parte 25

118 6 0
                                    

25

El día que Clara Labinsky llegó al nuevo aeropuerto internacional de la ciudad de Sucre. Su primera impresión la dejo un tanto anonadada, porque todo lo que vio a su alrededor, no era en absoluto lo que esperaba. Para empezar, pocas personas se encontraban en los asientos de espera y aparte de los pasajeros del avión en el cual venia Clara, no había señales de que hubiese más gente dentro del aeropuerto, salvo uno que otro empleado del lugar. En el ambiente se respiraba un vacío para nada común, y mucho menos en lugares donde se supone que, debería reinar el caos y la movilización frenética de todos los empleados, que buscan dar abasto a todos los supuestos pasajeros y turistas que deberían estar presentes.

Clara miro su reloj de pulsera una vez más, después busco con la mirada al agente especial de la organización, a la cual ella pertenecía. Sus superiores le habían asegurado que tenían un agente infiltrado en esa nación y que inmediatamente se podrían en contacto con ella una vez pise territorio Boliviano; por lo tanto se suponía que debería estar allí esperándole antes de que el avión siquiera hubiese llegado a tierra. Pero del sujeto en sí, no había ni rastro.

Mas desconcertada aun, Clara tomo su equipaje, que consistía básicamente en una maleta pequeña con un mango dúctil de plástico y un par de rueditas en la base que prácticamente eran inútiles, porque en el interior de la petaca, no había más que algunas prendas de vestir sencillas para disimular. Puesto que lo único importante que transportaba Clara en su equipaje. Eran documentos clasificados, cuidadosamente escondidos.

Salió a toda prisa del aeropuerto y camino hasta la avenida principal que se extendía prácticamente hasta donde podías ver en el horizonte. El sol calcinante y e imponente, se enardecía en lo alto lanzando sus dardos de fuego contra toda la ciudad y en especial, contra la frente de Clara. Ella no estaba acostumbrada a sentir tanto calor. De hecho en su vida había visto y sentido esa sensación de ser aplastada por la candencia de la atmosfera. Pero en ese momento para Clara, todo eso era lo de menos; se encontraba en ese país por motivos de suma urgencia y, lo mínimo que esperaría, era tener contacto con algún agente de la agencia lo más antes posible. Su prioridad era dar por iniciada, el alcance de los objetivos de su misión.

Clara empezó a perder los estribos por el reflejo de tal incompetencia, por parte de su compañero o compañera de misión. Comenzaba a creer que, en esta situación, debería tomar ciertas medidas y actuar por si sola. Hasta que escucho una motocicleta que se acercaba a la orilla de la carretera donde ella se encontraba. Esta se estaciono justo a su lado.

-¿Cómo esta agente Labinsky? Soy Marcos Coleman. Su compañero y guía, de esta misión.- Le dijo el hombrecillo que la pilotaba.

Clara no daba crédito a lo que veía. Lo más común a lo que ella estaba acostumbrada, era poder reportarse como mínimo, a un escuadrón de agentes especiales, a cargo de un director, como jefe de operaciones. Pero no. En su lugar un sujeto pequeño, enclenque, que apenas podía mantener la motocicleta en pie, se dirigía a ella como el contacto especial de toda la operación encubierta y peligrosa. Esto tenía que ser una broma.

-¡Vamos agente! ¡Suba!- Le animó aquel sujeto.

Clara no estaba para nada convencida de lo que sucedía, pero quiso pensar que ser un agente encubierto en ese lugar, era imperante desprender un aspecto de ser alguien común y corriente. Finalmente accedió en silencio al pedido cuando este le mostro su tarjeta de registro y después de tomadas todas las precauciones, Clara se acomodó en la parte trasera de la motocicleta; no obstante casi cambia de opinión inmediatamente, puesto que si no fuera porque coloco rápidamente su pie como cuña para impedir que la motocicleta se cayese de lado, de seguro ambos terminarían tirados en medio de la avenida.

-Usted pesa demasiado, para ser tan guapa- dijo con una sonrisa divertida el agente Coleman

Una vez que Marcos recupero el equilibrio, puso en marcha el motor de la motocicleta, el escape expulso un hediondo humo negro, la cadena comenzó a rodar y el vehículo salió disparado a toda velocidad. Aunque parecía imposible, Clara tuvo que agazaparse a la cintura del hombrecillo para no salir despedida hacia atrás o los lados, por la velocidad inusitada del aparato. Al final la imagen de los dos recorriendo a toda velocidad la gran "avenida Juana Azurduy" en motocicleta, termino siendo una escena en todo sentido demasiado hilarante. Una mujer alta, rubia y de hermosa figura, sujetándose con todas sus fuerzas, de la cintura de su pequeño compañero, que a lo mucho podía mantener en línea recta la dirección de la motocicleta, y que además, en su rostro enjuto y alargado, una sonrisa de alegría se le dibujaba en el rostro, de oreja a oreja.

CONTACTOWhere stories live. Discover now