Las cosas claras

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—A ver, Marga, ¿qué era eso tan importante de lo que estabais hablando con tanto interés? Este es nuestro tiempo de debate y ya dijimos que, en los debates, todos tenemos derecho a oír las opiniones que se están emitiendo. Las reglas son las reglas, Marga. Tú verás si estás dispuesta a cumplirlas...

—Estábamos hablando de sexo, Mon. ¿No es ese el tema de debate?

—¡Ahá! Eso es. ¿Y de qué hablabais en concreto?

—De lo que nos atrae en un chico y despierta en nosotros el deseo...

—Eso es interesante —siguió Mon—. ¿Podrías concretar más aún?

—Hummm... bien. Digamos que estábamos por establecer una diferencia entre la atracción física y la atracción intelectual que se puede sentir por una persona.

—¡Caray! Veo que vais afinando. Continúa, por favor...

—¿Seguro que merece la pena que continúe? —dudé. Lo cierto es que una de las cosas que más me fastidian es sentirme el centro de atención, por más que, lo reconozco, hablar no supone para mí un problema—. No quiero ponerme a largar y que los demás estén callados.

Mon miró para el resto de la clase con un gesto interrogativo que buscaba posibles intervenciones. Dado que nadie manifestaba interés en hacer uso de la palabra y, por otra banda, había una cierta expectación en el ambiente, comprendí que debía continuar.

—Vamos a ver. Para mí la atracción física es muy importante, sin duda. Creo que es lo primero que nos entra por los ojos de una persona. Y es cuando decimos si alguien nos gusta o no. Porque tiene un cuerpo bien hecho, una cara que consideramos atractiva, unos ojos que no podemos dejar de mirar o unos labios que nos encantaría besar... Pero después de ese primer impulso tiene que haber algo más... si no...

—¿Si no que? —dijo desde el fondo de la clase Simón-siempre-Simón, como llamamos a ese chico de pelo color zanahoria, que, por haches o por bes, siempre tiene que meter la cuchara en todo—. Yo creo que eso es fundamental. Para mí es lo más importante, vaya.

—Entonces, ¿no podrías sentirte atraído por una chica que no fuese tan atractiva físicamente pero que llevase todo un mundo interior dentro? —pregunté yo, consciente de que estaba metiendo a Caperucita Roja en la boca del lobo.

«Aguanta, Caperucita, solamente es una prueba...»

El otro, como esperaba, tragó el anzuelo.

—¿Mundo interior, Marga? ¿Y eso qué es? ¿Una nueva región del mapamundi?

Me hizo gracia aquella expresión. La verdad es que Simón-siempre-Simón era un chico bien corriente.

—Exactamente, una región en la que yo siento que habitan los sentimientos más auténticos. Por ejemplo, el amor.

—¿Y quién está hablando de amor? ¿El debate no iba sobre sexo?

Estalló en grandes risotadas, y un par de colegas de Simón secundaron su intervención con un grito que Mon se encargó de reprimir en el acto.

En fin, ya salió la eterna disputa.

—De acuerdo. Hablábamos de sexo. Dime qué es sexo para ti —lo reté.

—¿De verdad qué necesitas que te lo explique, Marga? Que conste que no me importaría darte una clase práctica, si la necesitas...

Las carcajadas estallaron otra vez, más sonoras que las anteriores, más masculinas.

¡Mi Dios! ¿Aquello era todo lo que pensaba hacer un tío cuando le ponían un dedo directamente en el pecho? ¿Solo se les ocurría llevarlo de golpe más abajo?

Me negué en el acto a decir aquello en alto. Porque sería el principal argumento que arremeter contra la feminista exaltada que dicen que soy y porque, de cierto, no lo pienso. Lamentablemente sabía de más de dos y de tres chicas que aplicaban punto por punto la filosofía vital que Simón acababa de resumir en un par de intervenciones. Y, por la contra, había chicos que en absoluto la compartían.

Miré para Afonso Senlle, por ejemplo. Ahí tenemos a un chico que seguramente no opinaba lo mismo. Para eso tengo ojo clínico, no sé por qué. Lo cierto es que, para decirlo todo, Afonso me gustaba bastante desde hacía tiempo. Me parecía un tipo sensible, un tipo en el que apetecía tirarse de cabeza para nadarle todo el interior encontrando sentimientos. Esos mismos que con frecuencia se le asomaban en los ojos en forma de un brillo muy especial o le quedaban plasmados en los magníficos cómics que publicaba cada mes en la revista del instituto. Y, sin embargo, ahí estaba ahora de tonto, sin aplaudir interiormente pero riéndose cara el exterior las tonterías de Simón-siempre-Simón. No fueran a pensar que era un romanticón, una especie de media niña.
¿Tanto les cuesta a los hombres hablar con el corazón?

Xosé A. Neira Cruz.

Este es un fragmento del libro «Las cosas claras» y me pareció interesante compartirlo con vosotros.
Quiero, que si os apetece, digáis lo que pensáis del tema. Tod@s estamos rodeados de gente como Simón-siempre-Simón y a veces nos callamos. No por darle la razón, sino por miedo a ser tachados de una cosa o recibir determinadas miradas. Pero al callar, inevitablemente, estamos alentando a esa gente a seguir comportándose igual...

Que NO os de miedo expresar lo que sentís. Os animo a hacerlo. En la vida, la única que tenemos, nosotros somos los únicos que tenemos el poder de hacernos libres.

¿Una vuelta de tuerca? {Terminada}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora