Sincronías y Armonías [Saga A...

Galing kay Nozomi7

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Continuación de "Melodías y Ambrosías". No recomiendo leer esta parte sin antes haber leído las dos primeras... Higit pa

❧ Introducción ☙
❧ Sinopsis ☙
❧ Prefacio ☙
❧ Epígrafe ☙
❧ Primera Parte - ¿Una segunda oportunidad? ☙
Portada [Primera Parte]
❧1. Distancias y Sincronías ☙
❧ 2. Recelos y Celos ☙
❧ 3. Confusión y Desilusión ☙
❧ 4. Culpas y disculpas ☙
❧ 5. Confusiones y Suposiciones ☙
Sorteo y un par de cosas más
❧ 6. Revelaciones y Proposiciones ☙
Adelanto (1)
❧ 8. Indecisiones y Recuerdos [Parte 1]☙
❧ 8. Indecisiones y Recuerdos [Parte 2]☙
❧ 9. Amistades y Revelaciones ☙
Concurso de Fanfics y un par de cositas más
❧ 10. Juego de Espías ☙
❧ 11. Letanías y Sincronías ☙
❧ 12. Declamaciones y Reconciliaciones ☙
Adelanto (2)
❧ Capítulo 13: Pasos y Celos ☙
Feliz cumpleaños, Rodrigo <3
❧ Capítulo 14: Reclamaciones y Emociones☙
Anécdotas sobre el capítulo 14 y aclaraciones varias
❧ Capítulo 15: Enseñanzas y Sanaciones ☙
❧ Capítulo 16: Alcances y Balances ☙
❧ Capítulo 17 [Primera Parte] ☙
❧ Capítulo 17: Fantasmas del Pasado [Segunda Parte] ☙
Mitos y dudas sobre la depresión
❧ Capítulo 18: Aguas y Bebidas ☙
Curiosidades - Capítulo 18
❧ Capítulo 19: Trampas e Inocencias ☙
Preguntas y extras - Capítulo 19
❧ Capítulo 20: Confesiones y Descubrimientos ☙
Curiosidades - Capítulo 20
Mini manga - Capítulo 20
❧ Capítulo 21: Sol y Chocolate ☙
❧ Capítulo 22: Trivialidades y Regalos [Primera Parte] ☙
Aclaraciones y Curiosidades - Capítulo 22 [Primera Parte]
❧ Capítulo 22: Trivialidades y Regalos [Segunda Parte]☙
Pregunta preguntona
Capítulo 22: Trivialidades y Regalos [Tercera Parte] ☙
Aviso antes del capítulo final
Capítulo 22: Trivialidades y Regalos [Parte 4] [CAPÍTULO FINAL]
Epílogo
Respuestas y curiosidades varias luego del epílogo [Primera Parte]
Encuesta
Cuestionario de respuestas a contestar [Segunda Parte]
Respuestas y curiosidades [Última parte]
Epígrafe [Segunda Parte]
Prefacio: Lágrimas que fortalecen [Segunda Parte]
Portada - [Segunda Parte]
Capítulo 1: Lágrimas y Confesiones
Curiosidades - Capítulo 1
Capítulo 2: Amistades y Decisiones
Anotaciones - Capítulos 2
Capítulo 3: Preludios y Compenetraciones [Primera Parte]
Capítulo 3: Preludios y Compenetraciones [Segunda Parte]
Capítulo 3: Preludios y Compenetraciones [Parte 3]
Anotaciones, meme y adelanto - Capítulo 3
Mini manga - Capítulo 3
Capítulo 4: Resiliencia [Primera Parte]
Capítulo 4: Resiliencia [Segunda Parte]
Capítulo 4: Resiliencia [Tercera Parte]
Minimanga - Capítulo 4
Capítulo 5.- Mentiras y Promesas
Capítulo 6.- Encuentros y Estrategias
Capítulo 7.- Pendientes y Aprovechamientos
Aclaración sobre contenido adulto
Capítulo 8: Poesía clandestina
Debate sobre lo que se viene
Capítulo 9. Culpas y Apegos [Primera Parte]
Capítulo 9: Culpas y Apegos [Segunda Parte]
Capítulo 10.- Sin límites [Primera Parte]
Capítulo 10: Sin límites [Segunda parte]
Capítulo 10 - Sin límites [Tercera parte]
Preguntas y respuestas - Capítulo 10
Capítulo 11.- Nadas y Distancias
Capítulo 12: Amistades y Sorpresas [Primera Parte]
Capítulo 12: Amistades y Sorpresas [Segunda Parte]
Capítulo 12.- Amistades y Sorpresas [Tercera Parte]
Capítulo 13. Trastocamientos y Necesidades
Capítulo 14: Acusaciones y Preocupaciones
Capítulo 15.- Limerencia y Aprendizaje
Capítulo 16.- Confesiones y Empatías
Capítulo 17. Lecciones y Confianzas
Capítulo 18.- Confianzas y Espacios
Capítulo 19.- Negaciones y Dobles
¡¡¡Regresamos!!! (y algo más ^^)
Capítulo 20 - Rechazos y Recuerdos [Primera Parte]
Entrevista a Rodri (el real) - Parte 1
Capítulo 20: Recuerdos y Rechazos [Segunda Parte]
Entrevista al Rodri (el real) - 2da parte
Capítulo 20 - Rechazos y Recuerdos [Tercera Parte]
Entrevista a Rodri (el real) - Tercera Parte
Capítulo 21. Entendimientos y Promesas [Primera Parte]
Entrevista al Rodri Real [Parte 4]
Capítulo 21. Entendimientos y Promesas [Segunda Parte]
Entrevista a Rodri Real [Quinta y última parte]
Capítulo 22. Amistades y Reflexiones

