Sincronías y Armonías [Saga A...

Galing kay Nozomi7

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Continuación de "Melodías y Ambrosías". No recomiendo leer esta parte sin antes haber leído las dos primeras... Higit pa

❧ Introducción ☙
❧ Sinopsis ☙
❧ Prefacio ☙
❧ Epígrafe ☙
❧ Primera Parte - ¿Una segunda oportunidad? ☙
Portada [Primera Parte]
❧1. Distancias y Sincronías ☙
❧ 2. Recelos y Celos ☙
❧ 3. Confusión y Desilusión ☙
❧ 4. Culpas y disculpas ☙
❧ 5. Confusiones y Suposiciones ☙
Sorteo y un par de cosas más
❧ 6. Revelaciones y Proposiciones ☙
Adelanto (1)
❧ 7. Complicaciones y Demostraciones ☙
❧ 8. Indecisiones y Recuerdos [Parte 1]☙
❧ 8. Indecisiones y Recuerdos [Parte 2]☙
❧ 9. Amistades y Revelaciones ☙
Concurso de Fanfics y un par de cositas más
❧ 10. Juego de Espías ☙
❧ 11. Letanías y Sincronías ☙
❧ 12. Declamaciones y Reconciliaciones ☙
Adelanto (2)
❧ Capítulo 13: Pasos y Celos ☙
Feliz cumpleaños, Rodrigo <3
❧ Capítulo 14: Reclamaciones y Emociones☙
Anécdotas sobre el capítulo 14 y aclaraciones varias
❧ Capítulo 15: Enseñanzas y Sanaciones ☙
❧ Capítulo 16: Alcances y Balances ☙
❧ Capítulo 17 [Primera Parte] ☙
❧ Capítulo 17: Fantasmas del Pasado [Segunda Parte] ☙
Mitos y dudas sobre la depresión
❧ Capítulo 18: Aguas y Bebidas ☙
Curiosidades - Capítulo 18
❧ Capítulo 19: Trampas e Inocencias ☙
Preguntas y extras - Capítulo 19
❧ Capítulo 20: Confesiones y Descubrimientos ☙
Curiosidades - Capítulo 20
Mini manga - Capítulo 20
❧ Capítulo 21: Sol y Chocolate ☙
❧ Capítulo 22: Trivialidades y Regalos [Primera Parte] ☙
Aclaraciones y Curiosidades - Capítulo 22 [Primera Parte]
❧ Capítulo 22: Trivialidades y Regalos [Segunda Parte]☙
Pregunta preguntona
Capítulo 22: Trivialidades y Regalos [Tercera Parte] ☙
Aviso antes del capítulo final
Capítulo 22: Trivialidades y Regalos [Parte 4] [CAPÍTULO FINAL]
Epílogo
Respuestas y curiosidades varias luego del epílogo [Primera Parte]
Encuesta
Cuestionario de respuestas a contestar [Segunda Parte]
Respuestas y curiosidades [Última parte]
Epígrafe [Segunda Parte]
Prefacio: Lágrimas que fortalecen [Segunda Parte]
Portada - [Segunda Parte]
Capítulo 1: Lágrimas y Confesiones
Curiosidades - Capítulo 1
Capítulo 2: Amistades y Decisiones
Anotaciones - Capítulos 2
Capítulo 3: Preludios y Compenetraciones [Primera Parte]
Capítulo 3: Preludios y Compenetraciones [Segunda Parte]
Capítulo 3: Preludios y Compenetraciones [Parte 3]
Anotaciones, meme y adelanto - Capítulo 3
Mini manga - Capítulo 3
Capítulo 4: Resiliencia [Primera Parte]
Capítulo 4: Resiliencia [Segunda Parte]
Capítulo 4: Resiliencia [Tercera Parte]
Minimanga - Capítulo 4
Capítulo 5.- Mentiras y Promesas
Capítulo 6.- Encuentros y Estrategias
Capítulo 7.- Pendientes y Aprovechamientos
Aclaración sobre contenido adulto
Capítulo 8: Poesía clandestina
Debate sobre lo que se viene
Capítulo 9. Culpas y Apegos [Primera Parte]
Capítulo 10.- Sin límites [Primera Parte]
Capítulo 10: Sin límites [Segunda parte]
Capítulo 10 - Sin límites [Tercera parte]
Preguntas y respuestas - Capítulo 10
Capítulo 11.- Nadas y Distancias
Capítulo 12: Amistades y Sorpresas [Primera Parte]
Capítulo 12: Amistades y Sorpresas [Segunda Parte]
Capítulo 12.- Amistades y Sorpresas [Tercera Parte]
Capítulo 13. Trastocamientos y Necesidades
Capítulo 14: Acusaciones y Preocupaciones
Capítulo 15.- Limerencia y Aprendizaje
Capítulo 16.- Confesiones y Empatías
Capítulo 17. Lecciones y Confianzas
Capítulo 18.- Confianzas y Espacios
Capítulo 19.- Negaciones y Dobles
¡¡¡Regresamos!!! (y algo más ^^)
Capítulo 20 - Rechazos y Recuerdos [Primera Parte]
Entrevista a Rodri (el real) - Parte 1
Capítulo 20: Recuerdos y Rechazos [Segunda Parte]
Entrevista al Rodri (el real) - 2da parte
Capítulo 20 - Rechazos y Recuerdos [Tercera Parte]
Entrevista a Rodri (el real) - Tercera Parte
Capítulo 21. Entendimientos y Promesas [Primera Parte]
Entrevista al Rodri Real [Parte 4]
Capítulo 21. Entendimientos y Promesas [Segunda Parte]
Entrevista a Rodri Real [Quinta y última parte]
Capítulo 22. Amistades y Reflexiones

