LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (G...

By marlenequen

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La vida de Mariajo es tan anodina, que incluso aburre a los aburridos. Sin embargo, la visita de un hombre im... More

¿Preparad@s para una nueva historia?
SINOPSIS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPITULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPITULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
EPÍLOGO (parte 1)
EPÍLOGO - (Parte 2)

CAPÍTULO 5

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By marlenequen

Vuelvo espantada al lugar del que nunca deberían haberme movido y las malditas manos vuelven a hacerme lo mismo.

—¿Quién ha sido? —grito mientras me giro y veo que Lucrecia se ríe.

—¡Dale caña, nena! ¡Es tu momento! —vocea para que la escuche y desearía poder arrancarle la tráquea. ¿¡Cómo ha podido hacerme esto!?

—Hija de... —Antes de que pueda terminar el insulto observo que Roxana también tiene sus ojos puestos en mí y atisbo claramente el momento en el que se burla con su amiga—. Se van a cagar —me digo para armarme de valor y, como si no fuese yo misma, cambio de idea. Pienso demostrarles que, si me da la gana, puedo ser la más perra. Se van a comer el maldito apodo. Doy un paso al frente y en un segundo de lucidez temo que esa decisión no sea mía, sino de las copas que ya llevo encima, pero el alcohol inunda mis pensamientos y cuando me quiero dar cuenta estoy levantando uno de los brazos.

—¡Ya tenemos a la primera! —El del micrófono se dirige a mí y me extiende su mano para que me acerque.

«Pero qué coño estoy haciendo...» me riño a mí misma. Sin embargo, mis piernas ignoran lo que está ocurriendo y continúan moviéndose solas. Hacía años que no me sentía tan ebria.

Oigo al grupo gritar detrás y sé que algo así, viniendo de mí, es lo que menos esperaban. Definitivamente, yo tampoco. Me he pasado media vida renegando de esto y justo hoy, delante de todas, estoy haciendo todo lo contrario, pero por mis narices que pienso callarle la boca a la hipócrita de Roxana. Ella, en el fondo, también es una puritana, por eso encajamos al principio, aunque sabe disimularlo muy bien.

Los gritos cada vez se vuelven más fuertes y me giro para saludar como si fuese Scarlett Johansson. Les lanzo un beso y cuando vuelvo mi atención al frente noto que uno de mis zapatos se enreda en la manguera que con tanto esmero habían extendido los estríperes. Hago mil aspavientos para no caerme, con los que más que intentar salvar el golpe parece que estoy bailando break dance. Sé que si no lo enmiendo pronto seré el hazmerreír de la noche, en lugar de la reina como pretendo, y me niego a besar el suelo. Sin saber muy bien cómo, saco fuerzas de donde no las tengo y de un fuerte tirón logro apoyar el pie libre delante de mi cuerpo. En ese momento, el que tenía atrapado en la manguera queda suelto y, debido a la gravedad, obligo a mi cuerpo a adoptar una postura antinatural, quedando mi tronco totalmente inclinado hacia delante y los brazos extendidos hacia atrás. Al ver que la caída es inminente, doy varios pasos más para mantener el equilibro y, cuando me quiero dar cuenta, estoy corriendo hacia ellos como si fuese una gallina clueca.

Los gritos se intensifican y, de pronto, mi cabeza choca con algo extrañamente blando que me frena. Tras oír un alarido parecido al de un gato en celo, miro hacia arriba confundida y me encuentro de frente con el estríper del micrófono. Tiene su boca torcida en una mueca de dolor y, al descubrir lo que acabo de hacer, mis ojos se abren desorbitados.

—Yo..., lo siento. —No puedo creerlo. ¡Acabo de darle un cabezazo en los cascabeles!

Me aparto con rapidez y veo cómo coloca sus manos en la entrepierna gimiendo de forma aguda. Se echa hacia delante, casi de la misma forma en que lo hice yo antes y cuando las carcajadas estallan en la pista se marcha caminando sin separar los muslos. Busco con la mirada a su compañero para ofrecerle una disculpa y lo encuentro entregado por completo a la risa. Tiene apoyadas las manos en sus rodillas y se carcajea como los demás.

—¡Señoritas! —El dueño del local interviene para salvar la situación—. Hemos sufrido un pequeño contratiempo, pero la diversión debe continuar. —Hace una señal al DJ y este cambia la música.

