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By vianna_rain

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#TdO tiene Editorial!!!!
SORPRESA...!!!
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4.
Capitulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capitulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62: Pájaros de colores.
Capítulo 63: Nieve de verano.
Página de la nove
Holis
Sorpresa II
Notis nuevas
grupo de face
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¡¡Oferta solo para ARGENTINA!!
Retiro de obra 20/10/19

Capítulo 33

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By vianna_rain

Fernando había demostrado un interés genuino que no sobrepasaba una simple e inocente amistad. Como Julieta misma había visto, las cosas con él eran diferentes, en el colegio era un tonto, pero era un hombre maduro para hablar, para trabajar y prestar colaboración y solidaridad, ¿verían esas cosas las chicas que lo seguían por toda la escuela, o solo veían que era el chico lindo y nada más?

Era un amigo, con todas las letras. ¿Por qué no lo contempló antes? Él seguramente la escucharía. Así como fue hacia la casa de Carolina, se le ocurrió al día siguiente caminar hacia la chacra de Fernando. Esperaba que el camino después de la lluvia hubiese mejorado un poco.

La verdad era que no, estaba tan embarrado y húmedo y de a ratos había baches llenos de agua, que era imposible pasar. Y eso que el día estaba soleado, aunque muy frío. No alcanzaba para terminar de secar el camino. O se embarraba para llegar o... Su padre se había negado rotundamente a llevarla a riesgo de quedarse estancados con el auto en cualquier pozo.

—¡No escarmentás vos!, ¿eh? ¿Qué hacés sola por acá? —gritó una voz conocida a su espalda. Los cascos del caballo sobre la tierra pararon a su lado en medio de todo el barro salpicándola, la sonrisa blanca de sus dientes destellaba tan intensamente que Julieta recordó una publicidad. Estaba de camisa, arremangado, medio desprendidos los botones, bombacha de campo color marrón y unas Nike nada acordes pero que, sin embargo, le quedaban bien. Fernando era un ejemplar campero totalmente sexy. Porque el cuerpo que tenía lo hacía aparentar unos 25 años. Las mujeres adultas también lo miraban con ganas. Aunque Julieta nunca había podido verlo así.

—¡Hola! —saludó ella entusiasmada, realmente se alegraba de verlo y sonrió contenta—. Quería llegar hasta tu casa, la verdad —admitió—. ¿No tenés frío? —se alarmó al verlo que estaba todo desabrigado.

—Nop. ¿A mi casa? ¿Me venías a visitar? —se sorprendió Fernando, rascándose su barbita —Subí, entonces, que te llevo —estiró su mano para que Julieta se montara en Centella. Pero ella se negó, dando un par de pasos hacia atrás.

—¿A caballo?

—No, ahora traigo la 4x4 que tengo un poco más atrás y te llevo. Sí, boba, a caballo. No hay otra forma de llegar, por ahora. Dale que en un toque llegamos.

—Nunca me subí a uno —mintió Julieta porque le daba vergüenza. Qué tonta, sintió que se sonrojaba, no había nadie en Carillanca que no supiera montar—. Bueno, sí, pero casi me maté —recordó un único día que había ido con Carolina, pero estaba tan ausente del mundo real que simplemente lo había obviado de su conciencia.

Fernando suspiró, mirándola fijamente de manera dura y, sin embargo, amable, como su padre. Se apeó y, sin preguntar ni pedir permiso, la alzó en el aire con una mano levantándola por la entrepierna, sin ni siquiera dar tiempo a Juli de negarse o gritar o sorprenderse, quedando sentada a horcajadas en el lomo del caballo. No pudo reaccionar en ese primer momento esa intromisión a su intimidad, que no fue esperada. Fernando enseguida, sin esfuerzo alguno, se montó tras ella acomodándose por detrás, la rodeó por la cintura para tomar las riendas y forzó sus brazos para sostenerla de caerse en pleno galope.

—Agarrate fuerte —dijo.

—¿¡De qué!?

—¿¡Estás lenta hoy Julieta!? ¡De mí! —y echó a andar al galope limpio con Julieta a los gritos, por el mojadísimo camino de tierra. Centella parecía un auto en pleno rally.

Se abrazó a su cintura con urgencia para no caer, pese a que él la sostenía con sus brazos de leñador, duros y tensos. Pensó graciosamente la cantidad de sus compañeras y otras chicas del colegio que la estarían envidiando en ese momento si la vieran. Y se quedó callada. Él no iba a dejarla caer al barro, ¿o sí?

—¿Dejaste de gritar? —rio entusiasmado—. No te puedo creer que nunca te hayas subido a un caballo.

—¡No!, ¡digo sí!, ¡Y no estaba consciente cuando lo hice! —gritó ahogando las palabras a cada paso de Centella. Para no caerse sentía que estaba ejerciendo una presión sobre todo su cuerpo, y el galope constante le estaba sacudiendo las entrañas y el cerebro, las náuseas se apoderaron de ella.

—Se notó, igualmente. ¡Qué tensa que te pusiste! ¡Cómo estarías para no acordarte! —comentó riendo. Julieta lo miró enojada y con la boca abierta de asombro, pero no le salía ninguna clase de insulto suave.

—¡Sos un idiota!

—¡Jaja! ¡Gracias! —le contestó, riendo nuevamente—. ¡Ya llegamos! ¿Viste qué rápido?

—Abusivo.

—Posta que es una manera de subirte. No fue para faltarte el respeto, no te enojes —la mirada de Julieta lo observaba con recelo, mientras Centella bajaba la marcha al trotecito hasta la entrada de la casa. Fernando se bajó fácilmente y estiró sus brazos hacia ella para bajarla como a un niño pequeño de un árbol, la depositó en el piso seco con suavidad y en ese preciso momento pudo sentir el dolor de quien nunca ha cabalgado en su vida.

—¡Ay, me duelen todos los huesos! —se quejó estirando la espalda hacia atrás y sosteniéndose la cintura.

—Esperá a levantarte mañana. Te va a doler hasta...

—¡Sí, sí, bueno! —lo interrumpió rápidamente antes de que dijera cualquier cosa—, no quiero escuchar, suficiente —y se tapó los oídos para mostrarle gráficamente que así era en efecto.

Qué diferente era una tarde temprano en el pueblo, y una tarde temprano en el campo, y una tarde temprano en la reserva. El sol aquí se veía en todo su esplendor, como un gran plato dorado, el cielo despejado, los terrenos en barbecho subían y coloreaban el paisaje, así también las ovejas en diferentes alturas del terreno en otros pastizales. Y el horizonte estaba recortado por las montañas. Era un paisaje magnífico, decididamente. Envidió a su compañero de vivir en un lugar tan genial.

Se permitió observar la casa humilde mientras este llevaba a Centella al establo. Era un rancho de ladrillo viejo pero con un jardín prolijo a su alrededor, un gallinero a la derecha donde además había gansos y un pavo real que daba vueltas con su cola colgante sin gracia. Y el establo de los caballos, del otro lado. Fernando vivía en un lugar muy lindo, pensó. En total contacto con la naturaleza.

Desde el interior de la casa se escucharon unos gritos. Una señora mayor salió hacia afuera con las manos llenas de harina.

—¡¿Y, me trajiste la esencia de vainilla?! —gritó roncamente, sin percatarse de Julieta, que la miraba con timidez, recordaba lo que había pasado la última vez que estuvo allí.

Desde el establo Fernando gritó que sí. Y, entonces, cuando él salió buscando entre sus bolsillos, la mamá se dio cuenta de que Julieta hacía rato que estaba parada, observándola con curiosidad.

—¡Ah! —exclamó, mientras se acercaba—. La chica de la otra vez. ¿Cómo estás querida? —saludó alegremente, llenándola de harina en los brazos, y dándole un cálido beso de bienvenida.

—Bien, señora. Gracias. Y gracias por lo de la otra vez... todavía le debo la frazada que me prestaron.

—Ni te hagas problema —soltó la señora haciendo un gesto que denotaba lo poco que le importaba su frazada.

—La perdí —dijo Fernando de repente.

—¿Qué perdiste? —preguntó su madre mirando como Fernando revolvía en todos los bolsillos de la bombacha de campo y su camisa.

—La esencia de vainilla. Se me debe haber caído cuando venía al galope.

La cara de la madre de Fernando se transformó en una mueca de furia. Julieta nunca había presenciado una escena así, ¡Fernando le tenía terror a su propia madre! La situación lejos de incomodarla la divirtió, y cómo, por dentro se estaba matando de la risa pero se contuvo por educación.

—¡No te das cuenta, hijo! ¡Ahora los bollos los tengo que hacer con ralladura de limón y no de vainilla! ¿Qué van a decir los vecinos? Que soy pésima cocinera.

—¡Mamá, no tenemos vecinos!

—¡Ay! ¡Qué desgracia...! ¡Qué cara va a poner tu padre a la hora del mate!

—¿Qué está cocinando? —preguntó Julieta con interés.

—Bollos de membrillo. Pero ahora no sé qué nombre le voy a tener que inventar porque no tienen «esencia de vainilla» —gimió tristemente.

—¡Ay a mí me encantan! —reconoció Julieta. Los bollos eran su debilidad.

—Bueno m'hija. ¡Quedáte entonces a comer! Aunque no van a ser los bollos perfectos gracias al zopenco de mi hijo. Fernando, atendé a tu novia.

Julieta largó una carcajada. Y Fernando puso los ojos en blanco.

—¡Que Julieta no es mi novia má'! Dejá de hacerme pasar papelones. Es una amiga de la escuela.

—Y yo soy Grace Kelly.

—¿Quién es Grace Kelly? —preguntaron los dos.

—Andá a darle de comer a las gallinas que todavía falta para que estén. Julietita, quedate a merendar. Podés avisar en tu casa que estás acá también, para que tus padres no se preocupen.

—Ah, no se preocupe, mi hermana ya les avisó, por eso no me trajeron en auto —blanqueó sus ojos de forma irónica hacia su compañero, que soltó una risa, al recordar sus recientes alaridos.

La mamá de Fernando volvió a meterse dentro de la casa, y Julieta siguió a su amigo hacia el gallinero. De un barril sacó un saco con maíz y se metió en el corral, Julieta lo observó desde fuera del alambrado, con evidente entusiasmo.

—No me ofendo si me ayudás, ¿sabés? Ya que sos mi «novia»..., es lo mínimo que podrías hacer, me parece —se burló él, sacando la lengua. Julieta dijo que sí enseguida. Esto era nuevo y totalmente entretenido, Fernando era más divertido de lo que creía. Se metió dentro de buena gana llenándose las manos con el maíz anaranjadísimo y repartiéndolo entre las alborotadas gallinas y los gansos que graznaban de forma histérica.

La madre de Julieta se escandalizaría de ver cómo le quedó la ropa, entre el galope, las gallinas y el día en general, la obligaría a lavársela ella misma para que aprendiese a cuidarla. Pero eso después lo pensaría, la estaba pasando de película.

Cuando entraron a la casa, Fernando le hizo señas a Julieta para que se lavara las manos en el cuarto de baño. Mientras él lo hacía en la pileta de la cocina. Así los veía más o menos limpios para sentarse a merendar.

Ahora, con más tiempo, Julieta observó las paredes de ladrillo a la vista que había en la cocina. Nunca había estado en una casa así, salvo en esa ocasión desagradable, la última vez. La pared estaba llena de platos de recuerdos de lugares que Julieta no conocía, fotos de todos los hermanos de Fernando que ya no vivían allí, y fotos en blanco y negro o en sepia tan viejas como para ser de principios de siglo, con familias gigantescas posando parados y sentados. La mesa de la cocina-comedor era rectangular y podría albergar a quince personas más o menos, la familia de Fernando debía ser numerosa, verdaderamente.

Tocó la tela vieja del mantel a cuadros rojo y blanco. El piso era de ladrillos también, incrustados en todo el espacio.

Y la cocina a leña emanaba de su interior una mezcla de olor a leña quemada y los bollos de membrillo con los que a Julieta se le hizo agua la boca. La mamá sonrió cuando se percató de que ella estaba también allí. Y los hizo sentar, poniendo en un plato varios calentitos recién sacados del horno.

—¡Ay, son un sueño...! —dijo Julieta sin contenerse. Redondos, dorados, azucarados, con una arandela de crema pastelera coronándolos y en su interior se podía imaginar el delicioso membrillo cuasi derretido esperando una ansiosa mordida para salir al descubierto. Como un tesoro.

Fernando la observó aguantándose la risa. ¿La ponían tan contenta unos bollos? Había que ver lo feliz que se podía ser con tan poco. Él estaba harto de comerlos, mientras que ella se deshacía.

Unos jarros de lata gigantes llenos de café con leche fueron puestos en la mesa.

—A merendar, y lo terminan todo. Sobre todo vos, nena. Sos muy flaquita.

—Es lo que siempre me dicen —dijo Julieta manoteando un bollito del plato sin ningún tipo de vergüenza. Imposible contenerla, ellos la llamaban a comer.

—Bueno, sobre todo vos, entonces. Que coma, y vos no seas angurriento, que ya parecés porcino, en cualquier momento te carneo —le espetó severamente a su hijo, quien puso los ojos en blanco. Cuando la madre se retiró, los dos largaron la carcajada.

Un rato después, bajo un árbol, Julieta encontró el momento que había estado esperando para hablar con él. A ver..., ¿cómo podía contarle y pedirle su ayuda?

—Me resulta raro Ju' que hayas venido a visitarme así sin más. Digo, tampoco es que tenemos la reconfianza —comentó él, dando comienzo y pie a lo que Julieta quería decir, tras todo lo que pasaron desde la tarde temprano. Se acomodó el pelo con sus manos de trabajador esperando la respuesta de Julieta. Y tenía razón Fernando, tampoco eran tan íntimos como para que ella cayera así de sopetón en la casa, pero aquí se revelaba la verdad de la cuestión.

—Bueno, la verdad es que yo confío en vos —declaró Julieta, mientras se hacía nuditos con los flecos de la chalina, parecía media nerviosa, y eso alertó los sentidos de Fernando.

—¿Qué? ¡Gracias! —se sorprendió él, sin entender. Arrancó unas florecitas silvestres que crecían por ahí. ¿Es que Julieta estaba enamorándose? Paseó su mirada alrededor. No quería darle a entender eso. No servía para ponerse de novio con nadie. Estaba en plena joda, y menos con ella, que era una chica buena y decente, de las que había que ponerse en serio y respetar, no era una cualquiera.

—No me malentiendas, Fernando —se defendió rápidamente, viendo la expresión de desconcierto de él—. Es que..., a ver..., ¿te acordás que llevamos a la madre de Sergio a su casa aquella vez? —miró a Blas que saltaba alrededor de ambos, pero ninguno le estaba prestando realmente atención.

Fernando asintió. ¿En que estaba pensando esta chica?

—Cuando vos saliste, Raquel agarró mi brazo y me aseguró que a Sergio lo había matado alguien. Y desde aquella vez me quedé muy mal. Porque me lo dijo espantada...

—Bueno..., tal vez es lo que ella quiera pensar. Tiene que ser algo muy duro perder un hijo en la vida —meditó Fernando, diciendo algo que creyó lo más obvio. Julieta debería convencerse con eso.

Julieta miró el horizonte rosado recortado amorfamente por las montañas. Sí, eso es lo que todo el mundo le decía. Pero, ¿nadie contemplaba un asesinato?, definitivamente, todo el mundo asumía que la madre de Sergio se había vuelto loca.

—Pero la hermana, Carmen, me dijo que sospechaba de Leonel. El que está con Carolina.

—¿Eso te dijo?

—Eso, concluimos las dos. Ella me contó que él es el hijo del comisario. Y que lo habían echado del club de fútbol porque consumía drogas, y porque se peleaba con todo el mundo. ¿No podría haber tenido algo que ver con Sergio y su muerte?

—¿Realmente querés averiguarlo? ¿No te vas a hacer mal a vos misma? Julieta, no revuelvas mierda, evitate este mal trago.

—Puede ser, pero tampoco me quiero quedar con la duda.

—Estás loca, mujer —puntualizó Fernando, mirando hacia donde el sol estaba comenzando a esconderse, detrás de las montañas.

—Solo quiero saber si Leonel tiene algo que ver, y cómo probarlo. Todo el mundo me dice que me aleje, pero no ha de quedar así, además, él me cae mal. Muy mal. Y la sangre me hierve cuando lo veo. Lo presiento. Sé que él hizo algo. ¿Vos también lo sentís, no es cierto?, yo sé que sí, lo sentís por Caro.

—Sí, me da mala espina, pero ¿tanto para matar a una persona?, creo que Caro no sabe distinguir a la gente, aunque tal vez él sea diferente con ella. No lo conocemos bien, nos estamos dejando llevar por nuestros prejuicios —remarcó Fernando rascándose su barbita del mentón.

—El quiso que «juguemos» en las vías del tren, la otra noche. —confesó, por fin, Julieta, sacándose un peso de encima que llevaba como una mochila. Tenía los ojos cerrados, haciendo más solemne el momento.

—¡¿Qué?! —gritó Fer' mirándola con asombro. Dejó caer los pastitos que había arrancado, y recordó a Julieta con hipotermia. Pero no se imaginaba algo así ni en su peor pesadilla.

—Sí, Fer, no te sorprendas, vos sabías que yo borracha no estaba. Leonel me ató la pierna a la suya, y me tumbó en las vías y teníamos que salir corriendo antes de que el tren nos aplastase. Lo peor es que creo que él huyó solo. Recuerdo que a mí me arrastraron por la tierra. Y quedé ahí, sin fuerzas. Estaba media inconsciente. Es un juego de la muerte, a ver quién sobrevive, y quién no.

Ahora sí que Fernando no dejaba de salir de su estupefacción. ¿Cómo jugando a que el tren no los pase por encima?, ¿y alcoholizados?, no..., definitivamente ese pibe no tenía nada en su cerebro de paramecio. Ni siquiera él, con lo inconsciente que podía llegar a ser, se le hubiera ocurrido exponer su vida de esa manera, simplemente porque eso no era un juego, sino, una ruleta rusa, un suicidio garantizado. Y pudo comprender lo que estaba queriéndole decir Julieta acerca de Sergio. Tenía tanta bronca contra ese colorado que encima se había llevado a Carolina, que arrancó una mata de pasto con raíces y tierra inclusive.

—Algo vamos a hacer Juli..., dejá que piense —y se volvió a rascar su barbita de días, como hacía cada vez que su cerebro se ponía en funcionamiento.

En medio de esa charla casi dada por finalizada, escucharon que había entrado una camioneta vieja, la distinguieron por el ruido del motor, estridente y trabajoso, y Fernando, que ya conocía ese resonar, se dio cuenta de que Juanito estaba manejando, cada tanto se aparecía por el campo. Blas salió disparado hacia la tranquera, meta ladrido.

Fernando se ofreció para llevar a Julieta hasta su casa. Julieta agradeció que no volvieran a caballo, porque el cuerpo realmente le dolía horrores. El viaje de vuelta, a comparación del de ida, parecía un rally Dakar verdadero, la camioneta amenazaba desarmarse en partes mientras Juanito y Fernando gritaban entusiasmados como locos y Julieta gritaba pero de miedo. Miedo y risas. La rutina realmente la estaba dejando de lado.

En sus manos llevaba algunas plumas de pavo real que había encontrado sueltas en el gallinero. Estaba conociendo nuevas formas de divertirse, no solo salir, no solo la Reserva, no solo su cuarto y sus pinturas. Esto también era emocionante. Y gritó con ellos a todo lo que le dieron los pulmones mientras saltaban una lomada salpicando barro.

*

Uno de mis capis preferidos


© Luciana López Lacunza


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