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By vianna_rain

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#TdO tiene Editorial!!!!
SORPRESA...!!!
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4.
Capitulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capitulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62: Pájaros de colores.
Capítulo 63: Nieve de verano.
Página de la nove
Holis
Sorpresa II
Notis nuevas
grupo de face
Ya hay fecha de publicación!!!
Transmisión en vivo
Por las librerías del mundo.
Unboxing en youtube
¡¡Oferta solo para ARGENTINA!!
Retiro de obra 20/10/19

Capítulo 46

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By vianna_rain

Era la segunda inasistencia de Ariel a clases. Dos días seguidos. Su lugar estaba vacío, nuevamente.

Esta vez a Julieta le dolió el corazón con tristeza. Estaba asustada. No sabía nada de él. Nada de lo que podría haberle ocurrido. En el colegio tampoco había noticias de su ausencia. Sintió ganas de llorar, porque estaba apenada. Él representaba muchas cosas en su vida desde que había aparecido. El dolor del pecho era aún mucho más intenso que cualquier otro sentimiento que hubiera experimentado. Lo necesitaba. Necesitaba estar con él. Pero Ariel estaba ausente.

Julieta ocupó su banco perturbada. Mientras oía a lo lejos como sus compañeros gritaban, y las chicas también estaban extrañadas y decepcionadas del compañero lindo que sin previo aviso había dejado de venir. Su paso por el colegio había sido demasiado breve. No pudo evitar mirar un grupito cuando escuchó que decían su nombre, Faustina aseguraba que posiblemente se habría sentido mal por ser hijo de aborígenes. A Julieta le sonó descabellado. Tuvo ganas de arrancarle los pelos de un tirón, por hablar mal de él, porque no tenía pruebas para justificar nada. Ariel le había sugerido el tema, pero no lo había confirmado. No soportaba como estaban chismeando, como un grupo de viejas.

Fernando y Juanito se acercaron al pupitre de Julieta, amontonándose muy cerquita. El olor a colonia tan temprano en ambos, le hizo arder la nariz, pero era un aroma agradable.

—Nena, ¿cómo estás vos?

—Estoy bien, si es por lo de ayer.

—¿En serio? —le preguntó Juanito, estudiándola largamente, para ver si no mentía, pero Julieta estaba apagada por otras razones en ese momento.

— Fellon, esa cara me huele a que es por Lestelle Piacenzi.

Julieta le sonrió melancólicamente a su amigo, siempre daba en el clavo, y era muy obvia.

—A vos no te puedo ocultar nada, ¿eh? Siempre tan atinado.

Ella estaba bien, excepto porque Lestelle Piacenzi no estaba en clases. Se notaba a kilómetros que lo que la ponía mal era eso, y no otra cosa.

—Es raro que falte este chico, ¿qué le habrá pasado?

—No sé... —dijo Julieta con la voz temblorosa. Ariel volvía a transformarse en un desconocido. No la pasó a buscar para llevarla al colegio, como le había asegurado que haría desde aquella vez. No había manera de comunicarse con él. Era una total incertidumbre que la sumía en la más absoluta tristeza.

—Bueno, Juli, por ahí le dieron ganas de irse de viaje, viste como son los que tienen plata. Se fue unos días. Y en una semana vuelve —opinó Juanito. Lo que decía sonaba con sentido. Además, ¿qué tanta confianza podría tener él para decirle o dejar de decirle lo que hacía y lo que no?

— En el fondo siento que debería ser así, nos conocemos de hace un tiempo, podría habérmelo dicho —musitó apenas.

—Carolina también faltó a clases —dijo Fernando. Y echó una rápida mirada a su banco. Era un tanto extraño. Generalmente, iba al colegio porque Leonel la llevaba en su moto.

—¿Qué querés decir? ¿Qué están juntos? —preguntó Julieta, en sus ojos brilló algo parecido a la ira. Fernando se alteró de solo verla al borde de una histeria.

—¡No, nena! ¡Qué paranoica! —se apresuró a decir, empujándola con suavidad—. ¿De dónde sacaste esa idea? Lestelle está con vos. Eso se nota... —le guiñó un ojo tranquilizador. Julieta se sonrojó y sonrió, cambiando el ánimo enseguida—. Ah, te hice sonreír —sonrió él también.

—Me da bronca los inventos de Faustina. Estoy con ganas de pegarle si sigue hablando de Ariel de esa manera —comentó la joven escuchando que seguía el tema de charla entre sus compañeras de colegio. Aunque la mayoría lo negaba, y dudaba de su origen.
Algunas parecían convencidas de que tal vez la historia de su madre era cierta. Pero nadie tenía memoria para recordar las facciones de Celestial Piacenzi de hace doce años.

—No les hagas caso, che —dijo Fernando—. Esta Faustina es reconventillera. Le encanta el chusmerío. Es «Made in Carillanca» a full.

Sí, fácil decirlo. Pero las ganas de matarla y hacerla sentir culpable por todo lo que decían de él, la estaban atosigando. Y ni aun así su desolación la abandonaba. Lo extrañaba mucho. Tanto, que no pensaba en Sergio, hasta que se dio cuenta de ese detalle. Era más fuerte que ella, Ariel ahora le importaba mucho más.

—¿Qué les parece si arreglamos algo para hacer el fin de semana? —propuso Juanito, viendo que el semblante de Julieta no pretendía modificarse de ninguna manera.

—¡Sí! Vamos a salir todos juntos. ¿Qué les parece? —se sumó Lucas, arrimándose al grupo, cuando oyó la frase mágica «fin de semana».

Julieta se dio cuenta de que hacía buen tiempo que había dejado de hacer cosas típicas de su edad y que antes, por lo menos, intentaba hacerlas de vez en cuando. No salía a bailar. No se juntaba los viernes en la plaza con el resto de los jóvenes de los colegios de Carillanca, como hacía tiempo.

—¿Vos te acordás que antes solías ir a la plaza algunos viernes? Con todos nosotros —le recordó Fernando. Aunque él recordó que Julieta era mucho más tímida también, tímida porque solamente se guardaba para su novio.

—Vamos al lago —se le ocurrió entonces a Julieta, intentando enmendar ese error que la había alejado por tanto tiempo de las amistades. Solo se era adolescente una vez en la vida. Y su madre se lo agradecería, viendo que volvía a su vida ordinaria. Pero seguía faltando él, de manera imprescindible.

Toda la hora libre en que la profesora de Arte faltó, se dedicaron en conjunto a pelear, molestar y a planificar un fin de semana en el lago, que ya no estaba de seguro congelado como en pleno invierno. Fue divertido y se dispersó. Hacía tiempo que no se sentía tan normal. Como antes de que Sergio se fuera para siempre.

Cuando salió del colegio al mediodía, Fernando se despidió de ella, dirigiéndose a dónde tenía su caballo amarrado comiendo pasto. Pero Julieta se volvió repentinamente a él.

—¿Qué hiciste con el pañuelo?

—Lo tengo en mi casa, guardado. Lo llevaría hoy aunque quiero hacerlo sin que mis padres se enteren. Porque voy a estar en problemas —se encogió de hombros.

—Es cierto... —reconoció Julieta, trayendo a su memoria el trato especial que tenía su amigo con su madre—, tus padres te matarán. Gracias por ayudarme.

—Te dije que lo iba a hacer. Así que deja de agradecerme tanto, nena. Nos vemos mañana. Y cuidate —le advirtió al tiempo que le daba un beso en la mejilla.

—Lo voy a hacer —le dijo adiós con la mano y salió por el portón fuera de los muros de ladrillo. Desvió el camino a su hogar para dirigirse a la iglesia del pueblo. Hacía tiempo que no la frecuentaba. Se sintió un poco mal. Pero es que había tenido otros motivos para alejarse sin darse cuenta. Otra persona estaba allí. Y también la recordó cuando lo vio, su traje negro, su cabello castaño, su semblante de piedra. Y su indiferencia. Había cambiado aquella situación. Y ella seguía estando igualmente triste. Como a principios de año, cuando todo ocurrió, de la misma manera ahora, cuando se confundía su tristeza entre Sergio y Ariel.

Entró en la pequeña iglesia por una de las puertas laterales que, al empujarlas, no hacían nada de ruido, y fue hasta la pila a mojarse la frente con agua bendita, realizando la señal de la cruz. Se quedó allí, en paz con el mundo, sintiendo que estaba en el lugar que necesitaba. Propicio para pensar.

Antes era el bosque, pero el bosque tenía un sentido nuevo. En cambio allí, en la iglesia, era raro, tenía algo místico, y tranquilizador a la vez. Al adentrarse, era como si se alejara de todos los problemas que la rodeaban. De Sergio, de sus padres, de Leonel, de la familia de Sergio, de Ariel, de todos. Era como desaparecer. De un mundo para entrar en otro. Desaparecer. Sería lo único que necesitaba para comenzar de cero una nueva vida. Se sentó en un banco a pasar un rato largo allí, sumida en sus pensamientos.

La virgen María la observaba con esos ojos cargados de dolor y sufrimiento por los pecados del mundo, sentía piedad de Julieta y sus padecimientos. Parecía extender su mano blanca y delicada ofreciéndosela junto con un pañuelito bordado. Julieta siempre sintió temor de esa imagen, porque creía que realmente la estaba observando a ella. Esos ojos azules llorosos, emanando lágrimas, más nunca tan reales como en ese momento. Asustada como cuando era más niña, decidió que era momento de abandonar ese lugar, aunque acogedor, también le trajo a su memoria escenas de miedo infantil.

Al empujar la gran puerta vaivén, salió encandilada a la tarde de sol. El día era brillante pero estaba empezando a oscurecer. Y Julieta tuvo la necesidad de ir en busca de Ariel. Nuevamente escudriñaría dentro de la Reserva, y de no encontrarlo, llegaría hasta la casa y golpearía la puerta. Precisaba verlo. A pesar de que hubiera intentado besarla, parecía adrede, o ¿es que intentó hacerlo porque sabía que iba a marcharse para siempre, y era una especie de despedida? No podían terminar así aquello que todavía no habían comenzado. Se merecían otra oportunidad.

Decidida, caminó por entre las estatuas de ángeles de piedra que rodeaban la plazoleta, reparando en que se veían hermosos con las luces y el brillo que le otorgaban las nuevas hierbas, plantas y brotes en primavera, salvo en algunos lugares donde todavía quedaban los blancos vestigios de un pasado invernal. Cruzó todo el lugar, y tomó el camino de tierra que la alejaba de Carillanca y la acercaba a la Reserva.

Estaba completamente decidida a encontrarlo. El olor a tierra húmeda, y arboles perennes le avisaron que estaba sumamente cerca, había empleado muy poco tiempo para llegar, llevada por su propia adrenalina. Contrario a sus pensamientos, el cuidador no estaba en la entrada. La habría interrogado. Guardó una remota esperanza de que estuviera donde siempre. No había nadie más para detenerla, así que entró.

Avanzó por el sendero, sus pasos bajaron la velocidad a medida que el terreno se elevaba, y solamente pudo oír el ruido de sus propias pisadas y el jadeo de su respiración. El sol se colaba entre las ramas, y la tarde, allí dentro, era mucho más fresca que lo que hacía en realidad, se pasó la mano cuando le recorrió un sudor frío por la frente. Fue extraño, pero por primera vez fue consciente de que estaba haciendo algo malo. La atravesó culpa de haberse adentrado al bosque sin que alguien supiera que lo iba a hacer.

Julieta escuchaba sobre su cabeza el canto de las aves, exasperantes y desesperadas. Intermitentes en la tarde que iba cayendo lentamente. Sus ojos se desviaban hacia todo alrededor, y su oído agudizaba en busca de un sonido familiar, pero no podía escuchar nada. Realmente, y debía convencerse de ello: allí, no estaba Ariel.

—¡Ariel! —gritó. Algunas aves levantaron vuelo espantadas por su grito sorpresivo y desgarrado hacia un cielo anaranjado—. ¡Ariel!

Contuvo su aliento.

Nada.

—¿A dónde te fuiste? —murmuró al borde de las lágrimas, si elevaba el tono de su voz, rompería a llorar, desarmando ese nudo que llevaba en su garganta desde hacía buen rato—. ¿Vos también me dejaste sola?

El sonido del viento entre los árboles, le recordaron que allí solamente habitaban espíritus. Recordó a Sergio. Sergio que estaría tan lejos de ella en este momento. O quizá mucho más cerca de lo que se imaginaba. Vagando junto con los duendes traídos de Irlanda y las hadas de Bretaña. Mas en ese momento, recordar a Sergio, recordar que era un fantasma, le causó miedo, inexplicable y desconocido hasta el momento. Miedo de que allí no había un alma humana. Miedo a estar sola. Realmente sola. Miedo a Sergio, donde quiera que estuviera.

Y mientras se dejaba caer sobre la hierba, vencida, sus ojos alertaron un movimiento repentino entre los arbustos, igual al día anterior.

«Ahí hay alguien», pensó agudizando su oído y alzando la vista, era demasiado extraño que Ariel se escondiera de ella. En su interior se despertó la curiosidad. Tal vez quisiera darle una sorpresa.

Se puso de pie, y, entre lágrimas, caminó nuevamente hacia donde se escuchaba aquel sonido. Había plantas de flores que se enredaban unas a otras en una lucha bastante pareja. Detrás de todo aquello, inusual y bello como un hechizo, había un par de ojos que la observaban con interés. Sumidos dentro del susurro de las hojas. Eran hipnóticos. Estaban clavados sobre ella. Julieta se acercó lentamente, intentando apartar aquellas ramas llenas de flores, para despejar el camino, esos ojos parecían estar dentro de todo eso, flotando incandescentes, acechando los suyos. Sumergidos en el verdor y la espesura de un bosque acallado.

No había música en ese lugar. No había ruidos. Por un momento, todo sonido calló su voz. Incluso, los sollozos de Julieta se cortaron de forma repentina. Aunque podía sentir su corazón latir, pero de un modo diferente al que siempre lo hacía.

Iba a corroborar quién la miraba. Porque no era la primera vez. Esos ojos siempre estaban cerca de ella. El bosque se oscurecía rápidamente, Julieta avanzó.

—¿Ariel?, ¿sos vos? —preguntó entonces, ilusionada.


© Luciana López Lacunza


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