Miro preocupada en la dirección en la que se fue el bombero magullado y lo encuentro sentado en una silla mientras alguien le ofrece un vaso de agua. No puedo ver sus ojos por las gafas, pero por alguna razón sé que me está fulminando con la mirada. Lo único bueno de todo esto es que al final nadie se ha reído de mí.

—Nena. —Lucrecia se acerca sofocada por las risas y pone la mano en mi hombro antes de tomar un poco de aire—. Nena... —Lo intenta de nuevo pero las carcajadas mudas no se lo permiten—. ¡Lo he grabado todo! —logra decir por fin y tiene que sujetarse con fuerza a mi ropa para no caerse. Tras unos segundos intentando calmarse, se aparta como puede y, buscando algo en su teléfono, le muestra a Marina lo que creo que es el vídeo. Entonces continúan con las risas.

Cuando menos me lo espero, el lesionado regresa todavía cojeando y el dueño del local vuelve a hacerle entrega del micrófono.

—¿Por dónde íbamos? —vocea forzoso para animarnos y noto su mirada—. ¿Queréis que sigamos con la fiesta? —Sin dudarlo todas contestan que sí mientras le hace una especie de gesto a su compañero y este viene hacia mí. Me pone la mano en la cintura y me guía hasta una de las sillas—. ¡Necesitamos otra voluntaria más! —Es extraño, pero nadie se ofrece y, en cierto modo, me ofende. ¿Dónde están ahora las que siempre presumen de ser unas lanzadas? —¡No tengáis miedo! ¡No mordemos! —El lesionado se acerca a ellas y, al ver cómo Roxana se echa hacia atrás con intención de esconderse, grito.

—¡Ella! —Valiéndome de que he perdido la vergüenza por completo gracias a mi borrachera, me pongo en pie y la señalo. Es posible que nunca más vuelva a tener una oportunidad como esta para vengarme y no puedo permitirme perderla—. ¡Ella me dijo antes que quería! —miento y empiezo a notar que se me enredan las palabras, pero me da exactamente igual. ¿Quieren juerga? Pues la van a tener—. ¡Vamos, Roxanita! —Observando que se esconde más, la nombro para que no tenga escapatoria—. ¿O acaso esto te asusta? —Nunca pensé que haciendo algo así pudiera sentirme tan bien.

Sin perder la ocasión, el del micrófono agarra su muñeca y aunque en un principio se resiste, al escuchar que todas la animan y sabiendo lo que ocurrirá si no lo hace, no puede negarse más y se deja llevar hasta la pista. Se sienta en la silla que hay a mi lado y, tras lanzarme la peor de las miradas, comienza a sonar Whine Up de Kat DeLuna.

El del micrófono se queda con ella y su compañero regresa conmigo. Ambos se colocan delante de nosotras y comienzan a contornearse ante nuestros ojos como si no tuviesen articulaciones.

—¡Oh, sí! ¡Vamos, guapo! —grito solo para que Roxana me oiga. Cuando estuvimos sentadas en la mesa la escuché comentar que no iba a tomar nada de alcohol porque estaba siguiendo una dieta, así que, sabiendo que además está sobria y en plenas facultades, pienso aprovecharme de ello. No le vendrá nada mal pasar un poco de vergüenza.

El vaivén de los estríperes se vuelve cada vez más intenso y cuando el que está delante de mí apoya sus manos en mis hombros, contengo el aire. No sé qué está pensando hacer, pero, como sea, debo aguantar el chaparrón que yo misma he creado. Es mi momento y voy a demostrarles que no soy como piensan. Estoy hasta el higo de que me vean como a una monja.

—¡Sóbale hasta el sieso! —Aunque todas berrean a la vez, logro distinguir la voz de Lucrecia—. ¡Aprovéchate ahora que puedes!

El bombero se restriega una y otra vez contra mi cuerpo y hago un esfuerzo sobrehumano para soportarlo. Se aparta unos metros y cuando se inclina para coger una toalla puedo apreciar su bolsa escrotal por detrás.

—¡Dios mío de mi vida! —Cierro los ojos y, con disimulo, pataleo. «Aguanta... Demuestra que puedes. Tú puedesss». Con la idea de que lo que esconde tras su minúsculo calzón es una gran bola de calcetines logro relajarme un poco. De ningún modo ese puede ser un tamaño normal.

