Todos los días, para ir al trabajo, tengo que coger un tren desde mi pueblo a la ciudad. El trayecto es bastante largo, así que siempre voy acompañada de algo de música para distraerme.
Un día, estaba mirando por la ventana y pensando en mis cosas, cuando alguien me distrajo.
Un chico muy guapo se había sentado enfrente de mí. No era el típico chico en el que me fijaría normalmente, su cara aniñada contrastaba con su aura de chico malo que busca problemas y eso me provocaba curiosidad.
Para mi sorpresa, el chico empezó a coger el mismo tren que yo.
Pronto me encontré a mi misma intentando descifrarlo. ¿A dónde iba?¿Qué hacía? ¿Quién era?
Los cruces de miradas entre ambos eran constantes, ¡me pillaba en todas! Pero nunca me atreví a hablarle.
Ambos nos bajábamos en la misma estación pero luego cogíamos caminos diferentes...
Me descubrí ilusionada cada vez que subía al tren y por mi mente pasaban miles de situaciones posibles para poder entablar conversación con él, pero ninguna llegaba a convencerme del todo.
Entonces llegó el 14 de febrero, era San Valentín, y para mí el mejor regalo era verle a él, de alguna manera necesitaba verlo para que mi día fuera completo. Lo había hecho imprescindible en mi vida. ¡Estaba volviéndome loca y aquello ya rozaba la obsesión!
Pero mi sueño se vino abajo cuando al llegar a su estación, él no apareció por la puerta.
¡No podía ser! ¿Dónde estaba? ¿Le habría ocurrido algo?
Pensar que no volvería a cruzarme con él. Me tenía fuera de mí.
Pero de repente, noté que algo me daba en la cabeza y un avioncito de papel cayó a mi lado.
Había algo escrito: "Hola, soy Lucas, qué mejor momento para decírtelo que hoy, en San Valentín. ¡Me gustas!".
Me di la vuelta y ahí estaba él, detrás de mí.
Los dos nos miramos con una sonrisa de oreja a oreja y le confesé:
—Siento lo mismo.
Todavía no entiendo como esas palabras salieron de mí, pero me enorgullezco de ese momento.
Desde aquello, nuestros caminos se han juntado en uno solo, y ahora compartimos un mismo trayecto, ¡el de nuestro amor!