Parte 34

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La ciudad de Sucre no presenta en muchos aspectos ningún tipo de panorama que se califique como espectacular. Poseía varios museos y ciertos atractivos turísticos claro, pero sus mercados eran deprimentes, los negocios no prosperaban y algunos edificios de más de 10 pisos que estaban salpicados por toda la ciudad, más que ser el modelo para la industrialización y creación de una urbe moderna, estos sólo hacían estallar la bronca de las autoridades locales y algunos vecinos que mostraban una postura conservacionista sin ningún tipo de justificación.

Todos decían que, como la ciudad había llegado a convertirse en patrimonio intangible de la humanidad, debería mantener su status, dejando y dando lugar a la construcción y reconstrucción de viviendas particulares que se encuentran en el centro de la ciudad, al puro estilo colonial como había sido antaño. Y para el colmo muchos de estos supuestos proyectos de preservación de bienes históricos, al parecer no contaban con la garantía y los recursos necesarios para llevar a cabo tales empresas.

Los señores Medinaceli, habían adquirido una de estas propiedades que se encontraban a unas cuadras del centro de la ciudad. Como era de esperarse, la fachada de la casa era de color blanco - según una normativa establecida por la gobernación- tenía un par de balcones que daban al exterior, una puerta principal de pesada madera de roble, mientras que falsas columnas de estilo corintio, se acomodaban en los laterales de todas las puertas y ventanas que daban a la calle. Dentro la casa, se podía apreciar más o menos los mismos detalles, sobre todo el patio interior que se encontraba en el centro, mientras que todas las habitaciones se repartían a su alrededor. A Ricardo, su casa siempre le pareció una especie de museo o convento, los del aseo solo venían tres veces por semana y sus padres le recomendaron que no dejara entrar a nadie a la casa, no sabía por qué pero de todos modos los obedecía. Estaba solo, y a pesar de tener un hogar lleno de comodidades y lujos, en estos momentos solo sentía ganas de escapar y no volver jamás.

Estaba tumbado sobre su cama, no tenía ganas de encender la televisión o sentarse en la computadora y navegar por internet toda la noche. Simplemente sentía ganas de desaparecer y no volver nunca más, quizás todos estos pensamientos eran una exageración; pero después de entender que había fallado en su propósito de encontrar a la hermanita de Sonia, se sentía del todo frustrado e impotente, no porque había sido su búsqueda un completo fracaso, de hecho, por primera vez en su vida creía firmemente que algo estaba haciendo bien y que iba a tener un éxito asegurado, sino que cuando estuvo a punto de responder a todas las interrogantes, todo se esfumo con una grabación misteriosa que dejo de existir el mismo día en que la había visto. Tendido allí con miles de pensamientos distorsionados en su cabeza, no tenía ganas ni para comer.

En el celular había un montón de llamadas pérdidas de parte de su amiga Roxana, otros tantos de algunos compañeros y amigos de la facultad, pero en ese silencio y esa desesperación, él sólo esperaba una llamada, la de sus padres. Estos estaban como de costumbre en algún viaje de negocios, así que, aunque los esperara hasta más de la media noche, no los llegaría a ver ni sentir.

Quería dormir, hacia esfuerzos por mantener los ojos cerrados, pero nada sucedía. Intento dejarse llevar por la inercia total de su cuerpo, hasta que el sonido del timbre de calle hizo que Ricardo se sobresaltara.

"¿Está sonando el timbre?" "¿Quién será?"

"De seguro andan buscando a mi padre, alguno de sus socios que no saben que está aquí, si eso debe ser".

Bajo las escaleras, cruzo el patio principal, llego a la puerta de calle y con algo de esfuerzo, abrió el pesado portón principal. Afuera se encontraban Gualberto y su primo Cayo.

Verlos juntos era divertido, el primero era pequeño y rechoncho, mientras que su primo un par de años mayor que él era alto, y delgado como una cañahueca; a pesar de todo, Ricardo ni siquiera esbozo una sonrisa.

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