Extiende la toalla para que todas puedan verla y regresa hasta mí. Se la coloca alrededor de la cintura y se acomoda sobre mis rodillas mirando hacia el grupo. No sé qué está haciendo, pero mientras que la flecha de su brújula siga apuntando hacia ellas no hay nada que temer.

Comienza a bailar sobre mi regazo y cuando echa las manos hacia un lado para soltar uno de los laterales de su calzón me tenso, pero cuando suelta el otro y noto caer algo en la cara interior de mis muslos, tengo que apretar la mandíbula para no chillar.

«Son los calcetines, son los putos calcetines» repito en mi mente sin parar y cuando todavía no he logrado convencerme, toma una de mis manos, la mete bajo la toalla y me obliga a palpar algo.

—¡Virgen de la sota de bastos! —exclamo en alto y escucho como se ríe. De ningún modo ahí dentro hay unas malditas calcetas. Lanza con su mano libre el calzón a las chicas mientras se mece al compás de la música y, enrollando mejor sus dedos alrededor de los míos, me guía sobre lo que, más que un pene, parece el bastón de Gandalf.

—¿Cómo la tiene? —Ahora es la voz de Marina la que llega hasta mis oídos.

—¡Suave! —grito llevada por los nervios y estallan en carcajadas.

El bombero, con agilidad y sin que las demás puedan ver lo que yo he podido palpar, pasa una de sus piernas por encima de mi cuerpo y se queda sentado de frente a mí. Mueve sus caderas en círculos, así que puedo notar perfectamente el calor que toda esa masa desprende. Me lamento por no chocar con él, seguro que hubiese amortiguado mejor el golpe.

Incapaz de abrir los ojos debido a la vergüenza, los siguientes minutos se convierten en los más largos de toda mi vida. Por un instante se detiene y solo cuando noto que se levanta de mis rodillas, me atrevo a mirarle de nuevo. Sonríe pícaramente a la vez que despliega su toalla y cuando menos me lo espero, con un rápido movimiento atrapa mi cabeza con ella, quedando su pene a la altura de mis ojos.

«Virgen Santa, Virgen pura, no permitas que se le ponga dura...», rezo en mi mente y como si ese bicho fuese una cobra y yo una encantadora de serpientes, nos quedamos mirando fijamente. Yo a su ojo y el a los míos, en total silencio. Trago saliva como puedo para evitar moverme, creyendo que así estaré a salvo. Si no fuera porque me aparto en uno de sus vaivenes, me hubiera sacudido con ella en la mandíbula.

—Se buena, ¿vale? Haz lo que quieras, pero a mí ni me roces —le hablo como si pudiese entender lo que digo y llego a la conclusión de que estoy mucho más achispada de lo que creía.

Se detiene, y cuando parece que todo ha terminado, anuda la toalla a su cuerpo para que nadie más pueda verlo. Al apartarse noto mi pelo despeinado, pero debido al estado de shock en el que me encuentro no me molesto ni en colocarlo.

El bombero se aleja con rapidez, pero al ver que regresa unos minutos más tarde danzando con la dichosa manguera en sus manos, resoplo. Esta tortura parece no tener fin. Comienza a enrollarme con ella a la vez que su compañero, tomando el otro extremo, hace lo mismo con Roxana. Las sillas comienzan a moverse por la presión con la que tiran y un minuto después ambas estamos inmovilizadas espalda contra espalda.

Los tipos se nos acercan con movimientos sensuales y si no fuese porque estoy atrapada, huiría como una cobarde. ¡Ya no puedo más! Me niego a tener que enfrentarme de nuevo a su bestia. Echo la cabeza hacia atrás como si así pudiese apartarme y para lo único que me sirve es para chocar con la de Roxana, que parece estar haciendo lo mismo.

—Me vas a pagar esto —espeta aprovechando que me tiene tan cerca.

—¡Jódete! ¿Quién es la mojigata ahora? —reclamo con la voz entrecortada debido a que los órganos genitales del bombero están rebotando en mi estómago mientras lleva a cabo un perreo intenso.

—Es-to no que-da-rá así. —Por como tiembla su cabeza, sé que le están haciendo lo mismo.

—¡Mariaaajo! ¡Mariaaajo! —Las demás me animan y, llevada por la emoción, termino de perder la poca vergüenza que me queda

Por un segundo noto algo extraño en el bombero, pero no tardo en ignorarlo y me entrego al juego. Ha llegado mi momento y toca cerrar muchas bocas.

_________

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