Capítulo 9: Culpas y Apegos [Segunda Parte]

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Galing kay Nozomi7

Nota de la autora:

¡Gracias por la paciencia en la espera por la actualización!

Este capítulo me ha costado lo suyo. Tiene connotaciones psicológicas que en un primer momento desconocía, sobre todo por mi posición al ser childfree y costarme meterme en los zapatos de Aira en un nuevo aspecto de su vida al ser madre, pero como les vine adelantando en el capítulo anterior, he conversado e indagado sobre el apego y culpa materna, para que me salga lo mejor posible. Espero que haya valido la pena.

Quiero agradecer y dedicar este capítulo a una fiel lectora y amiga, una de las primeras que me ha venido leyendo desde mis comienzos, allá por el 2012-2013. Maca_Silva , sin ti este capítulo no hubiera sido posible. ¡Gracias por todo, bonita! 

Sin más, los dejo con la lectura.

**************

Y fue ahí que Aira rememoró y soltó todos los sentimientos negativos que había experimentado durante los meses finales de su relación con Rodrigo, antes de que se separaran.

Celos.

Rabia.

Frustración.

Inseguridad.

Desesperación.

Fueron el común denominador de aquel monólogo que salió de su boca, como si con ello pudiera disminuir en algo la carga de culpa que cargaba por Marquitos.

Sara escuchaba con atención durante toda su diarrea verbal. Solo en un par de ocasiones, para disimular su preocupación al apreciar el grado de dependencia extrema en su paciente, acomodó sus lentes sobre su nariz. Finalmente, cuando Aira terminó por describirle varias de situaciones críticas por las que había pasado debido a sus celos extremos, se dio cuenta de que estaba ante una nueva situación en ella. Ya no solo era alguien que sufría de depresión, sino que la ansiedad y dependencia emocional extrema que evidenciaba hacía su caso más complejo.

—Y lo peor de todo es que Marquitos se parece tanto, pero tanto a su papá, que... yo... yo...

Pasó saliva. De inmediato, bebió del vaso que ella le había hecho llegar. Meneó la cabeza al recordar toda la gama de sentimientos negativos que había sentido años atrás con Rodrigo.

Celos.

Rabia.

Frustración.

Inseguridad.

Desesperación.

Todo era igual a dos años atrás.

Al chocarse con aquella realidad, se preguntó si era que, alguna vez, había abandonado aquel ciclo de desesperanza, inseguridad y baja autoestima.

—Siempre que lo veo, me es imposible no pensar en él... —Suspiró profundo—. Tiene sus mismos ojos grandes verdes, la forma de estos, la forma de sus cejas, hasta sus pestañas largas...

Suspiró al recordar las facciones del rostro de Rodrigo. Siempre le habían parecido tan perfectas, que se preguntó si inconscientemente había hecho un pacto con el diablo o qué, porque nunca había comprendido cómo alguien como él, tan guapo, pudiese poner sus ojos en una chica tan insignificante como ella. La única ‹‹imperfección›› que podría encontrarle era que su boca se abría mucho más de la cuenta cuando sonreía, dejando ver sus grandes y blanquecinos dientes, dignos de un anuncio publicitario de dentista. Pero, dado que Rodrigo sonreía muy de vez en cuando por su Asperger, pues aquel podía pasar desapercibido.

Marquitos, en cambio, era muy risueño; pero al ser un bebé y todavía estarle saliendo los dientes, no podía notarse si había heredado la ‹‹dentadura perfecta›› de su papá. Aira estaba esperanzada en que fuera así, aunque desconocía que el susodicho se había sometido a una operación estética de dentadura, pero para el caso daba igual.

—Aunque mi bebé no se parece en él en algunas cosas, por ejemplo, tiene el pelo ondulado y bueno..., mi pelo es una cosa rara, mezcla de lacio y ondulado. Tampoco se parece en las pecas. —Sonrió—. Tiene muchas en su nariz y su papá no las tenía en ninguna parte.

Se sonrojó al recordar ver a Rodrigo desnudo tiempo atrás.

—Bueno, en algo debió haber salido a mí siquiera. Yo las tengo en la espalda y en el pecho, pero creo que eso sería todo. Hasta en su naricita tan respingona... la forma tan bonita que tiene sus labios... —afirmó con tristeza—, todo... todo en él me recuerda a mi ex.

Pasó saliva y bajó la cabeza.

—Todo en él me recuerda a mi ex. Incluso, cada vez que lo veo es como una especie de consuelo, ¿sabe? —Apoyó su rostro sobre su mano derecha, al tiempo que su mirada se perdía en la pared vacía de la derecha—. Mi Marquitos es mi consuelo, mi único consuelo en todo esto.

Al notar la melancolía en su voz y en su mirada, Sara formuló:

—Todavía no has superado la separación de tu expareja, por lo que veo, a pesar de que hace tiempo, las pocas veces que te atreviste a hablarme sobre él, me dijiste que lo odiabas por haberte engañado y que no querías saber nada de él.

En ese instante, un huracán de sentimientos contradictorios la golpeó y la tumbó.

Celos.

Rabia.

Frustración.

Inseguridad.

Desesperación.

Todo en su máximo esplendor, pero con algo más.

El huracán la dejó al borde del amor, del odio, pero, sobre todo de la necesidad de saberse siempre querida por aquel que le había dicho que la quería.

Aira la contempló pestañeando varias veces, contrariada. Suspiró al darse cuenta de que se contradecía, pero le era imposible no hacerlo. Todavía le guardaba cierto rencor a Rodrigo por lo que pensaba que le había hecho, cierto. No obstante, el amor que aún albergaba por él no hacía más que incrementarse cada día, haciendo que lo negativo que también experimentara por él en el balance saliera desfavorecido.

Él había sido su ancla hacia aquella felicidad que creía esquiva, llevándola a la cima de la dicha absoluta; mas ahora, al ya no tenerlo a su lado, junto con el sentimiento que él le brindó, experimentó que su alma se quebró, dejándola vacía, rota, y lo peor de todo... sola.

Celos.

Rabia.

Frustración.

Inseguridad.

Desesperación.

Pánico a la soledad.

La soledad era su única compañía... ¡su resignación! No obstante, al llegar a aquella conclusión, la maraña de sentimientos negativos terminó por doblegarla.

Lloró. Reflexionó.

Se preguntó si llegaría el día en que dejaría de sentir algo por Rodrigo; lo que experimentaba por él le aquejaba, le quemaba, le derrotaba.

Años atrás había estado esperanzada al imaginarse que, al llegar al quinto año de secundaria, sin Rodrigo a su lado, estaría muy animada, centrada en sus estudios y lo que le esperaría al terminar la escuela, debido a la creencia de que el tiempo curaría sus heridas, pero estaba muy equivocada. Ahora, dos años después, ni siquiera estaba ilusionada por terminar sus estudios, todo lo contrario; estos le suponían un estorbo. Lo único que le importaba era la necesidad imperiosa de experimentar cada día aquella droga que motivaba su día a día, aquella felicidad que la inspiraba a despertarse.

Quería sonreír... Quería seguir... ¡Quería vivir!

Y esto solo podía experimentarlo por medio de lo único que le quedaba de Rodrigo: su hijo.

El tener a Marquitos como recordatorio vívido de todo lo que había sentido y experimentado al lado de Rodrigo, no hacía más que provocarle el querer volver a vivir toda aquella dicha que él le había prodigado. Y la felicidad que tenía en sus brazos, prodigarle mimos, oler su cuerpecito, admirar su tierna sonrisa, oírle decirle ‹‹Mamá››; todo esto conjugaba y llenaba aquel vacío que Rodrigo había dejado, pero solo de manera temporal.

Celos.

Rabia.

Frustración.

Inseguridad.

Desesperación.

Pánico a la soledad.

Cura momentánea de aquellos sentimientos.

Cuando se despedía de su bebé, la tristeza volvía a ella... la amargura volvía a ella... la depresión —y dependencia extrema— volvía a ella.

Solo de manera momentánea aquellas desaparecían cuando, al día siguiente, volvía a tener a Marquitos en sus brazos y experimentaba con él todo lo positivo que su compañía le brindaba. No obstante, al separarse de él y regresar a la peligrosa rutina de oscuro descenso a su pozo de depresión —y dependencia—, para luego volver a ser reemplazado por el ascenso de alegría efímera, seguía en aquel círculo tóxico de apego, peligroso para ella y para todo aquel que era el objeto de aquel, sea quien fuese.

Celos.

Rabia.

Frustración.

Inseguridad.

Desesperación.

Pánico a la soledad.

Cura momentánea de aquellos sentimientos.

Regreso a aquel círculo tóxico de apego... no importase quién fuese.

Sea quien fuese su ancla hacia quien creía que era su motivo de felicidad, se aferraría a ella como fuera posible, porque el perderlo le provocaba miedo, sino un pánico tal que azotaba su corazón sin piedad alguna. Las palabras que soltaría a continuación, más para sí misma que para su psicóloga, confirmarían lo que su ser le pedía:

—Tengo miedo de que, si me quitan a mi hijo, nada me quedará. ¡Me quedaré sola! Habré fallado, de nuevo, en lo que me propuse...

Su voz le temblaba.

—¡He fallado en todo lo que me propuesto en la vida!

La garganta le quemaba tanto por lo que acababa de concluir, que buscó con urgencia beber del vaso que tenía frente a sí.

Ni aún el agua que corría por su garganta podía dejar pasar toda la amargura de aquella desesperada conclusión a la que había llegado.

—Fallé como hija al provocar que mi padre muriera. ¡Ni siquiera mi madre me quiere!

—Aira...

—Fallé como hermana al no impedir que los servicios sociales se llevaran a mi hermano, debido a que por mi intento de suicidio fuimos a parar a un orfanato. —Su voz sonaba entrecortada. Respiró con dificultad, para luego afirmar—: Él extraña a mi mamá y a su papá. Por mi culpa está solo, ¡le fallé también! —exclamó al borde de las lágrimas.

—Aira...

—Fallé como alumna al haber repetido tantas veces en la secundaria. ¡Soy una buena para nada! Ni siquiera en algo tan simple, como tener una pareja, pude hacer las cosas bien. —Respiró entrecortadamente—. Seguro que mi ex me vio tan patética e inútil que por eso decidió buscarse otra... ¡malditamente se buscó otra! —dijo al tiempo que su interior le ardía. Más lágrimas corrían por sus mejillas que ni las manos que cubrían sus ojos podían taparlas.

La psicóloga iba a intervenir, pero prefirió no hacerlo. Llegado a ese punto, dijera lo que dijera, daba igual; Aira se veía empeñada en insultarse y minimizarse en todo.

Luego de que su respiración someramente se tranquilizara, alzó la cabeza para contemplarla. Sara trató de decir algo, pero se le adelantó:

—Lo único que me queda en esta vida es mi bebé, su amor y el cariño que yo pueda brindarle. Si fracaso como madre, ¿qué me queda? ¿Cuál es mi objetivo en la vida? He fracasado en todo lo que me he propuesto en la vida y si fracaso también en ello, ¡ya no tendría mayor motivo para vivir! —dijo al borde de la desesperación y alzando la voz.

—Por Dios, ¡no digas eso! —se apresuró en intervenir la psicóloga, muy preocupada.

Celos.

Rabia.

Frustración.

Inseguridad.

Desesperación.

Pánico a la soledad.

Cura momentánea de aquellos sentimientos.

Regreso a aquel círculo tóxico de apego... no importase quién fuese.

Caída a lo más profundo del abismo de la depresión... y de no querer vivir.

Los indicios suicidas de Aira parecían haber vuelto, pero para Sara era la primera vez que era testigo de ello. Hasta entonces solo había conocido ese lado de su paciente por las anotaciones en su historia clínica. Temió lo peor, que tuviera una recaída. De esta manera, decidió intervenir de inmediato y darle otro enfoque a su charla. No obstante, antes de hacerlo, para su sorpresa, el semblante de Aira parecía haber cambiado a uno esperanzador:

—¿Sabe? —se limpió las lágrimas con el puño de su manga—, Marquitos es mi motor de cada día, ¿ok?

—Ese es un excelente motivo, Aira —habló con voz pausada.

—Por eso voy a dar lo mejor de mí para venir a las terapias y que el juez vea que estoy capacitada para hacerme de su custodia. Lo único que me mantiene con vida es esto, que debo luchar por él... por mi hijo —dijo arrancándose varios pelos más de su cabeza, para alerta de su psicóloga.

Sara arrugó la frente, preocupada, al apreciar que sus sospechas eran peligrosamente ciertas.

—Pero también tienes a tu abuela y a tu hermano, ¿ok? Ellos son tu familia y...

Aira meneó la cabeza.

—No quiero sonar fatalista, pero mi abuela ya no está joven. Hace tiempo tuvo un amago de infarto y... —Ladeó la cabeza al recordar lo angustiante que habían sido los días en los que doña Gladys había estado en el hospital. Resopló profundo y luego agregó—: La quiero y viviré con ella todo el tiempo que me sea posible. Pero ¿qué será de mi cuando ya no esté conmigo? Estaré sola, de nuevo, y como antes... sin importarle a nadie.

Sara se apresuró en intervenir:

—¿Y Lucas? Te estás olvidando de tu hermano y...

—Es mi familia y lo quiero. Me gustaría tenerlo conmigo, ¡claro que sí! No por gusto estoy peleando su custodia también, pero debo ser realista. Su caso no es como el de Marquitos, no es mi hijo, y sé que el juez —porque eso me dijo mi abogado— verá como prioritario el que le devuelvan la custodia a sus padres. Aparte, ¿cree usted, que me harán caso? ¡Si ni siquiera me aceptan la custodia de mi hijo, menos me darán la de mi hermano!

—Pero, ¿por qué ser fatalista? ¿Por qué no piensas que te la podrían dar? ¿Por qué no pensar en positivo?

Ella sacudió la cabeza, mirándola con resignación.

—Mi plan es tener a Marquitos y a mi hermano conmigo, junto con mi abuela, y de ser posible, apoyarla a ella en la custodia respecto a él. Es inhumano que no le otorguen la custodia a por su avanzada edad. ¡La justicia en este país es una mierda! —habló, exaltada—. Por culpa de todos y de todo estoy sola, siempre he estado sola —habló con temblor.

Aira se arrancó más hebras de pelo. Sara trató de calmarse y de no mostrar rechazo en su rostro ante lo que acababa de ver. Quería hablar pausadamente para encausar a Aira en el curso correcto de su terapia.

—Ya ves, entonces debes enfocarte en ello —habló sonriente—, pensar en positivo. Todo va a salir bien. Ser madre muy joven no es tan trágico, ya te conté que yo...

Volvió a negar con la cabeza.

—Sin ofender, pero... ¡no me interesa su vida!

—¡Aira! —habló, contrariada.

—Para usted fue muy fácil ser una madre adolescente y ver que todo con optimismo porque no estuvo en mi situación. Me contó que se casó muy joven, su familia materna la apoyó y la de su esposo. ¿Yo? —dijo con amargura—. ¡Estoy sola! ¡Siempre estuve sola! Mi padre murió, mi madre siempre me rechazó, mi novio me cambió por otra. ¡Hasta las autoridades están contra mí al no entregarme a mi bebé!

La psicóloga iba a acotarle algo, pero prefirió callar. Se dio cuenta de que, al tratar de mostrarse empática con Aira para poder ayudarla, había violado una de las reglas que todo psicólogo debía tener: no compartir su vida personal con su paciente, porque esto podría ser utilizado por este para poder manipularlo.

Y no estaba equivocada. Cuando Aira siguió victimizándose a continuación, ensombrecida por el aura de su depresión y apego extremo, se dio cuenta de que no debía haber cruzado la línea profesional.

—¡No tuve ni tengo a nadie! Solo me queda mi hijo, ¿ok? Mi amor por Marquitos me salvará, me dará la felicidad que tanto me ha sido esquiva durante todos estos años.

Sara meneó la cabeza en señal de desaprobación. Aira siguió llorando desconsoladamente. Cuando se hubo calmado, agregó algo más que terminó de completar el cuadro de apego extremo

—Cuando yo estaba con el padre de mi hijo, más de una vez se me pasó por la cabeza decirle para mudarme con él. Esa vez, que pasamos el Año Nuevo juntos, cuando me desperté a su lado me invadió un sentimiento de felicidad absoluta, que nunca experimenté antes —dijo entre una mezcla de nostalgia y tristeza—. Y luego, cuando hicimos la cama —porque él era un obsesionado con el orden y la limpieza—, después nos bañamos e hicimos el desayuno juntos y comimos... se sintió como... se sintió como... si hubiéramos estado siempre juntos. Tan real... tan familiar...

Una lágrima cayó por su mejilla izquierda al tiempo que su respiración volvía a estar entrecortada.

—Entiendo.

‹‹Se siente como si fuéramos una pareja de recién casados... como si fuéramos una familia... como si tú hubieras siempre sido mi familia...››, recordó que se dijo ese día mientras contemplaba a Rodrigo, con las gotas de largo cabello mojado cayendo sobre su nariz, mentón y hombros y se decía que era el hombre más apuesto que había visto en su vida; mientras la abrazaba y la besaba cuando le hacía el amor en la ducha; cuando le ordenaba cómo doblar y guardar su pijama en uno de los cajones de su dormitorio; cuando le sugería comer un huevo duro esa mañana para que comiera la suficiente cantidad de proteínas que necesitaba ese día; cuando le sonreía y le acariciaba la frente para luego volver a echar una siesta juntos ese día, etc.

Celos.

Rabia.

Frustración.

Inseguridad.

Desesperación.

Pánico a la soledad.

Cura momentánea de aquellos sentimientos.

Regreso a aquel círculo tóxico de apego... no importase quién fuese.

Caída a lo más profundo del abismo de la depresión... y de no querer vivir.

Búsqueda de aquella ancla de felicidad eterna.

Varias lágrimas cayeron por sus mejillas como si con ellas tratara de menguar en algo la triste nostalgia que la invadía.

—‹‹Quiero tener la familia que nunca tuve y luego de lo vivido hoy a tu lado, sé que solo contigo lo podré lograr››, pensé ese día —mencionó al recordar lo que había pensado al contemplar a Rodrigo durmiendo plácidamente a su lado.

