PARTE 12

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En un lugar muy alejado, del pueblo de Yotala.

Era domingo por la mañana, todo el cielo estaba despejado y pintado con un azul marino impecable, parecía ser un día perfecto para salir de cacería. Alicia había conducido su motocicleta hasta el pueblo de Yotala, la estacionó en un garaje público y acordó con el dueño recogerla para el atardecer. Desamarro de su motocicleta un extraño bulto alargado, se lo puso sobre el hombro y se perdió en los ríos y colinas, que se encontraban más allá del pueblucho ese.

Una vez que encontró un lugar idóneo para cazar, desató su bulto y saco su escopeta Remington 870 calibre 16, ideal para la caza menor. Esta le pertenecía a su abuelo, quien con paciencia y cariño le había enseñado todos los secretos, sobre la cacería de aves y animales pequeños; Si, aún recordaba esos días con nostalgia. Era la única nieta que tenía su abuelo, y desde que era niña y a pesar de las protestas de sus padres, su abuelo solía llevarla al campo, para que viera como cazaba en compañía de su viejo sabueso llamado Coco. Pocas veces iban a visitarlo, por lo que cada visita, se convertía en sesiones intensivas de como rastrear y cazar. Cosas que tanto le apasionaban al difunto anciano.

Una vez que se ubicó más allá de la orilla del rio, notó como un montón de perdices tomaban el sol plácidamente cerca de un peñasco. Estaban muy lejos, como máximo necesitaría estar a una distancia de unos 60 mts para tener un tiro acertado. Alicia se escabullo entre unos arbustos espinosos, estos le picaron bastante la piel y su cabello casi se quedó enredado- pero todo esto no le importaba en lo absoluto-, estaba a la distancia perfecta para disparar, apuntó con precisión, subió la culata casi a la altura de su pómulo, se acomodó perfectamente para que el golpe de retroceso no la derribase. Todo lo tenía perfectamente controlado. El eco del disparo se escuchó por los alrededores, luego un par de tiros más y todo terminó. Solo las aguas inquietas del rio rompieron el silencio.

Alicia volvía cuesta abajo y escopeta al hombro, con un par de perdices amarradas por las patas a un gancho, que colgaba de la culata. Con gran satisfacción, siguió caminando por una colina alejándose más y más del pueblo. Una vez que llegó a la cima de este, miro a su alrededor; todo a simple vista, parecía estar inhóspito y desértico, pero en realidad no lo era. El lugar bullía de vida: pájaros, conejos, peces en el rio, insectos. Todo era poesía para la vista. Entonces, el estómago de Alicia crujió. Era un poco más del medio día y Alicia aún no había probado bocado alguno. Poco después se dio cuenta, de que no tenía agua suficiente para preparar y cocinar a una de sus perdices así que pensó que si encontraba la choza de algún campesino, seguro que este le invitaría un poco de maíz cocido y algo de agua. Camino y camino hacia el horizonte y precisamente ubico una choza cuesta abajo, que al parecer tenía un corral para criar ovejas y una pequeña chacra con maizales a su alrededor. Alicia no tuvo otra que descender nuevamente. Cuando estaba ya a las puertas de aquella cabaña - que había divisado desde la cima-; noto que el perro de los campesinos, estaba en un rincón metido debajo de un neumático viejo de algún camión, parecía estar asustado e inclusive se había orinado en el lugar en donde estaba.

Alicia se sentía un poco extrañada por la reacción de aquel animal. Ese perro estaba aterrorizado y de repente empezó a aullar desenfrenadamente. Algo grave había pasado.

Rápidamente descolgó sus perdices del gancho que colgaba de su escopeta, y las coloco encima de un pequeño muro hecho de piedra y barro que rodeaba el terreno. Luego enfundo ágilmente su arma de fuego (si algo malo estaba pasando ahí, tener el arma en las manos, de seguro empeoraría las cosas). Camino hacia la verja del muro y la abrió lentamente. Mientras tanto, trataba de ubicar a los dueños de la casa.

"¿Hola? ¿Hay alguien?" repetía Alicia incesantemente antes de entrar a aquella propiedad. Y cuando ya estuvo adentro. Noto que una señora, que ya rozaba la tercera edad, estaba cabizbaja y llorando, cerca del corral de las ovejas.

-¿Señora?- Se aventuró Alicia a llamar su atención.

Esta levantó la vista y ni siquiera se inmuto. Después de que Alicia se sentara a su lado, le dijo que estaba allí para ayudarle en lo que sea. Aquella mujer no le respondió en lo absoluto, solo le señalo con el dedo el corral y Alicia cuidadosamente se incorporó y camino directamente hacia esa dirección.

Cuando llego a la entrada, Alicia noto que había mucha sangre en suelo, así que empezó a mentalizarse para lo peor, y así fue, cuando entró al corral, vio que todas las ovejas, -con excepción de 3 o 4, que estaban amontonadas en un rincón y muy asustadas- habían sido salvajemente mutiladas y desmembradas. ¿Qué demonios paso aquí? Entonces Alicia retrocedió lentamente y accidentalmente se topó con la señora, que ahora se había puesto de pie y parecía tener ganas de explicarlo todo.

Le conto entonces, que muy temprano por la mañana, su esposo le dijo que tenía que ir con urgencia a la ciudad. Después que este se hubiese marchado, ella quiso sacar a las ovejas para que pudiesen pastar, como era costumbre todos los días. Pero sucedió que, cuando quiso entrar al corral noto que un "enano con cabeza grande", las estaba cortando por la mitad con un cuchillo de fuego y, que a las demás las tenía atrapadas con redes de metal para que no pudieran escapar. Así que la señora se envalentonó y le grito al enano para que se fuera, pero este no le hacía caso, como consecuencia, empezó a lanzarle piedras y muchas de ellas dieron en aquel extraño blanco. El enano se levantó de un brinco, recogió su red de metal y le disparo con su "cuchillo de fuego". Esta calló de bruces y más bien, que el disparo había llegado al muro piedra del corral. Cuando se levantó se dio cuenta que el "enano" había corrido con dirección a la chacra hasta perderse en los maizales. Finalmente la señora le aseguró a Alicia que aquel "enano cabezón" seguía allí.

Alicia, por primera vez en tantos años, deseo volver a la seguridad de su apartamento y de la ciudad, su espíritu aventurero parecía menguar con rapidez. No obstante, trato de razonar lo que en verdad habría ocurrido. Quizás un perro salvaje o un zorro bastante grande, rondaban por lugar, y acto seguido, este ataco al rebaño. Por lo tanto, la señora estupefacta por lo que sucedió, atribuyó lo sucedido a alguna extraña criatura. "Sí, eso debía ser". Pero la señora aún seguía muy asustada. Alicia le pregunto su nombre. Le dijo que se llamaba Augusta y su esposo Felipe.

-Bien doña Augusta, yo me encargue de todo-. Le aseguro Alicia, muy segura de sí misma. Y como último acto de valor, Alicia desfundo su escopeta, y camino hacia aquellos maizales...

A cientos de metros de distancia, se encontraba una camioneta roja estacionada en medio de una vieja y olvidada carretera. Su propietario observaba todo lo sucedido con unos binoculares de alta tecnología.

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