❧ 7. Complicaciones y Demostraciones ☙

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—Gonzáles puede ser su pareja —habló el delegado.

Al escuchar su apellido, Aira volvió a la Tierra. Buscó con su mirada a Rodrigo, pero lo que observó no le gustó. El maestro la veía de una manera, que encendió el sistema de alerta de la muchacha.

‹‹¿Por qué me mira así?››, se preguntó preocupada.

Quiso pensar en alguna posible respuesta, pero no tuvo tiempo. Caballero la había cogido de la mano al tiempo que le dedicaba una pícara sonrisa.

Cuando el delegado volvió a afirmar que ella sería su pareja de baile, para beneplácito y aplauso de todos los asistentes del salón, menos para un joven profesor —quien todavía se hallaba petrificado— y Ana María —quien no pudo evitar mirar a su mejor amiga con fastidio—, Aira recién fue consciente de lo que sucedía. De inmediato, retiró su mano de la de su compañero y se levantó de su silla para replicar:

—¡Tú estás loco, Balbín! —habló exaltada—. ¿Por qué debo bailar junto a este?

José María la observó divertido mientras apoyaba su mentón sobre su mano derecha.

‹‹Sabía que te opondrías, pero no creo que de esta puedas escapar››, pensó su compañero.

—Tú eres de las que mejor bailan, ¿o no? —la interpeló el delegado—. El mes pasado fuiste de las que se aprendió una coreografía en menos de una semana.

—Sí —dijo con un poco de orgullo—, pero...

—¡Que no se hable más! Tú y Caballero son nuestra única esperanza. ¡Serán nuestros representantes para bailar marinera!

El resto de sus compañeros aplaudieron y les dieron ánimos a ambos.

—¡Espera un segundo! ¡No tendré tiempo de ensayar! ¡Yo estoy ocupada luego de la escuela!

—¿En qué? —le increpó el delegado.

—En cosas...

—¿Cosas? —Frunció el ceño Balbín. Aira asistió—. ¿Cuáles cosas? Si eres de las pocas que conozco en el salón que no tiene clases de refuerzo ni está en la academia.

—Eso es verdad.

—Cierto.

Varios de los alumnos siguieron dándole la razón al delegado al recordarle que, en ninguna de las clases de refuerzo a las que asistían, ella estaba con ellos.

Aira pasó saliva. No podía decirles que pasaba largas horas en el orfanato cuidando a su hermano. Detestaba tener que contarles la verdad a algún extraño o "chibolo pituco engreído", como había calificado a más de un compañero, sobre su pasado.

Se le pasó por su mente inventar cualquier mentira, pero eran tanto los nervios que la carcomían al tener sobre sí la mirada de casi treinta alumnos, sumada a la de Rodrigo, quien seguía pareciéndole que la contemplaba con molestia —lo cual era cierto, pero no por los motivos que ella creía—, que no se le ocurría qué decir para poder salir bien librada.

En ese instante, su vista se topó con la de Ana María, buscando apoyo. No obstante, al igual que a Rodrigo, era tanta la molestia y los celos que le producía a su amiga el imaginarse a Aira bailando coquetamente la marinera con Caballero, que poco hizo por disimular su fastidio. Le desvió la cara e hizo como que con ella no era el asunto, y trató de concentrarse en un objetivo visual distinto al de Aira.

‹‹¿Y a esta qué le pasa?››, se preguntó confundida.

—Tienes que aceptar, Gonzáles —dijo otro alumno—. Aparte de la calificación que obtendremos por la performance, que se promediará con nuestra nota bimestral; según me contó mi hermana melliza de la sección A, si hacemos la mejor actuación, todos del salón obtendremos dos puntos extra en la nota del curso de Arte del segundo bimestre.

Un ruido de expectación se escuchó en el aula.

—¿En serio?

—¡Qué genial!

—Y yo que creí que saldría desaprobado porque nunca entrego los trabajos.

—Será mi salvación.

—Pero... —dijo Aira, quien no supo qué más añadir.

Sintió un retorcijón en su interior al seguir notando las miradas de esperanza de sus compañeros sobre ella.

—¿Es cierto o no, profesor, lo que dijo Garrido? —preguntó el delegado.

Rodrigo contempló a Aira con cierta pena. Luego le desvió la vista y agachó la cabeza al darse cuenta de que su propuesta de la actuación estaba llegando a un cauce que nunca hubiera previsto. La llama de los celos lo estaba carcomiendo por dentro, de tal manera que le provocaba gritar, chillar y mandar al diablo al delegado y a los demás alumnos por conducir a Aira a un escenario que no quería ni imaginarse en la peor de sus pesadillas.

—¿Es verdad o no? —insistió el alumno.

—S... sí —se limitó a decir al tiempo que asentía con la cabeza, todavía incapaz de encarar a Aira.

—Pero, yo... —dijo la joven levantando la voz y buscando con la mirada a Rodrigo, sin obtener respuesta alguna—. ¿Por qué yo? ¿No hay otra chica más que sepa bailar marinera? —Buscó con su vista a varias de las alumnas—. ¿Qué tal tú, Quevedo? Bailas mejor que yo...

—Mis clases en la academia comienzan mañana.

—¿Solano, tú?

—Estoy en clases de refuerzo de Geometría y de Física en la tarde. —Suspiró con fastidio—. Mis padres me obligaron a llevarlas, a pesar de que saqué doce. Dicen que mínimo quieren un catorce de mi parte —dijo con gesto de desilusión.

Aira estaba desesperada. En ese instante, sus ojos se posaron en la esquina izquierda, en donde una muchacha parecía no prestar mucha atención en lo que se hablaba. Y al recordar lo sucedido durante el mes pasado en su taller de danza, la esperanza volvió a su rostro.

—¿Y tú, Rodríguez? —se apresuró en señalar—. Escuché que el profesor te dijo el otro día que tenías mucho futuro si era que querías participar en el festival de la marinera del próximo año.

—Aunque quisiera, no puedo. —Le enseñó su mano derecha vendada—. Sufrí un esguince ayer. Estoy con descanso médico por dos semanas. No voy a poder usar mi muñeca para mover los pañuelos.

—¡Puta madre! —habló en voz alta, sin esforzarse por ocultar su preocupación—. ¿Y por qué tengo que ser yo, huevón? —dijo dirigiéndose al delegado. Este enarcó su ceja, sorprendido—. También tengo cosas que hacer como los demás, ¿ok? Solo que no me interesa contarles mi vida privada —agregó de mala gana moviendo la cabeza en dirección al resto de estudiantes—. Invéntense otra cosa. ¡No me involucren en sus tonteras!

Varios la miraron asombrados. Con lo estrictos que eran los maestros en la secundaria, no estaban acostumbrados a que los estudiantes hablaran malas palabras.

Voltearon en dirección a Rodrigo, esperando que le soltara una reprimenda a Aira. Este los ignoró, e hizo todo lo contrario a lo que pensaban que haría, dejando boquiabierto a más de uno.

—¿Y por qué necesariamente deben hacer una danza como la marinera? —acotó, muy decidido—. ¿No podemos presentar otra cosa? No sé, quizá una obra de teatro.

—¿Conoce alguna obra que tenga solo dos personajes? —preguntó el delegado—. Aparte, los del taller de teatro solo tienen cinco de nuestra sección, entre los que me incluyo; y todos, a excepción de uno, estamos ocupados en la tarde.

