Personajes

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Aquí va una muestra de personajes famosos con sus anécdotas:

GARY COOPER. Recién comenzaba su carrera como actor, recibía órdenes del director para rodar una escena de riesgo: «Usted está parado en la carretera. El camión pierde el control, avanza rápidamente hacia usted y, cuando ca a atropellarlo, funcionan los frenos, se para el vehículo y usted se salva». «¿Y si no funcionan los frenos?», preguntó Cooper, algo asustado, «¡No se preocupe!¡Cortaremos la escena!».

ALEJANDRO DUMAS. Pasaba el domingo en una finca muy cerca de París en la que todo era de tamaño reducido: el jardín, el estanque... Y el propietario le explicó: «Aún siendo pequeño el estanque, el año pasado, un colega mío perdió la vida en él». A lo que Dumas murmuró: «Sin duda, era un adulador».

ENRIQUE DÍEZ CANEDO. A pesar de su fornido aspecto, el escritor poseía una voz casi femenina. Un día se topó con un colega y éste le preguntó' «¿Nos vemos este año en Deva (donde ambos veraneaban habitualmente)?». Díez Canedo, que entonces tenía una sección diaria en el diario «La Voz», replicó: «No sé, con esto de "La Voz"...». A lo que el otro insistió: «¡Bah!¡No haga usted ni caso: ya estamos acostumbrados a oírsela!».

EDGAR WALLACE. El escritor de novela policíaca coincidió una vez con un autor dramático muy presuntuoso: «He visto su drama», le dijo. «¿El último?», preguntó el dramaturgo. «Espero que sí», dijo Wallace.

RICARDO CALVO. Con motivo de uno de sus aniversarios, el actor organizó una fiesta en su casa. Durante la celebración, llegó una periodista para hacerle una entrevista. «Puede usted preguntar lo que quiera», le dijo don Ricardo. Como sabía que no le gustaba hablar de su edad, el reportero le preguntó: «¿Cuantos años ha cumplido usted?», a lo que el homenajeado respondió: «Muchos, pero no tantos como para pensar que los he cumplido todos».

EDWARD KENNEDY. El hermano pequeño de Jhon Fitzgerald Kennedy se presentó ante un juez con la intención de cambiar de apellido. «Mi hermano es presidente y otro es fiscal general. Yo quiero abrirme paso en la vida por mis propios méritos, por eso no quiero llevar un apellido tan famoso», explicó. «¿Y qué nombre le gustaría ponerse?», dijo el juez. «Quisiera cambiar mi apellido por el de Roosevelt».

LUIS XIV. Tras escuchar con atención «El miserere», de rodillas, en la capilla, y rodeado de toda su corte, el soberano le preguntó al conde de Grammont, que estaba a su lado: «¿Qué le ha parecido?». «Señor, muy dulce para el oído -respondió el anciano, humildemente- pero muy amargo para mis rodillas».

GEORGES FEYDEAU. Estando el dramaturgo paseando con un amigo, encontraron por casualidad a otro colega y siguieron andando los tres. Al presentarlos, el francés dijo que uno era el rey de Francia y el otro Napoleón, cosa que ninguno creyó. Finalmente, cuando se despidieron, Feydeau les explicó que «no recordaba ninguno de vuestros nombres, y he pensado que un poco de farsa os molestaría menos que mi olvido».

RUDYARD KIPLING. El escritor se llevó un gran disgusto cuando le dijo quién era a una niña y ésta se puso a llorar desconsolada, diciéndole que le imaginaba diferente. «¡Cuánto sentí aquel día no ir vestido de indio y tener una larga barba blanca, tal y como me había imaginado aquella niña!», se lamentaba Kipling.

CHOPIN. Con sólo 8 años, fue presentado en sociedad como niño prodigio del piano. Tras finalizar su primer concierto con un éxito apabullante, su padre le preguntó: «¿Qué crees que les ha gustado más?». El crío, inocente, señaló su traje nuevo y respondió: «Yo creo que esta chorrera, es preciosa».

VON STEIN. Un día que el mariscal iba de inspección a la cocina para ver qué comían sus tropas, se chocó con dos hombres saliendo de ella a todo correr con una olla humeante y los detuvo: «¡Alto!¡Hagan el favor de darme una cuchara!». Y, sin dejarlos hablar, probó y escupió violentamente: «¡Qué asco!¿Qué es esto?¡Sabe a agua de fregar los platos!». A lo que uno de ellos replicó: «Sí, mi general; es que es agua de fregar los platos».

BERNARD SHAW. Un amigo del premio Nobel de literatura se lo encontró en la localidad francesa de Deauville y, al verle con una preciosa boina vasca, le comentó: «¡Linda boina!». Shaw le respondió: «Sí, me la compré con el dinero que gané en el juego. Con el que perdí hubiera podido comprarme un chalet».

GUILLERMO RANCÉS. Mientras el autor estaba en un balneario, una tarde, durante una tertulia, se empezó a hablar sobre un individuo que vestía con dejadez. Alguien preguntó que quién era aquel señor. Rancés respondió: «No lo sé, pero seguramente se llama Isidoro». Los presentes le miraron con curiosidad: «¿Por qué?», preguntó uno. «Muy sencillo. Porque es todo lo contrario a Inodoro», respondió el escritor.

NINON DE LENCLOS. Le mandó una carta a un banquero pidiéndole una importante suma de dinero. El caballero en cuestión le envió un billete de mil francos y la siguiente nota: «Ahí tenéis mil francos y veinte mil cumplidos de vuestro amigo». La cortesana, siempre ocurrente, le replicó: «Muy agradecida; pero le confieso que preferiría veinte mil francos con mil cumplidos».

RAMÓN DE CAMPOAMOR. Discutía el escritor sobre religión en el Ateneo de Madrid "vendiéndole" a sus parroquianos el libre pensamiento y su heterodoxia hasta que alguien que lo conocía bien le dijo: «Usted, mucho hablar, pero bien que va a la Iglesia». A lo que él replicó: «Entiéndame, entre oír misa y oír a mi señora...».

¿Una vuelta de tuerca? {Terminada}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora