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By vianna_rain

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#TdO tiene Editorial!!!!
SORPRESA...!!!
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4.
Capitulo 5
Capítulo 6
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capitulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62: Pájaros de colores.
Capítulo 63: Nieve de verano.
Página de la nove
Holis
Sorpresa II
Notis nuevas
grupo de face
Ya hay fecha de publicación!!!
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¡¡Oferta solo para ARGENTINA!!
Retiro de obra 20/10/19

Capítulo 7

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By vianna_rain


 El día comenzaba muy temprano en lo de Julieta Fellon, quien en medio de una montaña de ropa sobre la cama, intentaba encontrar las distintas prendas de su uniforme escolar, como si tratara de armar un rompecabezas complicado. Había vaciado su ropero con velocidad.

«Pollera tableada..., camisa blanca con el escudo..., medias blancas sobre las de lycra, zapatos negros... Pero me falta el suéter», Julieta había olvidado dónde lo había dejado la última vez que se lo quitó. Sacó el sobretodo y la bufanda azul del ropero.

—¡Mamá! ¡No encuentro el suéter del colegio! —gritó desde la puerta de su habitación.

Al cabo de unos momentos, apareció Amanda con la prenda que faltaba en la mano.

—Estaba en el lavadero, lo pusiste ahí hace dos semanas para lavar. Menos mal que está mamá para encontrarlo.

La adolescente se terminó de vestir, no sin antes llevarse el tejido a la nariz para aspirar el aroma del suavizante que su madre usaba, con aroma a bebé. Luego se cepilló su cabello frente al espejo y se colocó un perfume dulce. Descendió las escaleras con los zapatos en las manos que se colocaría antes de salir afuera y la mochila colgando de un hombro.

El viento frío de la calle le dio de lleno en el pálido rostro, aun así comenzó a caminar con medio sobretodo puesto, y el pelo recién peinado voló en mechones sobre la cara.

—¡Abrigate bien que hoy hace frío hija y estás resfriada!

En vano, los adolescentes nunca sienten frío y menos si es por una indicación de sus padres.

—¡Atate esos zapatos, Julieta! —terminó de gritarle, antes de que se perdiera de su vista, al ver que llevaba los cordones colgando de su calzado.

Algunas calles más arriba, después de subir una lomada empedrada, se dejaba ver La Inmaculada. Nada había cambiado en su ausencia, a pesar de que parecía que se había ausentado por mucho tiempo. Los muros de ladrillo colorado, viejos, y las rejas de hierro forjado, escondían una escuela que en su antigüedad era para niñas pupilas que venían de la zona rural a estudiar. Las paredes añejas se extendían circundando un patio central, la arquitectura evocaba la de una casa tipo «chorizo» que recordaba a las casas coloniales, además de una capilla pequeña en la esquina norte, el color de las paredes variaba en diferentes tonos de grises dando un aspecto lúgubre y demasiado triste para el ánimo de la joven adolescente.

Pero estaba de vuelta, para intentar retomar una rutina «normal» de estudiante de secundaria. El colegio parecía como una especie de monstruo que se avecinaba sobre ella para engullirla, la hacía sentir diminuta.

Sacudió la cabeza y emprendió la caminata hasta la entrada. El preceptor se encontraba vigilando la entrada de los chicos, al ver a Julieta la saludó con una gran sonrisa propia de su jovialidad como si hiciera un siglo que no la veía, y le dio su pésame por la pérdida de su novio.

Como toda respuesta, Julieta alzó los hombros pero frunció el gesto de su rostro, un nudo empezaba a formarse en su garganta. Se alejó con rapidez para llegar a su salón de clases y se encontró con sus compañeros desparramados por distintos sectores e, incluso, en el pasillo. Todos le dieron la bienvenida, con gestos alegres y tristes. Enseguida buscó su lugar junto a Carolina, pero se detuvo al ver el lugar que ocupaba Sergio, vacío. Un sacudón convulsionó su cuerpo y miles de lágrimas se aproximaron a presionar sus ojos, hasta que dejó que cayeran con una angustia previsible.

Se limpió el rostro varias veces, solo que no servía para nada. Creyó que podría olvidar y comenzar el colegio como si nunca hubiera ocurrido nada, pero se encontró con que todos sus mejores recuerdos pertenecían a ese lugar: La Inmaculada.

Se acercó a una ventana y la descorrió para sacar su cabeza afuera e inhalar aire puro, aunque estuviera congestionada. La vida afuera de las rejas del colegio transcurría con total normalidad, ajena a su tristeza. Donde el tiempo corría y a nadie le importaba lo que le pasaba
a Julieta. Carolina se acercó a ella para reconfortarla.

—Creí que lo había superado —murmuró Juli.

—Con el tiempo..., supongo —solo pudo decir su amiga.

El profesor de música entró al aula, y todo el mundo corrió a sentarse en los bancos. Cuando eso ocurrió, fue aún más evidente lo que delató que Sergio no estaba más. Julieta se sorbió la nariz y tomó su lugar.

—¡Ah!, ¡Julieta, bienvenida! —dijo apenas la vio—. ¡Buenos días a todos! —apoyó su portafolio sobre el escritorio y lo abrió rápidamente—. La hora de hoy va a pasar volando, tenemos que dar el periodo barroco musical, así que les traje unos CDS para escuchar y algunas fotocopias para leer.