—Y no se puede repetir lo que haga otro salón. Los de la sección D seguro que van a representar ‹‹Ña Catita››. Lo sé porque uno de los chicos del taller de teatro, que es de esa sección, me pidió prestado el libro el otro día para ensayar. Pero es raro porque hasta agosto no tenemos planificada ninguna obra.

Rodrigo se rascó la oreja, preocupado. Iba a proponer alguna actividad más, pero otro alumno se le adelantó.

—Y los de la E seguro que van a hacer una representación musical—acotó otro alumno—. Últimamente uno de los chicos de esa sección, que es mi vecino, ha estado ensayando con su grupo de rock todos los días en el garaje de su casa. ¡El desgraciado hace tanta bulla que no me deja tomar mi siesta!

Todos los alumnos asintieron sorprendidos ante lo que decía. Mas, Rodrigo contraatacó de nuevo.

—¿Pero acaso es lo único que se les ocurre? Estoy seguro de que pueden manejar otras opciones, alumnos. ¡Vamos, sean creativos!

—¿Con el tiempo en contra y a menos de una semana? —dijo el delegado—. Profesor, le recuerdo que estamos a poco más de una semana para la actuación. Tenemos que decidir algo ya, usted lo mismo lo ha dicho.

Los estudiantes se miraron preocupados y se preguntaban si tendrían oportunidad alguna de hacerse de la mejor performance, dadas las actividades que estaban escuchando que las demás secciones harían, y sobre todo, con el tiempo a su favor. Finalmente, uno de ellos exteriorizó sus temores y colocó a Rodrigo en una delicada situación.

—Profesor, no quiero sonar impertinente, pero si estamos en esta situación de premura es por su culpa —acotó un alumno mirándolo con un gesto serio, que a Aira le pareció que rozaba la petulancia. Era el alumno más aplicado de su sección, Manrique. Ella supuso que estaría enojado ante la posibilidad de dejar pasar una oportunidad para subir su promedio de notas—. Y si ya se ha dicho que tanto Gonzáles como Caballero tienen buenas aptitudes para bailar la marinera y cuentan con el tiempo para ello, no veo por qué buscar otras alternativas que requieran de más gente y tiempo de preparación, de los cuales no disponemos, ¿ok?

Un coro de ‹‹¡Sí!››, ‹‹¡Tienes toda la razón!›› y ‹‹La culpa es del profe›› se oía en cada rincón del salón, al tiempo que varios alumnos observaban con suspicacia a su maestro.

Rodrigo no supo qué decir ante la acotación de Manrique. Al contrario, sintió un estrujón de nerviosismo en su interior, que le provocó ganas de ir al baño. Su frente y el arco de Cupido de su rostro se llenaron de un sudor tal, que tuvo que sacar un pañuelo para limpiárselos.

Aira, al ver la situación tan incómoda en la que estaba el pobre, y para evitar que los alumnos siguieran viendo con malos ojos a su profesor al culparlo de la situación en la que se hallaban —aunque tuvieran razón—, se dio cuenta de que no tenía alternativa. Debía dejar atrás su animadversión hacia Caballero —quien notó que la contemplaba con ojos del gato con botas de Shrek—, aun cuando esto le produjese arcadas y ganas de darle una cachetada para que dejara de mirarla así. 

Respiró profundo y contó hasta cinco para darse fuerzas. Finalmente, con mucho esfuerzo, porque sentía que su mano derecha le pesaba como plomo, levantó su brazo y pidió el uso de la palabra para decir:

—¡Está bien! —Hizo una pausa—. Acepto bailar con él —dijo resignada con un movimiento de cabeza en dirección de Caballero.

Al escuchar su respuesta, el resto del salón aplaudió al unísono. Echaron hurras, palabras de ánimo y de victoria para ambos estudiantes, a excepción de un par.

‹‹Parece ser que, en el fondo, no le desagrada la idea de bailar con él, porque no se resistió del todo››, pensó Rodrigo.

Él contemplaba entre cejas a Caballero, mientras este tenía una sonrisa de idiota felicidad, al tiempo que era rechazado, por enésima vez, por Aira al intentar cogerle en vano su mano derecha para celebrar su "victoria".