Celos.

Rabia.

Frustración.

Inseguridad.

Desesperación.

Pánico a la soledad.

Cura momentánea de aquellos sentimientos.

Regreso a aquel objeto de apego... no importase quién fuese.

Caída a lo más profundo del abismo de la depresión... y de no querer vivir.

Búsqueda de aquella ancla de felicidad eterna.

Necesidad eterna de una familia.

Se secó las lágrimas con un pañuelo que retiró de su bolsillo.

—Pero sé que eso es imposible. Su papá de mi bebé y yo no vamos a volver, ni siquiera sé en dónde está. Solo me queda nuestro hijo, Marquitos, y él me ayudará a tener la familia que siempre anhelé.

Volvió a arrancarse más pelos. Pero, con una diferencia de antes. Se había halado tanto cabello ese momento y ese día, que podía visualizarse un pequeño hueco a manera de círculo en la parte superior de su cabeza. provocando un gesto de tirria en la profesional, que no pasó desapercibido para Aira.

Celos.

Rabia.

Frustración.

Inseguridad.

Desesperación.

Pánico a la soledad.

Cura momentánea de aquellos sentimientos.

Regreso a aquel objeto de apego, no importase quién fuese.

Caída a lo más profundo del abismo de la depresión y de no querer vivir.

Búsqueda de aquella ancla de felicidad eterna.

Necesidad eterna de una familia.

Círculo tóxico a la vista.

Aquel círculo en el centro de su cabeza era una cruel metáfora al círculo tóxico en el que se había vuelto su vida en ese instante. Y, la frase que soltaría Aira en ese instante sería el cruel epílogo de aquella sesión de esa tarde

—El amor de mi hijo es lo único que me salvará —dijo al tiempo que seguía llorando, pero ahora sin vergüenza ante la licenciada, solo entre resignada y esperanzada, por la conclusión a la que acababa de llegar.

Debido a aquella, se empeñó en pedirle a Sara un listado de cosas a hacer para poder sobrellevar el poder estar lejos de Marquitos sin que esto afectase su objetivo por su custodia, en pos de la familia que tanto ansiaba.

Aunque sus motivos no le convencían, debido a todo lo que llevaba detrás de sí, la profesional vio bien encausar aquel animo de una manera provechosa para su paciente. Le pidió llevar, a rajatabla, un horario de rutina para sí misma y de visita con Marquitos.

El primero le serviría para ayudar a despejar de su mente de aquellas ideas que no le convenían. Debía asistir a la escuela a diario y esforzarse en sus tareas. Tener una caminata de media hora cada día. De diez a quince minutos de reflexión antes de dormir, comida balanceada —que incluía aquellos alimentos que aumentaban la serotonina. Lectura de libros y visualización de películas que incluyeran una reseña en su próxima terapia, etc.

Y con Marquitos, lo mismo. Se comprometió a visitarlo cada día siempre después de la escuela. Coordinar con sus cuidadoras sobre su crianza, sin contradecirlas. Regañar a su hijo siempre que fuese necesario. Hacerlo comer en sus horas. Procurar que durmiera siempre a una misma hora siempre que se quedara a dormir en el orfanato, etc.

Aira se esforzó por acatar todo esto, y lo hizo de manera exitosa... durante poco más de un mes.

Cuando recibió la segunda negativa del juzgado por la custodia de Marquitos, se deprimió tanto, que abandonó por unos días toda la rutina de lo que había hecho. Y, al igual que la anterior psicóloga, fue al consultorio de Sara para reclamarle, con la diferencia de que, para entonces, la susodicha había pedido su cambio a otro sector del Estado.

Por todos estos antecedentes, Ángel coordinó con su abogado si Aira podía asistir a una psicóloga particular, con la debida autorización del juez de familia que veía su caso.

Aquella —que respondía al nombre de Violeta Ching y era sobrina política del abogado de Ángel—, luego de recibir su historial clínica, vio conveniente que Aira continuara con la rutina que su antecesora le había prescrito. Y así había sobrellevado su tratamiento psicológico.

A la fecha, había hecho ciertos avances, cierto. Se había enfocado medianamente en sus estudios. Ya no se desesperaba con frecuencia. Ya no actuaba con la impulsividad de antes. Ponía orden en su bebé cada vez que podía, aunque de tanto en tanto, también lo malcriaba cuando la culpa de estar lejos de él todavía la invadía.

Marquitos, al crecer cada día, también lo era su capacidad de análisis. A pesar de haber nacido prematuro, era muy espabilado en ciertos aspectos, a tal punto de que, a tan tierna edad manipulaba a su mamá cuando esta no le daba lo que quería. En más de una ocasión, había ido llorando hacia sus cuidadoras, para quejarse de Aira luego de que ella lo regañara. Esta, al ver aquel cuadro, con la consiguiente culpa que la carcomía, cedía en sus peticiones. Al ver su permisividad, su hijo iba corriendo donde su madre, prodigándole el cariño —con el consabido apego— que tantos necesitaban.

Sus pensamientos suicidas, si bien estaban todavía presentes, estaban también acompañados por aquel deseo inconmensurable de tener a Marquitos consigo. Y solo por tener esto como norte en su vida, habían logrado desaparecer a aquellas sombras negras de su vida.

Aira había progresado, sí, aunque no lastimosamente como debiera. Si bien su depresión estaba menguada —mas no desaparecida— el círculo tóxico de apego y dependencia siempre estaba ahí, ahora con un nuevo protagonista.

No obstante, cuando el anterior protagonista reapareció en la vida de ella, ambos hombres, padre e hijo, como objetos de su apego, se confrontaban imaginariamente en su mente y en su corazón, colocándola en una posición tal que la sacudía, la carcomía, la pisoteaba, sin posibilidad de qué hacer, qué sentir, qué decidir... ¡por quién elegir!

Necesitaba con urgencia saber de su hijo todos los días, sí. Pero, desde que Rodrigo le había dicho para regresar, cada minuto, cada segundo, en cada instante de su vida que transcurría su aire le pedía el oxígeno de él, su cuerpo le pedía las caricias de él, su alma le pedía las palabras de él, su corazón le exigía ser alimentado por aquel sentimiento de felicidad absoluta que solo él podía llenar. Pero, lo que no consideraba su razón era que aquel corazón guardaba desde un inicio un 50% de otro sentimiento que no compartía con Rodrigo: el de la culpa por ser mala madre.

Aquella mañana de sábado, luego de transcurridos solo dos días desde que se había despedido de Rodrigo y no lo había visto, y que había estado con Marquitos, se presentó en la oficina de su tercera psicóloga, con un tren de juguete y un osito de peluche que Marquitos le había pedido el día anterior.

Al sentarse, ansiosa, sobre la silla asignada para el paciente, formuló la pregunta que le había estado carcomiendo la cabeza días atrás y que necesitaba, por fin, soltar:

—Doctora, ¿me puede decir cómo se puede ser novia y madre a la vez, sin que lo uno me haga sentir tan miserable con lo otro, por favor? —dijo con los ojos cerrados y cabizbaja, al tiempo que se sintió miserable por pensar por un instante solo en Rodrigo, para luego ser reemplazada su mente por Marquitos, de nuevo ser reemplazada por el joven profesor...

Y así se hallaba, en un círculo de nunca acabar, tal cual un tóxico vaivén de sentimientos y diagnósticos que eran plasmados en su expediente médico, al ser anotados por su psicóloga:

‹‹Celos.

Rabia.

Frustración.

Inseguridad.

Desesperación.

Pánico a la soledad.

Cura momentánea de aquellos sentimientos.

Regreso a aquel objeto de apego, no importase quién fuese.

Caída a lo más profundo del abismo de la depresión y de no querer vivir.

Búsqueda de aquella ancla de felicidad eterna.

Necesidad eterna de una familia.

Círculo tóxico a la vista.

Y ahora culpa...

Paciente: Aira Gonzáles Sáenz - 08/07/2017››. 

**********

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