Muchos chicos se quejaron, a Julieta no le importó. La materia le gustaba un poco, sobre todo cuando no tenían que hacer prácticas con algún instrumento como la flauta dulce y «María tenía un corderito». Pensó en música y se acordó del chico de la Reserva por un instante efímero. Y a la vez, detrás de ella, en aquel asiento vacío, pudo percibir con mucha claridad la presencia de Sergio. Julieta observó cómo sus compañeros no tenían la misma inquietud que ella, que cada dos segundos volvía su mirada atrás esperando verlo sentado de forma desprolija y encontrarse con la desilusión. Incluso, faltaba aquella muletilla que solía acotar para hacer enojar a sus profesores: «¿Y qué si no hago nada?»

Julieta pasó toda la clase entre observar el lugar de su novio y la empañada ventana que traslucía las cumbres nevadas en la distancia y recortaban el cielo de aquella eterna mañana. La voz del profesor se escuchaba muy lejana, como si proviniera de otra dimensión.

La rutina escolar le resultó extraña, la resignación no se hizo presente, el colegio, la vida, Sergio que alteró todo aquello con su muerte, «todo, todo, todo» terminaba ahí. De pronto, el cielo se oscureció y el frío se instaló en su cuerpo, con su corazón palpitando frenético. Una pesada gota fría se deslizó por su frente y la comisura de un ojo. Cuando Julieta quiso levantar la mano para llamar la atención del docente, no logró hacerlo. Se había desmayado.

*

—Me parece que no desayunó nada, estaba blanca como un papel.

—Sí, hoy de repente salió a tomar aire de golpe.

—Chicos, a ver, denle espacio que necesita respirar.

Todas las voces se fueron sumando en medio de la nada oscura. Julieta podía escucharlos pero sin emitir sonido alguno. Los oídos le zumbaban como si hubiese comido un enjambre de avispas. Cuando finalmente reaccionó, se encontró en el suelo, tendida con los pies hacia arriba, creyendo que había amanecido en su casa. Desorientada.

—¿Dónde estoy? —preguntó sin entender nada, mientras tiritaba de frío. Alguien le alcanzó su abrigo de paño con el que se cubrió. Se limpió la frente sudada y helada. Era como un cadáver, solo pensarlo le revolvió el estómago. Y al notar su desmejoramiento, quienes estaban a su alrededor se apresuraron a echarle más aire con los cuadernos.

—No te preocupes, Julieta. Ya llamamos a tu mamá, ahora te viene a buscar. Volvé el lunes, no pasa nada. Un par de ausencias más —habló Carlos, el profesor—. No vas a quedarte libre, ¿eh? ¡A ver chicos, si le damos espacio! —la ayudó a ponerse de pie y sentarse en una silla. Cuando eso ocurrió apareció uno de los compañeros en la puerta de entrada a los gritos:

—¡Profe! La del quiosco dice que no tiene sal, que tiene azúcar. ¿Igual? O también me dijo unos caramelos...

—¡Pero la hubieras traído igual, Lucas! Es lo mismo —resopló Carlos, indignado porque su mandadero tuviera poca iniciativa en primeros auxilios. El chico desapareció enseguida a cumplir con el pedido—. Bueno, chicos, es recreo. Pueden ir al patio, no se queden mirando. ¿Cómo te sentís?

—Mejor... —mintió Julieta, sin levantar la cabeza. Se encontró patética delante de todos sus compañeros.

Lo peor de todo era que imaginó a su madre reservándole una cita para la psicóloga del pueblo porque no podía superar algo que quizá para los demás no era tan grave. Tenía intenciones de volver al colegio, pero no estaba lista. Deseaba una vida como la que tenía antes, no esa con la que tenía que lidiar ahora. Las miradas de pena parecían envolverla y precipitaron sus inconsolables ganas de llorar, como una burbuja gigante que se inflaba amenazadoramente. Hasta que estalló.

—¿¡Por qué se fue!? —gritó en medio del silencio de todos los que allí estaban—. Es tan doloroso, que no... No lo soporto. Por más que lo intento, él todavía está acá y puedo sentirlo... No estoy loca. Yo lo siento como si nunca se hubiera muerto —se limpió la nariz congestionada con la manga del suéter—, pero no puedo aguantar más este dolor en el pecho. Me saca las ganas de respirar... De comer... De vivir —unos espasmos brotaron y Fernando, el chico más lindo de su curso, se acercó a tenderle su propio pañuelo con una mirada triste.

La campana del recreo ya había vuelto a sonar cuando apareció Lucas con varios sobres de azúcar que le alcanzó a Julieta para que se echara debajo de la lengua, ya que dicen que de esa forma se levanta la presión cuando una persona se descompensa. Lo que Julieta necesitaba el azúcar no podía arreglarlo. Caro juntó sus útiles en la mochila y la acompañó a Dirección. Allí esperarían a que la madre de Julieta viniera por ella.

Su regreso a la escuela había sido tan melodramático que podían hacer una telenovela con su angustia. Horroroso y deprimente.

Su día terminó en la cama, y entonces allí, envuelta entre el calor de las mantas, se permitió pensar en la Reserva, un lugar en el que se sintió bien después de todo, y un lugar en el que creyó que estaba la clave para olvidar la tristeza que le recordaba a su novio.


© Luciana López Lacunza

***

Hoy fue doble por feriado. 

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