‹‹¡Dios mío! ¿Ahora qué va a pasar? ¿Por qué esto tenía que acabar así?››, se decía Ana María. Una gota de sudor bajaba por su juvenil rostro al tiempo que dirigía su mirada al suelo debido a la tristeza que inundaba su alma. 

********

Después de la charla de Rodrigo con sus estudiantes, el delegado pidió permiso a su tutor para dirigirse a la oficina del profesor de danzas, para hacerle saber de lo acontecido y de que lo requerirían para enseñarle a sus compañeros, luego de la salida. El maestro aceptó de buena gana cambiar sus planes, siempre que no interfiriera con el horario normal de clases, ya que su salida oficial era a las 5 de la tarde, pero podía quedarse un poco más debido a ellos. Y no era el único que debía cambiar sus planes...

Debido al giro de los acontecimientos, Aira debía cambiar su horario de vuelta a casa. Ahora se quedaría dos horas más tarde de lo establecido, pero tenía un problema: no se había preparado para ello.

Con la hora de almuerzo próxima, sus tripas le crujían, ya que no tendría oportunidad de ir a su casa para comer y luego volver a la escuela para la práctica. Y aunque le había mentido a su abuelita —cuando la llamó para avisarle que llegaría tarde— cuando esta le había preguntado si tendría qué comer, para que no se preocupara, la realidad era todo lo contrario. Peor todavía, cuando le había pedido prestado dinero a Ana María para comprarse un menú en la cafetería, esta se había negado.

—No tengo, lo siento —le había dicho con un gesto de fastidio.

Ana María le dio la espalda, se dirigió rauda a la puerta de la salida, sin darle tiempo a Aira de despedirse de ella.

‹‹¿Y a esta qué le pasa?››, pensó al tiempo que veía a su amiga irse, sin dirigirle una sonrisa o palabra de ánimo, como estaba segura de que lo haría.

‹‹¿Por qué parece enojada? ¿Le habré dicho o hecho algo sin darme cuenta?›› Se encogió de hombros. ‹‹Bah, ya mañana se lo pregunto››.

Sin tener mucho tiempo para dedicarse a pensar en el extraño comportamiento de su amiga, Aira se encaminó hacia el baño de mujeres para cambiarse su uniforme por el del buzo deportivo, para prepararse para la práctica. Se le había pasado por la mente pedirle fiado un menú a la dueña de la cafetería, explicarle la situación y comprometerse a pagárselo al día siguiente, sin falta.

Luego de salir de los servicios higiénicos, volteó a ver el reloj de la escuela, que colgaba imponente en el centro del patio. Eran las 03:15 pm.

‹‹Bien, tengo cuarenta y cinco minutos para almorzar y luego ir al salón de danzas para la práctica››, pensó al tiempo que respiraba profundo. ‹‹Y si en la cafetería no me hacen caso, siempre tengo a "La Tía Veneno" que me puede fiar un sándwich de pollo››.

Cuando llegó a la cafetería, se dirigió a la sección de pedidos y requirió hablar con la dueña del concesionario.

—¿Me estás pidiendo que te fíe un menú? —le preguntó la dueña, una señora de aproximadamente cincuenta años, que regentaba la cafetería desde hacía tiempo atrás. La mujer enarcó una ceja y miró a la joven con suspicacia.

Aira asintió.

—Sí, por favor. Me voy a quedar para practicar para la actuación del Día del Maestro, es por eso que...

—¿Y por qué no le pediste a tus padres que te den dinero para eso? ¿O que te enviaran un almuerzo? —Se encogió de hombros y se agarró la cadera con ambas manos—. Estos padres de ahora, son unos descuidados con sus hijos, que...

La estudiante arrugó la frente. Escucharla soltar un sermón de cómo los padres modernos mandaban a sus hijos a la escuela, sin prepararlos para nada, no como en su época, que eran unos padres abnegados de verdad, la aburría. Peor todavía, no pudo evitar sentir cólera cuando señaló que lo más probable era que su padre fuera un descuidado, un mal padre que la enviaba al colegio sin nada.

—¿Acaso usted conoce a mi papá para hablar así de él, vieja bruja? —habló de mala gana y en voz alta.

La rabia le carcomía las entrañas. Había querido moderarse durante todo el discurso de la señora al conocer lo estrictos que eran en su escuela; pero mencionar a su fallecido progenitor y especular que había sido un mal padre, ya era demasiado.

—¿Me has dicho vieja bruja? —le increpó la señora, muy molesta.

