Ā© Tardes de Olvido [En Librer...

By vianna_rain

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#TdO tiene Editorial!!!!
SORPRESA...!!!
Prefacio
CapĆ­tulo 1
CapĆ­tulo 2
CapĆ­tulo 3
CapĆ­tulo 4.
Capitulo 5
CapĆ­tulo 6
CapĆ­tulo 7
CapĆ­tulo 8
CapĆ­tulo 9
CapĆ­tulo 10
CapĆ­tulo 11
CapĆ­tulo 12
CapĆ­tulo 13
CapĆ­tulo 14
CapĆ­tulo 16
CapĆ­tulo 17
CapĆ­tulo 18
CapĆ­tulo 19
CapĆ­tulo 20
CapĆ­tulo 21
CapĆ­tulo 22
CapĆ­tulo 23
CapĆ­tulo 24
CapĆ­tulo 25
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CapĆ­tulo 27
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CapĆ­tulo 29
CapĆ­tulo 30
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CapĆ­tulo 32
CapĆ­tulo 33
CapĆ­tulo 34
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CapĆ­tulo 36
CapĆ­tulo 37
CapĆ­tulo 38
CapĆ­tulo 39
CapĆ­tulo 40
CapĆ­tulo 41
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CapĆ­tulo 48
CapĆ­tulo 49
CapĆ­tulo 50
CapĆ­tulo 51
CapĆ­tulo 52
CapĆ­tulo 53
CapĆ­tulo 54
CapĆ­tulo 55
Capitulo 56
CapĆ­tulo 57
CapĆ­tulo 58
CapĆ­tulo 59
CapĆ­tulo 60
CapĆ­tulo 61
Capƭtulo 62: PƔjaros de colores.
CapĆ­tulo 63: Nieve de verano.
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Retiro de obra 20/10/19

CapĆ­tulo 15

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By vianna_rain

Al igual que las tardes anteriores, Julieta se desvió del camino a su casa hacia la Reserva, entusiasmada por encontrar a Ariel y oírlo tocar. Pero qué grande fue su decepción cuando después de adentrarse al bosque, pasaron un par de horas y el chico no apareció. No estaba allí ni en ninguna parte.

Lo buscó con la mirada, prestó atención con el oído en busca del sonido de su flauta, pero el rumor de las hojas le confirmaron que ese día no vendría. A pesar de todo, esperó.

El paisaje pareció desolado.

Desalentada, emprendió el camino de regreso a casa.

—¡Ey! —le gritó Caro, desde la vereda de enfrente, en su casa—. ¿De dónde venís?

Julieta había caminado tan distraída que había ignorado las calles por las que regresaba. Ni siquiera las señas que su amiga le hacía hasta que gritó. Estaba vestida de shorts aunque hacía frío, y descalza.

—Bancame, que vamos a dar una vuelta juntas, ¿dale? —dijo y se metió en su casa corriendo a cambiarse.

En menos de cinco minutos salió lista, vestida con ropa bien ajustada que le marcaban con sutileza las piernas esbeltas y el torso prominente. Sus rulos dorados, aunque desprolijos, le daban ese estilo de rebeldía que la caracterizaba. Se pusiera lo que se pusiera, Carolina Pasos nunca pasaba desapercibida.

—¡Guau!, ¿tanta producción para un día en el pueblo? Mirá que hoy no viene nadie famoso —advirtió Julieta en tono de burla.

—Es que nunca se sabe, Ju'. En cualquier momento se puede cruzar el amor de tu vida. Bueno, de la mía —Se encogió de hombros—. ¿ Aún vos no tenés intenciones de empezar nada nuevo con alguien?

—No —negó Julieta espantada.

—Está bien, creo que es pronto todavía para una relación, ¿no?

Juli no contestó nada, y el silencio a veces tiene más significado que las palabras. Carolina lo notó enseguida. Además, era como si se hubiera puesto tensa.

—¡Julieta, mirame! ¿Es que ya te olvidaste de Sergio? ¿¡Te gusta otro chico!? —chilló emocionada.

