugh! ¡Redios, pero qué asco! ¡Uhg! —Tras un breve silencio, no puede más y comienza a vomitar a mi lado. Varios coches pasan cerca de nosotros y, al ver lo que estamos haciendo, tocan sus bocinas.

—¡Borrachos! ¡Imprudentes! —Nos insultan creyendo que ambos estamos igual, pero lo cierto es que, en ningún momento, de todos los que recuerdo, lo he visto a él bebiendo otra cosa que no fuese agua.

Sin moverme de donde estoy, les muestro mi dedo corazón y espero a que pasen para bajarlo. Un par de minutos después, y sintiéndome algo mejor, levanto la cabeza y puedo ver por fin lo que está haciendo el señor delicado. ¿Dónde quedó el caballeroso gesto de recoger a la chica el cabello mientras está indispuesta? Tiene la mano derecha apoyada en el techo del coche y parece estar bastante mareado. —¡Ay! —Suspira sofocado—. ¡Ay! ¡Qué malito me he puesto en un rato! —Me busca con la mirada mientras seca sus lágrimas y cuando sus ojos me encuentran están tan rojos y cerrados que parecen dos pinchazos en un tomate. Se acerca, abre el maletero y saca de él una botella de agua—. Toma. Aclárate la boca, anda. —Hago lo que me dice y cuando me aseguro de que ya estoy limpia se la devuelvo para observar que él hace lo mismo. Escupe en el suelo mientras la cierra y la guarda donde estaba—. Ya no sé qué más me vas a hacer hoy... Entra al coche y vámonos de una jodida vez —espeta resentido y entiendo que lo que intenté antes fue una idiotez. Si me deja aquí como quería tendría que caminar al menos dos horas para llegar. Obedezco sin decir ni una sola palabra más y abrocho mi cinturón. Cuanto antes lleguemos a casa antes acabará todo. Al menos esta parte, porque mañana pienso tener algunas palabras con las que hasta ahora consideraba mis amigas. ¿Cómo se les ocurre fiarse así de un tipo al que no conocen y, lo que es peor, permitirle que nos lleve en el estado en el que estamos a nuestra casa? Echo mi cabeza hacia atrás y aunque es el coche de un extraño trato de relajarme. No recuerdo cómo he llegado hasta él, ni siquiera si debería de bajar la guardia o fiarme de su palabra, pero lo cierto es que estoy tan agotada que apenas me puedo mover y lo único que quiero es descansar. Está siendo todo tan irreal...

Cierro los ojos, suspiro y eso es lo último que recuerdo hasta que sus enormes manos tocan mi espalda.

—Mariajo. Mariajo. Despierta, ya hemos llegado.

—¿Em? —Abro los ojos con esfuerzo debido a que ya está amaneciendo—. ¿Dónde? —Vuelvo a estar tan desorientada como antes—. Ah..., ya —digo al reconocer la calle y me levanto agarrándome a su brazo.

—¿Puedes llegar sola? —me pregunta sin apartarse.

—Um..., no sé. —Estoy tan dormida que me cuesta un mundo hablar—. Creo que sí... —digo con mucho esfuerzo.

Al notar que no es del todo verdad y que me tambaleo, pasa su brazo por encima de mis hombros para asegurarse de que no me caiga y, con cuidado, me anima a caminar.

—Vamos despacio ¿vale? Sujétate bien a mí. —Asiento sintiéndome extrañamente bien por sus atenciones, apoyo mi cara en su perfecto pecho, que huele de maravilla, y cuando doy el primer paso mi pie se tuerce y me raspo el tobillo contra la acera.

—¡Me cago en la puta! —grito al cielo al tiempo que abro los ojos como platos y mi ñoñez se esfuma junto a lo que hasta ahora parecía una escena de lo más tierna.

—¿Qué te pasa ahora? —Me mira asustado y aunque todavía tengo el rostro arrugado por el dolor, evito contárselo. No quiero que se ría más de mí.

—Na...da... —respondo con el vello de los brazos erizado. En ese momento escucho a alguien hablar detrás de mí y cuando me giro para ver quién es, descubro que se trata de el idiota de mi ex con su vecina. Desde que me puso los cuernos con ella no he vuelto a saber nada de él, excepto que se la chupa muy bien.

—¿Seguro? —Ignorando lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, se acerca más a mí para comprobar que lo que digo es cierto. En ese momento veo que mi ex y su amiga nos miran. La rabia puede conmigo y, aun sabiendo que ya la he cagado demasiado por hoy, pongo las manos sobre la cara del estríper sin que se lo espere y, asegurándome de que lo van a ver, le propino un beso rápido en los labios. Total, después de todo lo que le he hecho pasar no creo que esto le ofenda.

—Nos vemos mañana, cariño —digo en alto para que me escuchen y, con la seguridad de que eso le ha tenido que molestar a mi ex, doy un paso al frente para marcharme con la cabeza alta, pero en ese mismo instante las manos del estríper me detienen y temo haberle enfadado.

—Si lo quieres celar de verdad, hazlo bien. —Me guiña un ojo y al entender cuáles han sido mis intenciones, tira de mí hacia él, rodea mi cintura con su enorme brazo y, sin mediar palabra, me mete la lengua hasta la garganta.

Con esa acción logra hacerme olvidar la razón por la que estamos haciendo esto, y cuando da por terminado nuestro beso me tiemblan hasta las piernas. Carraspeo cuando se separa y, para disimular mi rubor, me coloco el pelo. Miro hacia el lugar donde estaba mi ex con intención de ver la cara que se les ha quedado y, para mi sorpresa, ya no están.

—¡Mariajo! ¡Tira para casa ahora mismo!

Pero quien sí está es mi madre gritando desde la ventana y, por la forma en que me llama, sé que lo ha visto todo.

El sonido de un motor me despierta y, aunque la música está muy baja, puedo percibir la melodía de una de mis canciones favoritas: Crazy de Gnarls Barkley.

—Uff, ¡madre mía! Me duelen hasta las pestañas —mascullo mientras me estiro.

La cabeza comienza a martillearme como si alguien estuviese machacando almendras sobre mis sienes y me quejo—: Joder... Se me ha ido mucho la mano hoy, ¿qué hora es? —pregunto a Lucrecia, pero no responde. Miro hacia delante y noto algo raro en los asientos. Estoy tan desorientada que ni siquiera sé en qué parte del coche voy. ¿Cómo llegué hasta aquí? Lo último que recuerdo es haber estado bailando con el bombero en la pista y... —¡Mierda! —Mi cerebro comienza a enviarme imágenes en forma de fogonazos y el bochorno que siento es tan insoportable que tengo que cubrirme la cara con las manos—. ¡Lucrecia! —Me incorporo con rapidez. ¡Hija de puta! ¿Cómo pudiste? En todos esos flases aparece ella animándome y empujándome a pecar y solo por eso comienzo a odiarla. ¿Qué clase de amiga es capaz de hacer algo así?

—Me temo que tu ira tendrá que esperar. Acabo de dejarla en su casa. —La voz de un hombre me sobresalta.

—¿Qué? ¿Quién eres tú? —Froto mis ojos, nerviosa. Sin embargo, lo hago tan fuerte que lo único que consigo es el efecto contrario y me cuesta enfocar todavía más—. ¿Dónde están mis amigas? ¿Por qué no está conduciendo Marina? —Ni siquiera miré en su dirección dando por hecho que era ella quien lo hacía—. ¡Dios mío, me estás raptando! —chillo traicionada por el subconsciente y, tras pestañear varias veces, observo que el coche en el que voy nada tiene que ver con el de mi amiga.

—¿Raptando? —Suelta una risotada—. De eso casi podría acusarte yo.

Se gira en ese momento y cuando descubro quién es la persona que está al volante, mi corazón se paraliza.