—Sí, eres una vieja bruja —dijo Aira sin remordimiento alguno—. ¿Quién diablos te crees para hablar así de mi papá? Muérdete la lengua antes de hacerlo, ¿te quedó claro?

—¡Mocosa malcriada! Te acusaré con tus profesores para que te sancionen —exclamó la señora azuzando los brazos.

Aira le iba a volver a contestar, pero no le dio tiempo. La mujer se retiró por la parte de atrás para dirigirse a la sección de los maestros, que estaba en el ala norte de la cafetería, para buscar con quién acusarla. No obstante, antes de que pudiera hacerlo, un joven profesor de cabello negro hizo su aparición en escena.

—¿Qué está ocurriendo, señora Morales? Escuché unos gritos de una de mis alumnas —volteó en dirección a Aira y la miró muy serio—, y vine a ver qué pasaba.

La señora no se cortó ni un momento. Le contó de lo sucedido, exagerando la situación e indicando que Aira le había dicho vieja estúpida, que era una carera y que su comida era una mierda.

—¡Oye, que yo no le he dicho eso! —se apresuró en decir Aira—. Solo le dije vieja bruja, porque lo es, pero aparte de eso es una vieja mentirosa.

—¡Gonzáles, por favor, compórtate! —le regañó Rodrigo.

‹‹¿Ahora me llamas la atención?››, pensó con tristeza.

—¿Lo ve, maestro? ¡Esta mocosa es una malcriada!

El joven abrió la boca para seguir sermoneando a Aira, pero la alumna se le adelantó:

—¡Se metió con mi papá! —le reclamó ella, mirándolo con los ojos brillosos, debido a la mezcla de impotencia, de rabia y de tristeza que la consumía—. Dijo que era un mal padre, ¡y eso no se lo voy a permitir!

Rodrigo arrugó los ojos al darse cuenta de a qué se refería. Meneó la cabeza y se dirigió a la mujer:

—Discúlpela, por favor...

La dueña de la cafetería sonrió, complacida.

—Pero usted también tiene la culpa por referirse así a su padre —añadió Rodrigo.

—¡Profesor! ¿Acaso usted la está defendiendo? —replicó, indignada.

El joven asintió, sin dudarlo.

—El padre de ella está fallecido. ¿No cree que debe guardar los respetos ante un difunto?

—¿Ah? ¿Cómo?

La señora abrió los ojos para luego pestañearlos varias veces. Volteó a ver a Aira, luego a Rodrigo. Este asintió ante su pregunta.

—Bueno, yo no lo sabía —dijo mascullando los dientes—. ¡Pero ella tiene la culpa! Empezó a requerirme que le fiara el almuerzo, ¡como si esto fuera una beneficencia! —agregó con desdén y se encogió de hombros—. ¡Habrase visto!

—¡Solo le pedí un favor! No era para que me dijera que tenía un mal padre por no darme para mi almuerzo. Con decirme que no, bastaba —agregó cabizbaja.

Se hallaba avergonzada que la situación hubiera llegado a ese punto, y que fuera Rodrigo quien se enterara de todo.

El maestro prestó especial atención a lo que la señora había añadido.

—¿Por qué le pediste que te fiara? —le requirió Rodrigo a Aira, mirándola muy preocupado—. ¿Puede ser que...?

Ella levantó la vista y lo contempló fastidiada. Suspiró profundo y sacudió la cabeza. Cogió su mochila, que colgaba de un solo hombro, para luego llevarla en una mano y procedió a retirarse rápido de la cafetería, sin decirle nada más a nadie.

Él la vio irse, sintiendo que tenía su corazón encogido en un puño al tiempo que miles de mariposas bailaban en su interior. Quiso ir detrás de ella. Pero, antes de hacerlo, se apresuró en hacerle una petición a la señora Morales:

—Tome. —Le extendió un billete de cincuenta soles—. Yo pago lo que ella necesite.

—Pero, maestro... —acotó la señora, incrédula e indecisa de aceptar o no el dinero que le dejaba sobre el mostrador.

—¡Acéptelo sin replicar! —Cogió su mano y colocó su el dinero en ella—. Lo que la alumna necesite hoy y mañana, yo lo pago. ¿Ok?

La mujer iba a replicarle, pero no le dio tiempo de hacerlo. Rodrigo ya se hallaba en el umbral de la puerta, presuroso en busca de su alumna.