—¿¡Cómo me voy a olvidar de Sergio!? —contestó un poco a los gritos—. Yo todavía sigo enamorada de él.

Lo que decía era la pura verdad, aunque su mirada al frente que evitaban los inquisidores ojos de su amiga delataron que tenía cosas que ocultar. Ariel era su propio secreto personal que se escondía entre los árboles.

—No sé en qué momento conoceré algún chico, de esa forma digo —reconoció con sincera nostalgia.

—Mientras no abandones la escuela para terminarla en Villa Dominga —se burló Caro—. ¡Mirá! —señaló con la barbilla—, chicos nuevos. Nunca los vi por acá.

Si había alguien en Carillanca que conocía a todos los jóvenes de edad adolescente y prospecto de touch and go, era Carolina. Y cuando llegaba alguien nuevo, era reconocido enseguida como un foráneo. Julieta apenas si conocía a los del colegio.

Eran tres muchachos de entre 15 y 20 años que bebían de una botella de cerveza sobre la vereda donde estaba el quiosco. Había tres motocicletas enormes mal estacionadas, de esas que solo se veían en las películas y videos de motoqueros.

El del medio era pelirrojo, de ojos azules, y parecía el más grande de los tres. Su cabello era llamativo y su mirada penetrante. Iba vestido como si hubiese escapado de una película de James Dean. Campera y pantalones de cuero negro, excepto por la camiseta blanca y la actitud de seguridad en sí mismo, autoritaria e inevitablemente seductora.

Fue al primero al que Caro le asestó su mirada. Y como una conducta natural en sí misma, cambió su manera de caminar por una más provocadora. Julieta, en cambio, aminoró la marcha, porque no le gustaron nada la apariencia ni la actitud de los chicos, como si fueran los dueños de la calle.

A paso lento, porque Caro caminaba lo más despacio que podía con sus ajustados jeans y su sonrisa de publicidad, la pantomima de la joven causó el efecto deseado una vez que los habían pasado de largo. Hasta al hombre del quiosco le llamó la atención. No fue hasta que les dieron la espalda que uno finalmente gritó:

—¡Julieta!

Las dos se detuvieron, sorprendidas. Julieta, asustada, porque no los conocía de ninguna parte. ¿Por qué sabían su nombre? No recordaba haberlos visto jamás. Y Carolina de pronto frunció el gesto porque era evidente que conocían a su amiga. De igual manera, se giró con una sonrisa abierta, desplegando toda su personalidad. Y Julieta tardó en hacerlo. No quería tener nada que ver con ellos.

El del grito había sido el pelirrojo.

—Vos sos Julieta, ¿no? La novia de Sergio —le dijo.

Julieta asintió un poco más sosegada, pero no tanto. No era a ella a quien conocían, sino a su novio.

—Sí —se apresuró a contestar Caro por ella—. Ella es Julieta, y vos sos...

—Leonel —se presentó—. Ellos son Martín y Nacho, mis amigos —completó sin dejar de observar a Julieta, estudiándola con la mirada fría.

Caro se sintió ignorada, y fue incómodo para ella, que necesitó hacer algo para llamar la atención de ese pelirrojo que le gustó.

—Carolina, es mi nombre —sonrió—. Ustedes no son de Carillanca —afirmó sin dudar—, nunca los vi por acá.

—No, pero vivimos cerca. En otro pueblo. Vinimos siguiendo las vías del tren —comentó Nacho, señalando con el pulgar hacia atrás, era el más chico de los tres, no tendría más de 14 años, parecía que ni siquiera se hubiera afeitado por primera vez.

—¡Ah, entonces serán de Punta amarilla o de Villa Dominga! No hay lugares más cerca —Carolina dedujo con mucha elocuencia.

—Exacto —respondió Leonel, pero no determinó específicamente el lugar del que provenían.

