Ā© Tardes de Olvido [En Librer...

By vianna_rain

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#TdO tiene Editorial!!!!
SORPRESA...!!!
Prefacio
CapĆ­tulo 1
CapĆ­tulo 2
CapĆ­tulo 3
CapĆ­tulo 4.
Capitulo 5
CapĆ­tulo 6
CapĆ­tulo 7
CapĆ­tulo 8
CapĆ­tulo 9
CapĆ­tulo 10
CapĆ­tulo 11
CapĆ­tulo 12
CapĆ­tulo 13
CapĆ­tulo 14
CapĆ­tulo 15
CapĆ­tulo 16
CapĆ­tulo 17
CapĆ­tulo 18
CapĆ­tulo 20
CapĆ­tulo 21
CapĆ­tulo 22
CapĆ­tulo 23
CapĆ­tulo 24
CapĆ­tulo 25
CapĆ­tulo 26
CapĆ­tulo 27
CapĆ­tulo 28
CapĆ­tulo 29
CapĆ­tulo 30
CapĆ­tulo 31
CapĆ­tulo 32
CapĆ­tulo 33
CapĆ­tulo 34
CapĆ­tulo 35
CapĆ­tulo 36
CapĆ­tulo 37
CapĆ­tulo 38
CapĆ­tulo 39
CapĆ­tulo 40
CapĆ­tulo 41
CapĆ­tulo 42
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CapĆ­tulo 44
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CapĆ­tulo 48
CapĆ­tulo 49
CapĆ­tulo 50
CapĆ­tulo 51
CapĆ­tulo 52
CapĆ­tulo 53
CapĆ­tulo 54
CapĆ­tulo 55
Capitulo 56
CapĆ­tulo 57
CapĆ­tulo 58
CapĆ­tulo 59
CapĆ­tulo 60
CapĆ­tulo 61
Capƭtulo 62: PƔjaros de colores.
CapĆ­tulo 63: Nieve de verano.
PƔgina de la nove
Holis
Sorpresa II
Notis nuevas
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Ya hay fecha de publicaciĆ³n!!!
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Ā”Ā”Oferta solo para ARGENTINA!!
Retiro de obra 20/10/19

CapĆ­tulo 19

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By vianna_rain


 Tal vez si Julieta se apurara lo suficiente, llegaría a su casa antes de que el sol cayera. La tarde se le había ido de las manos, como el agua entre los dedos, y seguramente ligaría un reto de su madre, o peor, de su padre, que a esa hora ya debía estar en casa, y no deseaba encontrarlo molesto, ya que nunca lo veía así.

El corazón le latía con fuerza desacompasada, nunca se imaginó ver a Ariel en ese estado de crisis, casi tan terrible como los ataques que tenía ella los primeros días del fallecimiento de Sergio.

Había experimentado una tristeza diferente, un dolor ajeno que sintió propio, sin poder contenerse, se pasó llorando la mitad del camino. Realmente, la angustia de Ariel se le había metido dentro del alma, arrastrando su impotencia y su dolor por el largo camino de sus venas, y experimentó una real sensación de vacío existencial.

Era distinto, aunque también podía pensar que la tristeza que él sentía por la admisión a un lugar, no podía compararse con perder una persona que había significado tanto como su novio para ella. Pero era importante para él. Muy importante, y no sabía por qué excepto que todo aquello lo ligaba con su mamá, con la música que ella también hacía. «Pobre Ariel», pensó, sensibilizándose aún más.

Inmersa en sus propios pensamientos, un grito llamó su atención y, al girarse, reconoció a Carmen que se acercaba casi corriendo hacia ella. Parecía que había estado gritando su nombre desde hacía buen rato, pero Julieta no prestaba atención.

—¿Cómo estás Juli? —preguntó, sin aliento—. Necesito hablar con vos. ¿Tomamos un café?

—No puedo, Carmen, estoy llegando tarde a mi casa —miró su reloj de muñeca—. Increíblemente tarde. Lo siento, en otro momento.

—¡Es importante!

—¿No estabas trabajando?

—Cerré temprano. Es sobre Sergio —recalcó con énfasis el nombre, y Julieta no pudo negarse.

Caminaron juntas hasta un bar que había en la calle principal del pueblo, iluminada y llena de personas que iban y venían con bolsas, paseando, y desde un teléfono público, Julieta avisó a sus padres que se había encontrado con su cuñada y quería hablar con ella. Después de todo, tenía ese derecho.

Carmen la observó inquisitivamente. Julieta tenía las mejillas sonrojadas, la mirada le ardía, estaba medio despeinada y parecía un poco alterada.

—¿Vos estás bien...? —le preguntó dubitativa, mirándola como si fuese la primera vez, con extrañeza.

—Sí, sí... No pasa nada —respondió a la evasiva, intentando esconder toda aquella tristeza que llevaba su propia alma, no quería hablar con la hermana de Sergio, pero no podía negarse, estaba atada a ellos por ser tolerante y comprensiva, aunque sufría mucho.

—No pareciera, mirá la cara que tenés. ¿Estuviste llorando?

—Un poco, pero en serio nada grave, un imprevisto, no pasa nada. Es cierto. Contame vos —dijo Julieta y se sentaron en una mesa alejada de las ventanas que daban a la calle. El mozo se acercó a ellas y tomó nota de sus pedidos. Carmen necesitaba un café doble cargado, y Julieta pidió un cappuccino.

La tarde fría estaba caducando rápido. El olor a café del bar era realmente reconfortante para el frío.

—Esto es un poco delicado Juli. A ver..., es que ni yo me lo creo. Pero, es que... no me creo que la muerte de Sergio haya sido suicidio. Me está atormentando el pensamiento. Esa carta, parecía la letra de él, y, sin embargo, no. Yo supongo que la escribió alguien con malas intenciones. Además, no tenía ningún motivo para matarse.

Parecía que todo el aire del polo sur hubiera entrado de un soplo por la ventana que tenían más cerca. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué?, ¿por qué Carmen venía con esta historia ahora, cuando ella estaba tratando de salir del dolor? No quería recordar... No ahora... Cuando estaban pasando otras cosas en su vida. ¿Un asesinato decía su cuñada? ¿Cuánto dolor más tendría que soportar a partir de allí?

Enseguida la atacó la culpa. Se sintió una egoísta, ambas habían perdido un ser querido, pero revolver ideas en su cabeza la pusieron de malas rápidamente. Tal vez estaba mucho más sensible a causa de lo que había pasado con Ariel. Seguramente era por eso.

Suspiró. Se llevó esa taza gigante a los labios. Meditaba. Recordaba. Los pensamientos se alternaban entre Sergio e, inevitablemente, Ariel. Los dos le estaban encogiendo el corazón de dolor.

Aroma de café y cigarrillos. La tibieza de la loza entre sus manos que reconfortaba un poco el alma. No estaba preparada para escuchar lo que Carmen cavilaría.

Sus oídos se hicieron de piedra, y su corazón también, así dolería un poco menos, quizás, escucharla.

—¿Y qué pensás vos? —dijo, por fin, tras un largo sorbo de su cappuccino.

—Que alguien lo mató. Sergio no tenía buenas juntas. Aparte de vos —contestó Carmen totalmente ansiosa, esperaba decirlo para que el peso que llevaba la dejara de perseguir.

Julieta deseó haberse sentado cerca de la ventana, para poder evitar esa mirada inquisitiva, esperando una opinión. Le parecía irreal y absurda esa idea. Aunque en algún momento también la hubiera considerado. Se apretó con todos los músculos de su cuerpo a la silla. Dio un respingo de sorpresa, aunque ya lo sabía, y tampoco lo creía así.

La policía no había revelado nada en la autopsia, nada que comprometa a ningún tercero. Un asesinato parecía tan paradójico como un suicidio. En cualquier caso, lo tangible era que Sergio, en definitiva, no estaba allí.

Una vez más sus defensas bajaron en picada y las lágrimas salieron con facilidad, buscó con prisa en el bolsillo de su mochila un pañuelo, la flauta estaba allí asomando y también le causó sensibilidad. Se lo restregó por los ojos con fuerza, y se lo pasó por la nariz, ya estaba congestionada de tanto llorar.

—¿Conocés las amistades de Sergio? —preguntó Julieta, varios minutos después. Ella no estaba al tanto; en su momento, lo único que importaba era estar con él. Y las amistades solamente eran de fines de semana o de fútbol.

Leonel.

El nombre se le cruzó por la cabeza como un rayo. Lo conoció aquel día, cuando se lo cruzó en la vereda, caminando con Caro.

Caro lo seguía viendo, puesto que él estaba muchas veces esperándola a la salida del colegio para ir a vaya saber dónde. Siempre volaba feroz en su motocicleta negra y siniestra.

De verlo se le revolvía el estómago, no toleraba que su amiga estuviera tan contenta con él, porque era más grande que ellas, por su apariencia, porque no era de Carillanca, porque se rebelaba contra el conservadurismo propio del pueblo. Militaba rebeldía.

Su rostro se compungió de asco de solo recordarlo.

—Yo sí los conozco. ¿Es que estás sospechando de ellos? —se asombró Carmen—. Conozco a uno que no tiene ninguna buena reputación, el hijo del comisario... —meditó lo que acababa de decir—. Es un rebelde violento..., pero no sé mucho de él, era bastante compinche de Sergio, Leonardo, se llama.

—¿Leonel? —tentó Julieta, cobrando interés por lo que las dos estaban ahora discutiendo.

—Leonel —repitió Carmen pensativa —sí Leonel. Uno pelirrojo. Es un poco más grande que Sergio. Debe tener como 20 años o un poco más. Ese chico dejó el fútbol, porque había empezado a consumir drogas, además siempre se peleaba con todos sus compañeros, era bastante agresivo. Ya no podía jugar y supongo que lo habrán expulsado del club.

Julieta entreabrió la boca y los ojos de asombro, su corazón se aceleró rápidamente, sabía en el fondo que ese muchacho no era de fiar, algo se lo gritaba dentro de su ser. Lamentó que Carolina se hubiera fijado en él. Y se espantó del amigo que su novio había tenido. Jamás se lo hubiera imaginado, porque él mismo no era así. Sergio era tan bueno..., en ese momento la atravesó la duda. ¿Lo era con ese amigo?

Y, como dándose cuenta de una gran verdad, ambas cayeron en que era «el hijo del comisario», este podía tranquilamente haber manipulado los resultados de la autopsia y dejar a su hijo totalmente libre de culpa y cargo.

Pero estaban pensando de más, no tenían ninguna prueba de que Leonel hubiese sido capaz de arrojar a Sergio por las vías, y tampoco un motivo aparente, estaban dejando volar su imaginación con escenas casi de película, todo sonaba a una macabra coincidencia, y era absolutamente claro y perturbable, un descaro fácil de razonar e imposible de imputar, pero también sabían que siempre pasaban cosas así en diferentes lugares.

La cabeza le comenzó a dar mil vueltas, descomponiéndola.

Eran demasiadas sensaciones encontradas para un mismo día. Se sentía enferma. No había fuerzas para nada más, no quería escuchar. Todo le dolía en el alma.

Se disculpó con Carmen, le dio un beso en la mejilla reconfortándola con palabras de aliento que no significaban nada para ella, y se marchó a casa, era tan tarde que la hora de la cena estaba cerca, y Julieta nunca andaba a última hora en la calle.

uJ

© Luciana López Lacunza


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