—No, no, no, no... ¿Tú? No... no, no. ¡De ninguna manera puede ser cierto! —Comienzo a hiperventilar—. ¡Lucreciaaa! —grito—. ¿Quién me ha echado droga en la bebida? —vuelve a reír y a mí no me hace ninguna gracia—. ¡Lucreciaaa! —Empiezo a notarme histérica y, antes de perder el control, miro por la ventanilla y respiro varias veces—. Un, dos, tres... yo me calmaré. Un, dos, tres... no alucinaré. —Incapaz de serenarme, y aprovechando que no hay nadie más en la parte trasera, me hago un ovillo. Dos segundos después me lo pienso mejor y, apoyando mi cabeza en el reposabrazos, me tumbo como puedo—. Voy a dormirme ahora mismo y cuando me despierte ya no estarás aquí. ¡Habrás desaparecido! Eres solo un producto de mi imaginación —gimoteo—. Esto es por culpa del alcohol. ¡No vuelvo a beber más! —Al cerrar los ojos todo me da vueltas y me tranquiliza creer que estoy en lo cierto. Definitivamente, la borrachera me está haciendo ver cosas que no quiero.

—Me temo que eso no ocurrirá, señorita Mariajo —ríe.

—¡Solo estoy delirando...! —me hablo en alto para calmarme—. Si de verdad fuese él, de ninguna manera sabría mi nombre.

—Las alucinaciones lo sabemos todo —vuelve a carcajearse—. Aunque, si no recuerdo mal, tú misma me lo dijiste mientras me hacías una pedorreta muy..., pero que muy cerca del pubis.

—¿¡Qué!? —Me siento de nuevo para encararlo, convencida de que está mintiendo, y de la nada aparece en mi cerebro la imagen de lo que está diciendo. Yo agarrada a sus nalgas. Yo tomando aire. Yo apoyando mi boca en su pubis y yo soplando con ímpetu hasta que mis labios rebotan en su cuerpo—. ¡Me quiero morir! —Mis ojos quedan fijos en el asiento del conductor mientras reproduzco una y otra vez esa escena en mi cabeza, junto a otras, si cabe, aún más vergonzosas. En un momento de lucidez recuerdo algo que, de ser cierto, hará que todavía me traume más—. ¡Espera...! —Detengo mis pensamientos y me centro en ello—. ¿Tú eres...? ¿Tú también eres... el... estríper... y además eres... el maldito... recogepelotas...? —No sé por qué lo he llamado así, pero es lo primero que ha salido de mi boca.

—Llámame ball boy, que suena mejor —ríe—. Aunque a ti tampoco se te da nada mal recogerlas, eh... —Me miro las manos con rapidez sabiendo de lo que habla y, mientras trato de procesar todo inútilmente, aguanto la respiración para ver si con suerte pierdo el conocimiento de una vez. Me está resultando casi imposible soportar tanta información. Es demasiado humillante y vergonzosa como para digerirla en un solo día. ¡Qué digo un día! Me costará el resto de mi vida y parte de mis próximas reencarnaciones. Él, la única persona con la que a toda costa hubiese evitado cruzarme, es el maldito estríper al que le...

—¡No puede ser cierto! —Sacudo mi cabeza de derecha a izquierda para eliminar esos horribles recuerdos que guardo en ella, pero no sirve de nada. ¿Por qué coño no puedo ser una borracha normal y sufrir amnesia?

—Oh... vaya que lo es. —Echa más leña al fuego—. Hasta juraría que, mientras lo hacías, estabas calculando su peso.

—¡No! No, coño, ¡no! ¡Cállate ya! —Necesito llorar pero no logro soltar ni una sola lágrima—. ¡Quiero bajarme de aquí! ¡Detén el coche!

—No puedo. Les prometí a tus amigas que te llevaría a casa.

—¿Qué amigas? ¡Yo ya no tengo amigas! Si han permitido esto pienso dejar de hablarlas a todas. Por mí os podéis ir todos a la mierda. Tú... ellas y... ¡ese maldito engendro, o lo que sea que guardas entre las piernas! —El corazón me late tan rápido que tengo la impresión de que, de un momento a otro, se me saldrá por la boca—. ¡Detén el maldito coche! —Me ignora—. ¡Detén el maldito coche! ¡Quiero bajarme!

—No voy a hacer eso. Según el GPS todavía faltan algunos kilómetros para llegar.

