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By vianna_rain

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#TdO tiene Editorial!!!!
SORPRESA...!!!
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4.
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capitulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62: Pájaros de colores.
Capítulo 63: Nieve de verano.
Página de la nove
Holis
Sorpresa II
Notis nuevas
grupo de face
Ya hay fecha de publicación!!!
Transmisión en vivo
Por las librerías del mundo.
Unboxing en youtube
¡¡Oferta solo para ARGENTINA!!
Retiro de obra 20/10/19

Capitulo 5

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By vianna_rain

A mil por hora, la cabeza de Julieta se revolvió tanto que se mareó. ¿Qué podía decirle a ese muchacho que nunca había visto en su vida? Miles de sensaciones la recorrieron por un segundo, entre esa sorpresa, la adrenalina y el susto.

Comenzó a temblar nerviosa.

Él, inmutable, observó con descaro a esa chica flaca, de pelo castaño cobrizo y ojos marrones que tenía delante. Notó su miedo en la mirada y en la forma en la que su pecho se agitó bajo la campera de jean. Tiritaba con fuerza.

-¿Te gustó la melodía? -le preguntó con seriedad. Su voz era grave y su tono amable.

Julieta asintió porque no le salió ninguna palabra coherente. Se había quedado obtusa por completo.

-Te la dedico -dijo, sin esperar una respuesta, tomando asiento.

Y la misma canción volvió a sonar.

Por increíble que pareciera, alivió temporariamente su sentimiento de tristeza. Le causó una profunda emoción escuchar algo que tenía la capacidad de alejarla a un lugar idílico. Julieta se deslizó hacia abajo con cuidado, y se sentó a su lado, sin poder dejar de observarlo y analizarlo con respeto y admiración. Era un profesional.

Entre la música y el viento, de manera inevitable y abrupta recordó a su novio. Era como si cobrara vida con ella. Como una caricia invisible.

Desde que él murió, podía sentir su presencia que caminaba a su lado, lo imaginaba como su propio ángel de la guarda.

Poco después, el chico había dejado de hacer música, y Julieta seguía tan ensimismada que no se había percatado, inmersa en sus propios recuerdos. La observaba con indiferencia, esperando que reaccionara. Y cuando lo hizo, con lágrimas en los ojos, se puso de pie con rapidez, con ganas de huir de ahí. Otra vez la tristeza de los recuerdos generó que tuviese ganas de estar sola, pero... había conocido a alguien.

Solo que la frialdad de su mirada la puso realmente incómoda, la volvió débil. Como si sobrara en ese hermoso paisaje.

-Gracias... Tu música es muy linda, aunque no sé ni lo que es. -Le dijo Julieta con un gesto. Dio un paso dispuesta a marcharse.

-Ey, no te vayás. Sentáte -le ordenó. -Vos... ¿Quién sos? -inquirió con curiosidad mientras se revolvía el cabello.

Ante la pregunta, Julieta se tardó en contestar. Era un extraño que la observaba con presunción y le produjeron más inquietudes en la cabeza confusa. Después de una escena tan linda, ahora se le generaron dudas.

-Me llamo Julieta... -contestó-, ya tengo que irme.

-Esperá, ¿te gusta la música? -preguntó ignorando cómo Julieta volvía a ponerse de pie lista para huir de allí.

-¿La música? -repitió, y se sintió como una idiota, como si no supiera de qué le estaba hablando este chico- ¿En especial o en general?

-En general... y en particular -aclaró sin entusiasmo.

-La... rara.

-¿En qué categoría entraría ese concepto? ¿A qué definís raro? -inquirió con diversión poniendo énfasis en la palabra raro.

Julieta se intentó explicar, al ver la forma en que la miraba.

-Ah... bueno... Supongo que...

-Sorprendente tu elocuencia -la interrumpió.

La adolescente se sonrojó. Ella podía hablar. Pero en ese momento, se había olvidado de cómo hacerlo. La desconcentraba.

-Me refiero a música como... Era.

-¿Canto gregoriano? ¿Pero moderno? -su rostro se contrajo en una mueca que podía ser de asco. Soltó un bufido y sonrió. No parecía decirlo en serio- ¿Y qué hacés acá?

El tono de su voz cambió por completo, y la forma en la que la observaba también. Parecía a punto de reprocharla.

-Daba un paseo... -divagó Julieta- ¿Por qué tantas preguntas, quién sos vos?

-¿Un paseo?... Eso sí que suena raro. Por lo que sé, hoy no está abierta la Reserva para visitas.

-No lo sabía.

-La entrada estaba cerrada -repuso el chico.

-No la vi.

-Entonces entraste por otro lado -dedujo. Y Julieta tragó saliva, al sentirse descubierta.

-Tal vez.

-¿No tenés miedo?

-¿Miedo de qué?

-De meterte sola, en un bosque... donde no hay nadie.

-Lo mismo te diría a vos -lo acusó.

-¿Y no tenés miedo de mí? -le cuestionó con ironía.

-Ahora que lo decís... un poco. ¿Estás intentando asustarme? Sos solo un chico.

-Sos demasiado confiada. A veces las fincas tienen seguridad armada. Por meterte en una propiedad privada podrían confundirte con un ladrón o algo así, y no contás la historia.

-Bueno... nadie tiene por qué enterarse de eso. Que sea un secreto -le propuso Julieta con entusiasmo.

-Lo siento -negó-. Yo no puedo guardarte este secreto. No es seguro para vos estar acá. Ni siquiera pagaste la entrada. Ni siquiera viniste con un guía.

-¡Ah, bueno! -Ironizó la joven-. Me parece que estamos compartiendo igualdad de condiciones en este sitio.

-¿Por qué lo decís?

-No sé... será porque encontré un pibe solo en medio de la nada tocando la flauta en un lugar en el que hay que pagar para entrar. Estás haciendo algo ilegal.

-Guau, ¿estás reconociendo que estás acá porque te metiste en una propiedad privada? -le dijo entre risas. Para él era divertido.

-Y sí. Vos también. No lo vas a negar -Julieta estaba en el colmo de su paciencia.

El muchacho frunció el entrecejo mientras parecía pensar.

-Admiro tu valentía. Solo que suena delictivo para mí.

-¿Me estás cargando, no?

-No. Yo no soy un delincuente. Vos sí.

-¿Qué te hace creer que no serías un delincuente diferente a mí? ¿Quién sos? ¿Sos de seguridad?

El chico soltó una risa extraña y le contestó poniendo más nerviosa a Julieta de lo que ya estaba.

-¿No ves? Una persona. Alguien -su tono fue irónico-. No creo que esta flauta cargue con balas -agregó y le apuntó con ella como si fuera un rifle -Dispara notas musicales.

Julieta lo observó incrédula. Le estaba tomando el pelo.

-Pero... ¿Es que no se vé? Soy un ser humano como vos, de la especie mamífera. Bípedo. Y del sexo opuesto -se mofó con una sonrisa amplia.

-No me causa -contestó.

-No tenés demasiado sentido del humor... ¿no?

-Tengo mis propias razones para que me falte.

-Todos tenemos secretos... Y volviendo al tema... Recordemos que estás acá sin autorización -parecía divertido hacerla enojar.

Julieta le clavó la mirada e intentó contener la paciencia. La estaba haciendo enojar como nunca nadie antes. O quizá como solía ser con Sergio, cuando eran chicos.

-Quiero saber cómo te llamás -exigió.

-¿Por qué? No tiene ninguna importancia. No creo que volvamos a vernos.

-Me gustaría saber si no estoy iniciando una charla con un fantasma. Carillanca está lleno de espíritus de leyendas -adujo, pero al momento se sintió una idiota por tener una excusa tan tonta.

-Esto no es un inicio de nada.

-Bueno... nadie es capaz de predecir el futuro.

-Lo que menos hay aquí son espíritus -admitió el chico con gusto. -Son palabrerías para engañar a personas ignorantes. Y el futuro lo forjamos con las decisiones que tomamos. Si no vengo más aquí, no verías.

-¿Vos no creés en las leyendas del pueblo, no? ¿Qué tal si sos parte de una?

-No te puedo creer que pienses en esas cosas -se horrorizó el joven.

-Yo creo en lo que veo.

-Entonces estás mirando mal. Yo soy un chico solo que practica música en soledad -replicó, ofuscado.

Julieta sonrió divertida, era la primera vez que lo veía un poco contrariado en todo ese rato. Le picó más la curiosidad saber por qué ensayaba solo.

-Y yo alguien que tenía ganas de pasear en soledad. Pero estás vos.

-Exacto -coincidió-. No debería haber nadie, excepto yo. Te lo digo amablemente por última vez. Por favor, volvé por donde viniste.

-No voy a hacerlo -se resistió ella. Le sorprendía su capacidad de preguntarle cosas y después echarla porque se le antojaba. Y no le contestaba siquiera una.

-En fin, es tu problema -se encogió de hombros.

-Se ve que no te enseñaron a compartir.

-Me enseñaron a no meterme en una propiedad ajena.

-Ah... ¿Sos el dueño? -preguntó la adolescente.

-¿Te importa?

-Sos un engreído -le contestó Julieta, harta.

-Gracias por el elogio -sonrió el chico.

-¿Quién dijo que lo fue? Nunca había conocido a nadie así en mi vida. Aparentás algo que no sos.

El joven la miró sorprendido. Le había dicho algo que lo incomodó. Y lo dejó sin argumentos. Por un momento hizo un silencio, mientras pensaba, y contestó:

-Suponés más de lo que deberías. Detesto los prejuicios. Y la gente que es así. Ahora andate.

Llena de rabia con la forma en la que le contestó, Julieta decidió marcharse, pero descubrió que había perdido la orientación.

-No me voy a ir solo porque un engreído me lo dice. Vos, al igual que yo, estás acá por una razón.

El muchacho observó su flauta en silencio y la balanceó con cuidado, como si al sopesarla, también lo hiciera con su respuesta. Se veía incómodo y enojado.

-Es cierto -admitió, posando sus ojos sobre los de ella-. Vos debés tener una buena razón.

-¿Yo? Estaba hablando de vos -Julieta arrugó el ceño, y el chico le puso los ojos en blanco con lo que consiguió irritarla.

-Supongo que tengo mis motivos -suspiró con dramatismo-. Completamente «personales y privados». No tengo por qué decírselos a una desconocida con alteraciones nerviosas.

Julieta se quedó perpleja.

Decidió que al final, ese chico tenía razón. Ella estaba siendo demasiado insistente con alguien que apenas conoció momentos atrás. Era evidente que las preguntas lo ponían incómodo y que evitaba responderlas. No tenía intención de ni siquiera decirle cómo se llamaba, lo que la desesperó aún más. Después de aquello, se concentró en su pequeña burbuja, ignorándola. Tocó otra melodía pero Julieta no se fue. La música la atraía como un encantamiento, la sosegaba y la clavaba en la tierra. Toda la antipatía que él mostraba, la borraba de un soplido cuando ejecutaba el instrumento. Al terminar, guardó sus cosas en un estuche y se puso de pie, acomodándose los jeans. Sin despedirse, se alejó unos pasos caminando, y volteó su cabeza para decirle una última cosa a Julieta:

-Si supieras quién soy realmente, dudo que quisieras haberlo sabido. Me llamo Ariel.

Sin más, se marchó de allí, cuando la tarde comenzaba a caer.

© Luciana López Lacunza

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