#lovetopía. El nuevo mundo qu...

By carlosgoga

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En el año 2033, el periodista Rubén González visita de manera oficial #lovetopía, un país dirigido por mujere... More

Bienvenida del autor
Testimonios
Créditos
Prólogo a la 2ª Edición
Prólogo a la 1ª Edición
Dedicatorias
0.- PREFACIO
-. AVISO
01.- LOVETOPÍA: LA PRÓXIMA MISIÓN DE "EL CONFI"
02.- RUBÉN GONZÁLEZ VIAJA A LOVETOPÍA
04.- VALENCIA, CAPITAL DE LOVETOPÍA
05.- ALIMENTACIÓN, RESIDUOS Y EQUILIBRIO
06.- LA PROHIBICIÓN DE LOS COCHES
07.- LOS DEPORTES
08.- LA TELEVISIÓN Y SU USO SOCIAL
09.- LA ECONOMÍA: EL FRUTO DE LA CRISIS
10.- LA VIDA FORESTAL
11.- POBLACIÓN Y FAMILIA
12.- LA CARA OSCURA DE LOVETOPÍA
13.- SUS PRODUCTOS Y LOS NUESTROS
14.- LAS MUJERES EN EL PODER: POLÍTICOS Y LEYES
15.- MÁS SOBRE LA ECONOMÍA: TRABAJADORES, IMPUESTOS Y EMPLEO
16.- LA JUSTICIA, LA DELINCUENCIA Y LOS CENTROS PENITENCIARIOS
17.- ENERGÍA SOLAR Y MARÍTIMA
18.- LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN: PRENSA, TELEVISIÓN Y EDITORIALES.
19.- LA EDUCACIÓN Y SUS SORPRESAS
20.- UNA VIDA SEGURA Y DIGNA
21.- UNIVERSIDAD E INVESTIGACIÓN
22.- LA MÚSICA, LA DANZA Y EL ARTE
23.- HOSPITALES Y SALUD
24.- LOVETOPÍA: ¿DESAFÍO O ILUSIÓN?
25.- MÍSTICA, EXOTISMO Y SEXUALIDAD
26.- EL PAÍS DONDE LAS PERSONAN AMAN LO QUE HACEN
ANEXO 1. TRANSCRIPCIÓN DE LA ENTREVISTA CON LA PRESIDENTA VERONICA GAREN
ANEXO 2. DISCURSO DE INDEPENDENCIA DE LOVETOPÍA: "EN ESTA TIERRA..."
ANEXO 3. MEMORANDUM DE APROBACIÓN DE "LAS 10 LEYES"
ANEXO 4. TEXTO DE "LOS 7 CUENTOS" PARA LOS ESTUDIANTES DE PRIMARIA
ANEXO 5. LISTA DE PREMIOS BOABDIL
Nota del autor
Agradecimientos
Hazte embajador de Lovetopía

03.- EL PASO DE LA FRONTERA LOVETOPIANA

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By carlosgoga

A bordo del Sierra Express, Utiel Requena − Valencia, 4 de mayo de 2033. Por fin, he entrado en Lovetopía. Soy el primer español en visita oficial al nuevo país desde su Independencia hace 18 años.

Mi AVE llegó hasta Cuenca. Aunque apenas se sabe, el gobierno lovetopiano ha prohibido que los vuelos comerciales crucen su territorio para evitar el ruido y la polución atmosférica. Los vuelos españoles con destino a Palma de Mallorca tienen que viajar vía Barcelona. E incluso los vuelos lovetopianos, aquéllos que van de Valencia a Asia o sobre el polo hacia Estados Unidos, se ven forzados a volar sobre el mar. A lo que habría que añadir que tienen que utilizar un remoto aeropuerto a 40 kilómetros de la ciudad.

Mi única alternativa ha sido viajar en tren hasta Cuenca para llegar a Valencia también en tren. Pero como no existe un trayecto directo, he tenido que realizar un trasbordo en un taxi privado.

El trayecto por carretera, desde Cuenca hasta la primera estación de ferrocarril lovetopiana en el extremo Oeste de su territorio, me ha permitido ver el abandono de las carreteras en esta parte de España. El asfalto apenas existe y los baches y las grietas impiden una conducción en línea recta. Varios puentes se presentaban derruidos. Y las antiguas señales son simples lienzos para las pintadas que te advierten de que abandonas la seguridad de España.

Como curiosidad, he visto restos de algunas pintadas realizadas en paredes en los márgenes de la carretera. Una de ellas decía "A besos entiendo, a veces no". Otra decía "Lo importante es reír, y reír juntos". Una tercera, escrita en mayúsculas y con acentos, a la antigua usanza, decía "LLEGUÉ HASTA AQUÍ POR QUERERTE". Sin duda, estas pintadas deben ser realmente antiguas. Quizás algún tipo de declaración de amor que responde a esos clichés románticos que fueron moda entre las parejas, hace muchos años, en España.

La frontera española está fuertemente vigilada por varias unidades del ejército. El puesto fronterizo, flanqueado con dos tanquetas, está situado en el antiguo viaducto de la autopista AP-3, pasada la señalización de las ruinas de Minglanilla. Esta señal parece haber sido pintada y repintada mil veces. Presenta un baile de correcciones que ora te permite leer "Peligro, territorio hostil", ora permite leer "Bienvenido a Lovetopía". Las campañas que combatieron el gamberrismo urbano en las grandes ciudades españolas no parecen haber triunfado en el entorno rural.

La presencia de armas entre los soldados es manifiesta. Tres vallas metálicas sucesivas de 6 metros de altura impiden cualquier intento de cruzar la frontera a pie. Las dos primeras vallas están separadas por un camino. El espacio entre la segunda y la tercera valla está claramente identificado como terreno minado. Una simple mirada a cada lado permite apreciar que las vallas siguen y siguen hasta escaparse del alcance de la vista. Cuatro soldados flanqueaban el taxi mientras un oficial cogió mi pasaporte y desapareció durante 10 minutos para recabar las oportunas autorizaciones de Madrid. Sobre el asfalto, una serie de bloques de hormigón crean un pasillo en zig-zag por el que apenas cabe un coche. Al fondo, el puesto de control lovetopiano se vislumbra como un lugar remoto y abandonado.

La frontera de Lovetopía, sin embargo, está señalada por una pintoresca valla de madera curtida a la intemperie. Cuando el taxi paró, no había nadie por los alrededores. El conductor tuvo que dirigirse a una pequeña caseta de piedra y hacer que los militares lovetopianos interrumpieran una animada conversación. Resultaron ser dos jóvenes con uniformes bastante mal planchados. Por las pintas, nadie afirmaría que fuesen militares profesionales. Pero sabían de mi llegada y examinaron mis documentos con el aire de la autoridad que conoce su oficio. Dejaron que el taxi pasara por la puerta sólo después de compartir que habían recibido una dispensa especial. Insistieron que era extraordinario permitir que un motor de combustión interna pudiera entrar en Lovetopía.

- "Está usted de suerte, el viento sopla del Este", dijo uno de ellos. "Si llega a ser del Oeste, tendríamos que haberle retenido un rato".

Revisaron mi equipaje con curiosidad, demorándose en mi ordenador personal, al que miraron como si se tratase de una pieza de anticuario. Me permitieron quedarme con todo, excepto con las pastillas para dormir que me acompañan en todos mis viajes.

- "Puede que esto sea algo habitual en Madrid", dijeron, "pero en Lovetopía no están permitidas".

Al notar mi reacción de disgusto, uno de los guardas comentó sonriente que las lovetopianas son muy accesible para conversar, tanto de día como de noche. Me dio entonces un sobre a mi nombre. Dentro había un folleto con el título Bienvenido a Lovetopía. Está bien impreso aunque tiene unos dibujos un tanto extraños. Resulta evidente que ha sido preparado, sobre todo, para turistas de América y Asia y que luego ha sido traducido al castellano.

- "Puede ayudarle a acostumbrarse", dijo el otro guarda con voz suave. "Entra usted en un país libre. ¡Puede relajarse!".

- "Amigo", contesté, "he estado en un montón de sitios más extraños que éste y me relajo siempre que me da la gana. Si ha terminado con mis papeles, seguiré mi viaje".

Cerró con un golpe seco el pasaporte, pero no me lo entregó.

- "González", dijo mirándome a los ojos, "usted es periodista. Confiamos en que meditará cuidadosamente lo que cuenta mientras esté aquí. Si lo hace así, tal vez podrá emplear esa palabra, "amigo", con corazón. Nos gustaría que así fuera". Sonrió después calurosamente, hizo un gesto extraño golpeándose en el pecho y me extendió su mano. Para mi sorpresa, la estreché y sonreí a su vez. Sólo entonces me devolvió el pasaporte.

Proseguimos en coche durante algo más de 20 minutos, ya en territorio de Lovetopía. Me entretuve leyendo el folleto que me acababan de entregar. Me sorprendí al reconocerme viendo, por primera vez, un mapa de la península ibérica en el que los territorios de Lovetopía están identificados con un color púrpura. Aparecen claramente separados del resto del territorio Español. Además, están ampliados como por un zoom. El mapa aparenta una frontera que bien podría confundir a un tercero. Alguien ajeno a la geografía de España pudiera pensar que existe una gran montaña que separa ambos países.

En la parte de atrás del folleto, aparece el siguiente texto (escrito en inglés) a modo de bienvenida:

"IN THIS LAND,

WE ARE REAL,

WE MAKE MISTAKES,

WE SAY I'M SORRY,

WE GIVE SECOND CHANCES,

WE HAVE FUN,

WE GIVE HUGS,

WE FORGIVE,

WE ARE REALLY LOUD,

WE ARE PATIENT,

WE LOVE."

Según pone en el folleto, este texto es el final del "discurso de la Independencia de Lovetopía" leído por Eva Oltra en Valencia, el 15 de Mayo de 2015. Aunque es bien conocido que Eva Oltra fue la primera Presidente de Lovetopía, nada se sabe en España de este discurso. En las próximas semanas, intentaré acceder a una copia para ofrecerlo a los lectores.

La estación de ferrocarril lovetopiana resultó ser la antigua estación de Utiel-Requena. Pero el edificio es un lugar muy rústico, hecho de enormes maderos. Nada que ver con aquella modernista estación del AVE que los políticos españoles inauguraran en 2010 cuando se abrió la línea de alta velocidad entre Madrid y Valencia.

El actual edificio de la estación podría pasar en España por un descomunal chalet de esquí. Tenía, incluso, chimeneas en las salas de espera. Hice un inventario de las instalaciones. Por un lado, una especie de restaurante y un inmenso salón. En un lateral, junto a un enorme ventanal con unas vistas inmensas, una tarima de música. En su conjunto, el lugar aparenta una gran sala de conciertos y bailes. Una gran puerta conduce a una salita pequeña y tranquila, con sillones de cuero y un montón de lectores de libros electrónicos. Estos lectores son de formas y tamaños muy diversos y están esparcidos por mesas y estanterías. También había algún viejo libro de papel. Sin duda, una fortuna descuidada que haría las delicias de los anticuarios españoles.

Los trenes tienen sólo dos o tres vagones. Pasan cada hora y entran en el sótano de la estación. En épocas de frío o viento, unas gigantescas puertas los protegen y se cierran tras ellos. Es evidente que la estación está especialmente preparada para aficionados al senderismo y al montañismo. Vi percheros y armarios para guardar mochilas, tiendas de campaña y equipaje de alta montaña. En un panel digital bien elegante, con profusión de fotografías, pude apreciar que multitud de líneas de microbús conducen desde la estación hacia las ciudades vecinas, pequeñas poblaciones y remotos lugares que parecen refugios de montaña.

Subí al tren. Aunque más que un tren, parecía un avión sin alas. Al principio creí que me había metido en un vagón a medio acabar. ¡No había asientos! El suelo estaba cubierto con una gruesa y mullida alfombra. Tabiques que no llegan más que a la altura de la rodilla dividen el espacio en compartimentos. Unos pocos pasajeros yacían repantingados en cojines, caóticamente desparramados por el espacio del vagón. Su aspecto es el de grandes sacos de cuero.

Un hombre mayor había tomado una manta de un montón apilado en un extremo del coche. Cuando me di cuenta, estaba echando una siesta. Algunos viajeros, dándose cuenta de que era español y andaba confuso, me mostraron donde dejar mi maleta de viaje. Señalaron hacia el vagón contiguo diciéndome que podría pedirle una bebida a la azafata. Me acerqué para comprar una Coca-Cola. La azafata me sonrió con amabilidad mientras me decía que los refrescos azucarados estaban prohibidos en el país por sus efectos negativos contra la salud. Mi comentario de desagrado no afectó nuestra breve conversación y me ofreció, sonriente, una amplia variedad de infusiones y zumos naturales. Elegí zumo de naranjas valencianas y tomé asiento en uno de los almohadones para disfrutar de la magnífica vista. Los grandes ventanales llegan hasta una altura de unos 15 centímetros del suelo. El primer sorbo que le di al zumo me resultó de una intensidad de sabor y una frescura inenarrable. Caí brevemente en una ensoñación sobre los preparados que tomaba de niño.

Mis compañeros de vagón encendieron unos cigarrillos que, por el olor, me resultaron irreconocibles. Pregunté y me dijeron que era una variedad local de marihuana. Me sorprendí diciéndoles que un comportamiento así sería inmediatamente reprimido en España y que supondría grandes multas. E incluso penas de prisión. Se rieron de mi comentario y comenzaron a pasarse los cigarrillos de unos a otros. Cuando llegó mi turno, me negué a participar en un vicio tan reprobable. Sin embargo, pronto se mostraron muy locuaces y empezamos a conversar amigablemente.

Su amor por la naturaleza ha llevado a los lovetopianos al extremo de introducirla incluso dentro de los trenes. Están repletos de helechos colgantes y de pequeñas plantas que no pude identificar. Mis compañeros, sin embargo, enumeraron sus nombres botánicos sin ninguna vacilación. No parecían preocupados por las hojas y los pétalos que ensuciaban el espacio.

En un extremo del vagón, había cubos de reciclaje. Cada uno mostraba discretamente una letra -M, V y P. Pude observar durante el trayecto que todos, sin excepción, depositaban los desechos de metal, vidrio o papel en el cubo correspondiente. Incluso se entretenían y recogían los deshechos de las plantas. El que lo hicieran sin pereza o resistencia alguna, como habría ocurrido con cualquier español, fue mi primera introducción a las espontáneas prácticas de los lovetopianos. Creo decir bien si afirmo que se muestran muy orgullosos de su tradición de reciclaje.

Los trenes lovetopianos arrancan con absoluto sigilo. Prácticamente no sientes el más mínimo movimiento. No hay ruido de ruedas, ni silbidos, ni vibraciones. Operan por propulsión y suspensión magnética. Sólo se escucha la charla de la gente o el tintineo de tazas y platos. Algunos pasajeros agitaban sus manos a los amigos que estaban en el andén. En un instante, el tren está, literalmente, volando sobre la tierra. De hecho, se eleva unos cuantos centímetros sobre unos raíles en forma de T.

Mis compañeros de viaje me contaron algo sobre el origen de estos trenes. Al parecer, la fábrica de Ford en Almussafes estaba tambaleándose cuando ocurrió la Independencia. Todavía sufría los efectos de la gran crisis económica y financiera que arrancó en 2007 con el gobierno de Zapatero.

- "El gobierno lovetopiano se aprovechó temporalmente de las enormes instalaciones de la factoría de Almussafes para construir el nuevo circuito nacional de trenes", dijo apasionadamente uno de mis acompañantes. "Y esto a pesar de que nuestra política económica a largo plazo abogaba por la descentralización de la producción en cada pueblo y región", matizó acto seguido.

Aunque los alemanes y los japoneses lideraban los trenes de suspensión magnética, Almussafes comenzó la producción con diseños propios sólo un año después de la proclamación de la Independencia. Cuando pregunté cómo se había financiado el enorme coste del sistema, mis compañeros comenzaron a reír.

- "El coste de la línea completa de Peñíscola (Castellón) hasta Jerez de la Frontera (Cádiz) ha sido aproximadamente la décima parte que el coste que declaró el gobierno español en su época para la línea Madrid-Valencia. Un coste realmente bajo si se tiene en cuenta que la distancia es el doble", afirmó uno de ellos fanfarronamente. "El coste social de nuestros trenes, por persona y kilómetro, es muchísimo menor que el de los AVE españoles o el transporte aéreo".

El folleto dice que los trenes viajan normalmente a 400 kilómetros por hora, en llano. El trayecto más largo en Lovetopía es de 2 horas, desde Castellón a Cádiz. El paisaje se puede contemplar perfectamente a esta velocidad. Según los paneles digitales presentes en la cabecera del vagón, alcanzamos los 400 km/h después de sólo 3 minutos de subida por la formidable pendiente del puerto de Contreras.

Hicimos una parada en Siete Aguas. Allí recogimos a unos cuantos senderistas. Era un grupo alegre, no distinto de los españoles cuando salen de fiesta y se toman unas copas, pero diferente porque es de día y visten atuendos un tanto viejos. Se veían raídos chaquetones de piel francamente antiguos. Llevaban mochilas hechas en casa y primitivos palos de caminar. Eran como bastones largos, delgados, con endebles correas. Estaban decorados profusamente, con muescas bien talladas que parecían hechas con navajas y le daban un aire preindustrial.

En la estación, uno de los viajeros gritó que había visto una liebre y dos cervatillos en una arboleda. Posteriormente, unos conejos fueron causa de gran alboroto en todo el vagón.

El tren descendió vertiginosamente hacia la población de Buñol. Supe que han recuperado la famosa fiesta de la tomatina. Después de la Independencia, revocaron los límites de afluencia que impuso el gobierno español.

Dejamos atrás, a toda velocidad, algún que otro río. En apenas unos minutos llegamos a Chiva. Una vez alcanzamos el valle, el paisaje dejó de parecerme interesante. Pero mis compañeros continuaban fascinados. Señalaban con admiración los cambios en campos y bosques. Quizás resulte llamativo que destacaban las diferencias estacionales desde la llegada de la primavera.

- "Aquella arboleda de moreras estaba totalmente desnuda hace unos meses y, fíjate ahora, qué hermosas copas", escuché de boca de uno de los viajeros más jóvenes. "¡Y cuántos pájaros y flores! ¡Bendita primavera!".

En todo momento, un tablero digital presenta el esquema de una compleja red de conexiones de trenes y autobuses, con sus rutas y sus horas de salida. Me alegró comprobar que no nos deteníamos más de 60 segundos en cada parada. Sin embargo, la gente subía y descendía sosegadamente. Incluso cuando utilizaron un curioso sistema de asistencia para personas en sillas de ruedas. Las personas se mueven lentas, con una típica calma que parece de lo más habitual en Lovetopía.

Nos precipitamos a través de una serie de túneles que penetran por verdes y suaves colinas cubiertas de hierba. Entramos en la zona que rodea la ciudad de Valencia. Se veían más casas, aunque todavía bastante dispersas. Muchas parecían ser granjas. Las huertas, campos y cercas presentan un aspecto sano y sorprendentemente bien cuidado, más incluso que en la campiña francesa y en Suiza.

Aun así, nada que ver con nuestros modernos adosados del extrarradio de Madrid, como en Pozuelo o Rivas-Vaciamadrid. Madrid, la gran urbe española que pronto rebasará los 20 millones de habitantes y concentrará más de la mitad de la población de España, sería la envidia de los lovetopianos. ¡Qué pobres y sucias resultan en comparación sus casas!

Definitivamente, debe haber carestía de pintura. Construyen con piedra, adobe, paja y madera curada. Me quedo con la impresión de que construyen con todo lo que cae en sus manos. Carecen de ese sentido de la estética que recomienda cubrir los materiales con una capa de pintura. Por lo visto, prefieren revestir sus casas con parras y arbustos antes que pintarlas. Los tejados, sin excepción, presentan un híbrido entre tejas y cristales de apariencia rara. Cuando pregunté, me indicaron que eran placas de energía solar de producción lovetopiana.

La visión que presencié, de alguna manera surrealista, me transportó a un paisaje actualizado, ciertamente modernista, de aquel pueblo de los hobbits que tan atractivamente reconstruyen las películas de El Señor de los Anillos.

Aun así, el paisaje me llevó a una tristeza que aumentaba a medida que lo hacía su aparente aislamiento. Las carreteras son estrechas y tortuosas. Los árboles están situados peligrosamente cerca del asfalto. A penas algo de tráfico. Ni un cartel publicitario. Ni un poster eléctrico o telefónico. Ni una estación de gasolina. No creo que resulte agradable verse sorprendido por la noche en un paraje semejante.

-

(Miércoles, 4 de mayo) Me esperan, no cabe duda. El soldado de la frontera me entregó un sobre a mi nombre. Dentro, un folleto, la dirección del hotel y una nota manuscrita en la que me comunican una primera cita oficial. También había dinero. ¡Vaya carcajada he soltado cuando vi los billetes! Mis primeros "cors". Son realmente graciosos. Están repletos de corazones y todos incluyen algún escrito a modo de grafiti. Me recordaron las pintadas de la carretera en España.

El billete de cinco cors es de un tono azulado, como el nuestro; el grafiti que aparece dice "¡Que la curiosidad sea más grande que el miedo!". En el billete de diez, de tono color teja, se ve un muro en ruinas pintado con un gracioso "Te espero en páginas no escritas". El billete de veinte es de color púrpura y el grafiti dice "Algunas palabras abren heridas, otras caminos". Por último, el billete de cincuenta es de color verde y pone "Creo en el amor a primera risa". Los diseños, siempre de grafitis, se completan con vegetación abundante, paisajes, animales y plantas maravillosas. Nada de retratos de celebridades ni firmas de banqueros ilustres.

Muchos de los lovetopianos parecen salidos de las viejas películas de indios y vaqueros del Oeste americano. Quizás también aparenten modernos caracteres de Dickens. Sus vestimentas resultan extrañas. Se ven sombreros, chaquetas, chalecos, faldas largas, polainas y mallas, pero sin el aspecto sórdido de los hippies de los años sesenta. Llevan ornamentaciones y decorados muy pintorescos, hechos con conchas y plumas o con telas de parches. El tejido debe escasear terriblemente si llegan a tales extremos de reutilización.

Sus modales son inquietantes. Las mujeres me miran fijamente a los ojos. Me siento obligado a apartar la vista. Se muestran desenvueltas y lúdicas. No diferencian en su trato con los hombres. Parece que siempre están en el juego de la seducción. Actúan sin prisas, como si dispusieran de un tiempo inagotable para charlar y conocerse. Entre ellos, se besan, se abrazan y se tocan las manos con facilidad.

Utilizan un saludo preliminar que no acabo de entender. Se dan un golpe seco en el pecho a la altura del esternón y abren la mano hacia la persona que saludan. Luego pasan a los abrazos y los besos ¿Será un gesto primitivo de bravuconería?

He fumado marihuana por primera vez desde mis años de adolescente. Al principio, aunque me sentí tentado, lo rechacé. Pero luego me pareció un buen gesto de acercamiento y di varias caladas. ¡Qué bien me sienta la marihuana! El viaje me ha resultado agradable y divertido, sobre todo divertido. Mentiría si no reconociese que se me ha pasado por la cabeza comprar una pequeña bolsa y llevármela conmigo a España. Nadie se atreverá a inspeccionarme en la frontera a mi regreso. Pero ahora que se me han pasado los efectos, la culpa me ha invadido y me siento fatal. Espero no caer otra vez en la tentación. ¡Malditos lovetopianos! (¿O quise escribir "benditos"?)

No sé si es por los efectos de la marihuana, pero creo que los lovetopianos son unos fanfarrones presuntuosos. A la mínima, rellenan las conversaciones con todo tipo de cifras y razonamientos económicos que escapan del entender de cualquier ciudadano. Reconozco que me irrita esta prepotencia y me siento fuera de juego.

La paz del trayecto en tren fue rota, en algunas ocasiones, por discusiones e insultos a voz en grito. Me sobresalté repetidas veces. La mujer que estaba a mi lado me puso la mano en la pierna, a la altura de la rodilla, como para contenerme. ¡Y lo curioso es que entre tanto alboroto, incluso llegué a tener una erección!

Las personas tienen una insolente curiosidad que a menudo acaba en altercados. Es como si hubieran perdido el sentido del anonimato que nos permite vivir juntos en grandes números. Pero de momento, no han llegado a los puños. Puede que haya algún loco peligroso entre tanta gente. Sólo esperó ser capaz de preservar mi propia entereza y contenerme ante tanta violencia gratuita.

No puedes, por ejemplo, dirigirte a los trabajadores lovetopianos con normalidad. El hombre que despachaba los billetes del tren me preguntó que si acaso pensaba que era una máquina de vender billetes. Yo he hablado de manera habitual. Pero él no toleró mi tono de voz y me acusó de indiferencia. De hecho, temí quedarme sin billete. ¡Me pidió que le tratase como a una auténtica persona! ¡Cómo sino lo estuviese haciendo! Lo peor es que insistía en hablar conmigo. Hacía preguntas y comentarios, esperando una respuesta sincera, con descarada paciencia, mirándome directamente a los ojos.

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