—¡Qué pares! —Me suelto el cinturón, tiro de la manilla de la puerta y esta se abre. Al darse cuenta, comienza a frenar y mi cuerpo, por la inercia, se echa hacia delante, quedando mi cara pegada a su respaldo. Vuelve al pisar el freno para evitar derrapar y mi culo se levanta del asiento. Cuando por fin se detiene caigo hacia atrás con violencia y aunque sé que ese movimiento tan brusco en otro momento me hubiese resultado molesto, no siento nada. El alcohol que aún corre por mis venas guarda sus propiedades anestésicas intactas.

—¿Estás loca? —Baja del coche con rapidez y abre mi puerta para asegurarse de que estoy bien.

—Todavía no, pero entre unos y otros vais a conseguir que lo esté muy pronto. —Todo comienza a darme vueltas y tengo que apoyar la palma de mi mano sobre la frente. En mi empeño por salir del coche hago el intento de nuevo y unas horribles náuseas se apoderan de mí—. Mierda... Tengo ganas de... ¡Uhg! De... —Abro las piernas e intuyendo lo que viene me coloco en posición—. ¡Uhg! —No me da tiempo a nada más y comienzo a vomitar con la misma violencia que la niña del exorcista.

—¡Mierda! ¡No! ¡Joder! —Al ver lo que está ocurriendo intenta apartarse, pero ya es demasiado tarde también para él—. ¡Mis zapatosss! ¡Nooo! —Se mueve con energía para sacudirlos mientras grita—. ¡Virgen Santa! ¿Pero esto qué es? ¿Has comido aceitunas?

—Yo... ¡Uhg! —intento responder, pero todavía me es imposible.

—¡Mierda, mierda, mierda! —Sigue luchando por quitarse todo de encima—. ¡Aggg! ¡Maldita sea! ¡Pero si hay una todavía entera! ¿Tú no sabes masticar o qué? —Se quita el zapato y, tras golpearlo con fuerza en la hierba, la veo rodar.

—Son las del cóctel. Estaban en el cóc... —Las náuseas no me dan tregua.

—¡Dios mío! ¿Y qué es esto tan viscoso? ¡No se quita! —Sigue estrellando el zapato contra el suelo y, aunque quiero, ya no puedo mirar. Estoy demasiado ocupada arrojando el contenido de mi estómago—. ¡Uhg! —Escucho como da una arcada—. ¿Pero por qué se estira así? ¡Parece un puto moco! ¡Uhg! ¡Ugh! ¡Redios, pero qué asco! ¡Uhg! —Tras un breve silencio, no puede más y comienza a vomitar a mi lado. Varios coches pasan cerca de nosotros y, al ver lo que estamos haciendo, tocan sus bocinas.

—¡Borrachos! ¡Imprudentes! —Nos insultan creyendo que ambos estamos igual, pero lo cierto es que, en ningún momento, de todos los que recuerdo, lo he visto a él bebiendo otra cosa que no fuese agua.

Sin moverme de donde estoy, les muestro mi dedo corazón y espero a que pasen para bajarlo. Un par de minutos después, y sintiéndome algo mejor, levanto la cabeza y puedo ver por fin lo que está haciendo el señor delicado. ¿Dónde quedó el caballeroso gesto de recoger a la chica el cabello mientras está indispuesta? Tiene la mano derecha apoyada en el techo del coche y parece estar bastante mareado. —¡Ay! —Suspira sofocado—. ¡Ay! ¡Qué malito me he puesto en un rato! —Me busca con la mirada mientras seca sus lágrimas y cuando sus ojos me encuentran están tan rojos y cerrados que parecen dos pinchazos en un tomate. Se acerca, abre el maletero y saca de él una botella de agua—. Toma. Aclárate la boca, anda. —Hago lo que me dice y cuando me aseguro de que ya estoy limpia se la devuelvo para observar que él hace lo mismo. Escupe en el suelo mientras la cierra y la guarda donde estaba—. Ya no sé qué más me vas a hacer hoy... Entra al coche y vámonos de una jodida vez —espeta resentido y entiendo que lo que intenté antes fue una idiotez. Si me deja aquí como quería tendría que caminar al menos dos horas para llegar. Obedezco sin decir ni una sola palabra más y abrocho mi cinturón. Cuanto antes lleguemos a casa antes acabará todo. Al menos esta parte, porque mañana pienso tener algunas palabras con las que hasta ahora consideraba mis amigas. ¿Cómo se les ocurre fiarse así de un tipo al que no conocen y, lo que es peor, permitirle que nos lleve en el estado en el que estamos a nuestra casa? Echo mi cabeza hacia atrás y aunque es el coche de un extraño trato de relajarme. No recuerdo cómo he llegado hasta él, ni siquiera si debería de bajar la guardia o fiarme de su palabra, pero lo cierto es que estoy tan agotada que apenas me puedo mover y lo único que quiero es descansar. Está siendo todo tan irreal...

Cierro los ojos, suspiro y eso es lo último que recuerdo hasta que sus enormes manos tocan mi espalda.

—Mariajo. Mariajo. Despierta, ya hemos llegado.

—¿Em? —Abro los ojos con esfuerzo debido a que ya está amaneciendo—. ¿Dónde? —Vuelvo a estar tan desorientada como antes—. Ah..., ya —digo al reconocer la calle y me levanto agarrándome a su brazo.

—¿Puedes llegar sola? —me pregunta sin apartarse.

—Um..., no sé. —Estoy tan dormida que me cuesta un mundo hablar—. Creo que sí... —digo con mucho esfuerzo.

Al notar que no es del todo verdad y que me tambaleo, pasa su brazo por encima de mis hombros para asegurarse de que no me caiga y, con cuidado, me anima a caminar.

—Vamos despacio ¿vale? Sujétate bien a mí. —Asiento sintiéndome extrañamente bien por sus atenciones, apoyo mi cara en su perfecto pecho, que huele de maravilla, y cuando doy el primer paso mi pie se tuerce y me raspo el tobillo contra la acera.

—¡Me cago en la puta! —grito al cielo al tiempo que abro los ojos como platos y mi ñoñez se esfuma junto a lo que hasta ahora parecía una escena de lo más tierna.

—¿Qué te pasa ahora? —Me mira asustado y aunque todavía tengo el rostro arrugado por el dolor, evito contárselo. No quiero que se ría más de mí.

—Na...da... —respondo con el vello de los brazos erizado. En ese momento escucho a alguien hablar detrás de mí y cuando me giro para ver quién es, descubro que se trata de el idiota de mi ex con su vecina. Desde que me puso los cuernos con ella no he vuelto a saber nada de él, excepto que se la chupa muy bien.

—¿Seguro? —Ignorando lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, se acerca más a mí para comprobar que lo que digo es cierto. En ese momento veo que mi ex y su amiga nos miran. La rabia puede conmigo y, aun sabiendo que ya la he cagado demasiado por hoy, pongo las manos sobre la cara del estríper sin que se lo espere y, asegurándome de que lo van a ver, le propino un beso rápido en los labios. Total, después de todo lo que le he hecho pasar no creo que esto le ofenda.

—Nos vemos mañana, cariño —digo en alto para que me escuchen y, con la seguridad de que eso le ha tenido que molestar a mi ex, doy un paso al frente para marcharme con la cabeza alta, pero en ese mismo instante las manos del estríper me detienen y temo haberle enfadado.

—Si lo quieres celar de verdad, hazlo bien. —Me guiña un ojo y al entender cuáles han sido mis intenciones, tira de mí hacia él, rodea mi cintura con su enorme brazo y, sin mediar palabra, me mete la lengua hasta la garganta.

Con esa acción logra hacerme olvidar la razón por la que estamos haciendo esto, y cuando da por terminado nuestro beso me tiemblan hasta las piernas. Carraspeo cuando se separa y, para disimular mi rubor, me coloco el pelo. Miro hacia el lugar donde estaba mi ex con intención de ver la cara que se les ha quedado y, para mi sorpresa, ya no están.

—¡Mariajo! ¡Tira para casa ahora mismo!

Pero quien sí está es mi madre gritando desde la ventana y, por la forma en que me llama, sé que lo ha visto todo.

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