—¿Vinieron a conocer el pueblo? —continuó la amiga de Julieta. Esta tenía ganas de alejarse pronto, no le causaban ninguna seguridad tres chicos montados en motos con aires de confianza. Pero Caro era así de charlatana cuando había chicos en medio, lindos o feos.

—Vinimos a conocerla a ella —rio entonces Leonel mientras la señaló con el dedo. Caro se volteó con un dejo de celos en las pupilas—. Sergio nos había contando que su novia era preciosa, pero creo que si comparamos, me quedo con vos —le guiñó el ojo a la joven rubia, que ante el piropo, sonrió con seguridad.

Era Carolina la que lidiaba y tenía éxito con los chicos, y Julieta, apenas una adolescente que había tenido un solo novio en toda su vida. Era inconcebible para su personalidad, que la atención no girase en torno a ella, que aparentaba más edad y estaba más desarrollada; además, Leonel parecía un chico grande, y a ella le gustaban los chicos con apariencia adulta.

—¿Tenés novio, rubia?

—No tengo nada legal.

—Esa palabra me gusta —la correspondió Leonel—. Te va la rebeldía.

—Podríamos decir que me va todo lo que me aleje de este pueblito aburrido —contestó.

El chico sonrió con satisfacción, y Julieta lo corroboró con antipatía, porque advirtió en el brillo de sus ojos un atisbo de perversión que le provocó escalofríos. No quería conocerlo más que por esa puntual situación que estaba teniendo que padecer.

—¿De dónde me conocen? —espetó Juli, con un poco de valor.

—Vimos una foto tuya —dijo el pelirrojo—. Somos amigos de Sergio. Fuimos juntos a la escuela de futbol. ¿Cómo está tu novio? —preguntó entonces y Julieta sintió descomponerse, esos chicos no podían considerarse amigos de Sergio y no saber que había muerto. Antes que pudiera decir algo, Carolina se apresuró a contestar:

—¿Qué?, ¿ustedes no saben nada? Sergio murió. Se arrojó a las vías. Hace como mes y medio.

«Qué desubicada, mi amiga», pensó Julieta. La forma en la que lo había comentado, como si fuese un chusmerío barato, la había enojado y golpeado por dentro.

—No, no sabía. Lo siento... —respondió sin dejar de mirarla, enfatizando la disculpa con el tono de voz. Tenía un brillo malicioso en los ojos. Sabía que estaba muerto y, sin embargo, parecía que había preguntado por él a propósito.

—Se suicidó —la remató Caro sin medirse, incluso, con el entusiasmo digno de quien quiere llamar la atención.

El silencio que se hizo después de ese comentario, contribuyó a hacer más denso el clima entre todos, sobre todo entre Julieta y Leonel, observándose por primera vez con fijeza. Había algo que a Julieta no le gustaba nada, y la verborrea que escupía Caro no la ayudaba en lo más mínimo.

—Vamos Carolina. Tengo que llegar a mi casa —habló con acritud, y por una vez, imperante.

Caro esta vez no se atrevió a decir nada, igualmente, le parecía muy raro que esos jóvenes no supieran lo que se comentaba en toda la zona. No solo en Carillanca.

—¡Rubia! —gritó Leonel—. Espero que nos veamos otra vez. ¡Sos preciosa! —sonrió entre dientes al decirle aquello.

Carolina se despidió con la mejor sonrisa. Era lanzada. El pelirrojo ya la había conquistado, sin hacer esfuerzo alguno y ni siquiera era un chico que podría ser considerado lindo. Solo derrochaba actitud.

—Y yo que pensé que salías con Fernando... —resopló Julieta a medida que se alejaron.

—Nah, vos no entendés nada, Ju'. Con Fer está todo bien, pero nos damos de vez en cuando. Un favor mutuo. Nada serio.

—Mejor acompañame hasta mi casa —terminó decidiendo, con los ojos en blanco. No quiso oír más nada que acabara por boicotear lo que le quedaba de orgullo hacia sí misma.

*** 

 © Luciana López Lacunza


Holis, gracias por leer! espero que les guste y nos vemos mañana!


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