********

—¡Aira! —dijo sin pensarlo, al tiempo que la cogía a la joven del hombro.

Había caminado tan rápido, que tenía la cara empapada de sudor.

Se hallaban junto al pasadizo que daba para el patio central. Como tenía pensado, ella iba a dirigirse a la calle para ver si la señora de venta de sandwichs, "La tía Veneno" como la llamaban los alumnos, podía hacerle el favor de fiarle algo.

Indecisa de darse la vuelta para contemplar a su maestro, se limitó a señalar:

—¿Ahora me llamas por mi nombre fuera de tu oficina? —dijo al tiempo que sonreía con tristeza—. Ten cuidado. Alguien podría sospechar que tenemos una relación más allá de maestro-alumna. —Lo miró de reojo, con ironía—. Algo de lo que tú te avergüenzas...

—Aira —dijo en un susurro y arrugando la frente.

—Y que te incomoda bastante, ¿cierto?

Tomó su mano de su hombro y la retiró de aquel, al tiempo que terminaba de voltearse para encararlo por completo.

Cuando los dedos de la mano de ella tocaron los suyos, le volvió a transmitir a Rodrigo cientos de descargas eléctricas, como aquella mañana. Él se sobresaltó de inmediato. Sus músculos se tensaron al tiempo que la sangre se le subió al rostro.

—Aira, yo... —dijo al tiempo que, como un acto reflejo, volvía a retirar con rapidez su mano de la de ella, como si sufriera una descarga eléctrica real.

La joven interpretó ese gesto de la misma manera como lo había hecho en la mañana, pero con una diferencia. Ella ladeó la cabeza, pensativa.

—Te contradices, ¿sabes? —Se acomodó su mochila a ambos lados de su hombro—. Me dijiste que te incomodaba mi presencia, pero ahora... ahora... —Hizo una pausa—. ¿Por qué me has seguido?

Rodrigo pasó saliva. No supo qué responderle.

Por un lado, su primer impulso había sido ir detrás de ella. Quería asegurarse de que no siguiera sintiéndose mal por el entredicho que había tenido con la dueña de la cafetería. Sabía que el recuerdo de su padre podría hacer mella en el estado de humor de la muchacha.

Por otra parte, se había interesado en saber el motivo de pedir fiado su almuerzo. Se le pasó por la mente diversos motivos, entre ellos, que no era tan cierto que Ángel estuviera haciéndose cargo de todos sus gastos, como ella se lo había adelantado. Pero, esto se contradecía con que ella estuviera inscrita en dicha escuela. Sabía que la pensión y la matrícula no eran baratas. De ahí que, finalmente, pensara que el motivo de no tener con qué pagar su comida fuera su repentina inclusión en la danza, y de ser así, se sintió culpable. Debido a su olvido, había tenido ese altercado con la señora Morales, y con este, la mancha sobre el recuerdo de su difunto padre.

Sin embargo, llegado a ese punto, en el que el solo roce de sus dedos le provocaba incomodidad, desestabilidad, peligrosidad... no se hallaba en posición de qué decir, menos hacer. La sola presencia de Aira... El solo mirar de Aira... El solo toque de Aira... lo estaban volviendo loco, con la imposibilidad de poder expresarse, de poder aclararse, de poder sincerarse como debía.

Al darse cuenta de la situación, le desvió la mirada al suelo. Estaba tan avergonzado, que el color de sus orejas eran las de un tomate, para confusión de la muchacha.

‹‹¿Por qué está rojo?››, se dijo al tiempo que hacía una mueca. ‹‹¿También se pone así cuando algo le incomoda? No entiendo nada››.

Resignada, movió la cabeza a manera de desaprobación. Con un gesto de la mano, se despidió y retomó su rumbo hacia la salida.

Cuando Rodrigo se percató de que se iba, volvió a llamarla, pero ahora sí por su apellido, provocando que la muchacha le obedeciera.

—¿Qué desea ahora, profesor? —le interpeló Aira con desconfianza.

No sabía a dónde quería llegar. Eso, sumado a la poca capacidad de Rodrigo de procesar y de transmitir sus emociones, la dejaban en jaque. La situación comenzaba a irritarla.

—Quería... —Hizo una pausa. La miró de reojo y continuó—: Quería avisarte que he pagado tu menú en la cafetería.

Aira abrió sus ojos como plato.

—Por hoy y mañana —se apresuró en continuar Rodrigo, quien todavía no se hallaba con fuerzas para hablarle cara a cara.

El gesto de incredulidad en el rostro de la muchacha era tal, con la mandíbula tan desencajada, que por poco llegaba al suelo.

—¿Cómo? ¿Por qu...? —Se rascó la frente, confundida—. ¿Por qué lo has hecho? —Sacudió la cabeza—. ¡No te entiendo!

Rodrigo se aclaró la garganta.

—Es obvio... —Hizo una pausa—. Es obvio que hoy necesitas dinero para almorzar, ¿sí?

—Sí, pero...

—Y el de mañana también lo he pagado.

—Pero... —dijo con el ceño fruncido.

—Así que no te preocupes. Ve a la cafetería y pídete lo que quieras.

—Pero, no me gusta que me pagues mis cosas. Lo sabes muy bien.

—¡Déjame ayudarte! Tengo dinero. Un par de menús en la cafetería no harán mella en mi bolsillo —acotó él con su típico gesto, entre mezcla de orgullo y seriedad.

—Pero...

—Debes quedarte más tarde por la danza debido a mi culpa, ¿no es así?

Aira tragó saliva.

—Pero...

—Por favor, Aira —se limitó a decir—. Déjame ayudarte, por favor.

Aún a pesar de que sabía que el roce de su piel con la de ella podría provocar en él, se acercó con resolución a la joven para convencerla de su petición. Alargó su brazo izquierdo sobre el hombro de la muchacha. La observó decidido. Su mirada se clavó en la de ella, en la de su alma, en la de su mente, doblegando a la ironía, al orgullo y a la incomprensión...

Al verse contemplada en aquellos ojos, algo dentro de Aira se removió —y rememoró—, tal cual y como lo había percibido años atrás.

De solo recordar aquellas ocasiones en las que él siempre le pagaba los juegos, los menús, las salidas y demás, para reclamo de ella, se le erizaron todos los vellos de la piel al tiempo que su corazón vibró de emoción. Era un hermoso déjà vu que la llevaba a aquellas lejanas tardes en las que se había sentido tan dichosa a su lado.

Aira rió con nerviosismo. Agachó la cabeza y sonrió con complacencia al darse cuenta de las circunstancias.

Había situaciones que, por mucho que pasasen los años, no cambiaban, entre ellas, la sincera preocupación de Rodrigo por su bienestar y su generosidad.

La sensación de felicidad que la embargó al sumergirse en dicha nostalgia se extrapoló en cada uno de sus poros. Cuando sus ojos se toparon con los de él y pudo atisbar aquel hermoso brillo entre mezcla de preocupación e interés en ella, algo dentro de su interior se estrujó, a punto de doblegarla. 

Tenía unas ganas inmensas de abrazarlo... Tenía unas ganas inmensas de acariciarlo... Tenía unas ganas inmensas de besarlo, por ese simple gesto que había tenido y que la había transportado a aquellas tardes de convivencia, a aquellas tardes de complicidad, a aquellas tardes de felicidad que quedaron grabadas en sus retinas, tatuadas en sus retinas, impregnadas en sus retinas, prodigándole de una dicha sin igual.

Abrió su boca para exteriorizar todo aquello que la recorría, pero no supo qué decir. Era tal la mezcla de sensaciones placenteras que un simple acto de Rodrigo provocaba en la muchacha, que la dejaba knock out en ese instante, incapaz de proceder... incapaz de hacer... incapaz de poder expresarle en palabras el inmenso agradecimiento que él despertaba en ella, en su corazón, y en su devoción. Finalmente, suspiró con fuerza y añadió:

—Gracias, Rodri —dijo para luego dedicarle una sonrisa y una mirada sincera que le transmitiera aquel inmenso sentimiento que la recorría.

Él le correspondió con un esbozo de una sonrisa y una mirada tan penetrante, que a ella le parecía que brillaba. Todo esto, mezclado con el roce de sus dedos sobre los de su hombro, extrapolaban al infinito aquellas sensaciones agobiantes, electrizantes, desbordantes, provocándole que le mirara con una adoración absoluta, que por un segundo creyó que él le correspondía.

Era una conjugación de sonrisas, de miradas, de roces, de sincronías sin igual. Eran dos habitantes únicos en un universo que no conocía de sinsabores, que no conocía de rencores, solo de un presente que recién estaba empezando cimentarse, a sincronizarse, para ambos alinearse a la par...  

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